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COSTA IDEAL

A LA PARTIDA DEL RENIGIO LE FALTA A UN  JUGADOR LA PARTIDA
Vista de la playa de La Mamola, en el municipio de Polopos.
Vista de la playa de La Mamola, en el municipio de Polopos. / A. C.
  • nuestra costa que nadie quiere nombrar, pero a la que todos quieren ir

Hay una leyenda adosada a La Mamola que no se la quita ni con agua hirviendo. Los pueblos vecinos evitan decir su nombre y le llaman 'El Pueblecillo', cosa que algunas veces disgusta a los mamoleños. «Si vas a La Mamola no le digas 'Pueblecillo', pues te abuchean las mujeres y te apedrean los chiquillos», dice una cancioncilla popular. La leyenda viene de cuando, según cuentan, a unos pescadores de Adra no les dejaron pescar en La Mamola y ellos fueron los que, en represalia, difundieron que nombrar al pueblo traía mala suerte.
-¿Sabe lo que le digo? Que eso es envidia, porque en este pueblo siempre ha salido gente muy 'esclarecía' e importante. Y eso no lo podían remediar, les comía la envidia.
Quién así se expresa es Tomás Gálvez, viejo conocido mío, que cuando era un mozalbete se ganaba la vida llevando el pescado con un burro cargado a la Alpujarra. Salía a la anochecida y llegaba a Trevélez a las diez y media de la mañana del día siguiente. De vuelta se traía el burro cargado con productos de allí, porque por aquellos años era muy común el trueque: tú me das a mí pescado y yo te doy a ti harina o manteca de cerdo.
-El 'pescao' aquí nos ha quitado mucha hambre. En muchas casas era casi lo único que se comía. Había tantas sardinas que venían hasta la playa a buscarnos -cuenta Tomás en una de las exageraciones suyas-.
Homenajes e invernaderos
Tomás y demás amigos que se echan la partida del 'remigio' en el bar Puga, echan de menos la presencia de Ramón Gálvez, que murió el pasado mes de abril y ha dejado huérfanos de cariño a aquellos que lo trataron. Ramón era un microbiólogo que pasaba largas temporadas en La Mamola y una de esas personas 'esclarecías' e importantes de las que hablaba Tomás. Como lo fue el doctor Sánchez Mariscal, que libró al pueblo de una epidemia de tracoma. Por eso la calle principal lleva su nombre. Tomás piensa que el municipio debería hacerle un homenaje al fallecido y dedicarle una calle también.
-El homenaje se lo van a hacer en Granada -anuncia uno de los jugadores de cartas-.
-Bueno y ¿qué? Yo lo que digo es que había que hacérselo aquí. Él sabía más que nadie de La Mamola -contesta Tomás-.
Llego a La Mamola a la hora en que los veraneantes se dirigen a la playa a pasar la mañana y en la que Francisco López ha regresado de darle una vuelta a su invernadero. Ahora no tiene nada plantado, pero luego, en la temporada invernal, siembra sus veinte marjales de pepino holandés y del corto. En La Mamola el 95% de la población vive de los invernaderos y el resto tiene negocios al servicio del veraneante. La mañana tiene el detalle de una luz inmensa que la mantiene libre de nieblas y calimas. Casi siempre que voy a La Mamola me gusta dar un paseo por la calle Milagros, que está llena de macetas y vegetación doméstica y donde toma el fresco Ana. Esta mujer vive a menos de doscientos metros del mar y a sus 74 años presume de no haberse bañado nunca en él.
-Y si antes cuando era joven no lo hice, menos lo voy a hacer ahora -señala Ana, que parece haber encontrado su hábitat perfecto en la calle Milagros-.
Aún no es hora de la cerveza, por lo que me tomo un refresco en el chiringuito Casa Juan III. Si hay un tercero es que hubo un segundo y un primero. Me dice que sí el dueño, Juan Martín, más conocido por Juan 'Rosquillas'. También me explica el porqué de su apodo.
-Es que las roscas que hago les gusta mucho a la gente. De ahí el mote. A mí no me importa que me lo digan -reconoce 'el Rosquillas', que lleva treinta años viviendo en La Mamola y catorce con el chiringuito, que monta en verano y desmonta en invierno-.

Quién sabe de frío es Sebastián Gutiérrez, repartidor de congelados, que todos los días se recorre desde Torrenueva a Adra repartiendo sus productos.La especialidad de este chiringuito son las sardinas asadas y el marisco a la plancha. Juan dice que la temporada no va lo bien que debiera a causa de los ponientes, que están dejando el agua más fría que la nieve.
-Perdone que no me pare mucho, es que lo que llevo no puede esperar -me espeta Sebastián con la prisa metida en el cuerpo-.
La Mamola fue uno de los pueblos que más vecinos aportó a la emigración de los años sesenta. Raro es el lugareño que no haya pasado por Barcelona o esté allí todavía. La mayoría de los emigrantes vuelven en verano, como Antonio Gálvez, que cuando entro en la playa lo encuentro haciendo un crucigrama. Antonio trabajó durante casi toda su vida laboral en un almacén de aceite en la Barceloneta y está deseando que llegue el verano para volver a su tierra.
-Todo el que es de aquí viene en estas fechas. No lo podemos aguantar -afirma Antonio-.
Quién estuvo y no volverá será Tomás, que se fue a la ciudad condal y al poco tiempo se tuvo que venir porque echaba de menos los pucheros de su madre.
-Barcelona, para los catalanes -dice rotundo-.
En La Mamola no hay muchos chiringuitos en la playa, pero sí buenos bares a los que se accede solo con cruzar la calle: El Puga, el Onteniente, Patricio. Hay una anécdota que alguna vez he contado cuando a un vecino le pregunté cómo andaba La Mamola de servicios. Me estaba refiriendo a la infraestructura con la que contaba el anejo. El vecino se creyó que me refería a otro tipo de servicios.
-No están mal. Pero los más limpios están en el restaurante Patricio. Están al fondo a mano derecha.
Siempre que paso por La Mamola me paro un rato a hablar con Paco el de Agripina, que casi siempre se encuentra en el 'Callejón de las Pichas Caídas'. Lo llaman así jocosamente al callejón porque allí se reúnen todos los días varios jubilados a hablar de lo que acontece en el mundo.
Paco es el último marinero de La Mamola. Alguna vez he dicho de él que tiene los ojos azules heredados del color del agua que ha visto tantas veces. Paco me ha contado en alguna ocasión que en La Mamola se daban los mejores boquerones de la costa, pero que al faltar pescado, los pocos marineros que había tuvieron que emigrar a Barcelona. Paco alimenta el tiempo de ocio haciendo con hilo de red cedazos y zarandas para adornar y 'chivatas' para las mujeres.
-¿Cómo estás Paco? -lo saludo-.
-Ya ves. Tirando como el tío de los cohetes. No te vayas sin que nos echemos un vinillo.
Y yo no me voy de La Mamola sin echar un vinillo con Paco.

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