LA ÚLTIMA CRANJERAS
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Tan amenazadas como el lince, han encontrado en Motril un hábitat donde vivir varios meses al año
Permanece inmóvil entre las aneas al borde de la laguna. Intenta
pasar desapercibida mientras otea la superficie del agua. En un instante
salta sobre la vegetación acuática y hunde su afilado pico entre las
algas. Es una garcilla cangrejera, la más pequeña de las garzas, que
acaba de conseguir un exquisito manjar: una rana de considerable tamaño
que no había detectado la presencia de un depredador implacable que
cuando ya ha empezado el otoño necesita grandes dosis de energía para su
viaje anual a territorios más cálidos, a tierras africanas, más allá
del Sáhara. Desde que terminó la primavera, ha permanecido en la costa
de Granada, en el humedal de la Charca de Suárez, un espacio que se ha
convertido en uno de los muy escasos reductos donde esta especie,
'Ardeola ralloides', encuentra las condiciones de alimento y
tranquilidad para vivir una parte del año. Son las últimas cangrejeras
que se marchan tras permanecer cuatro meses en Granada, pero que
volverán el año próximo.
La garcilla cangrejera, a la que también se conoce como garza rosada, es un ave incluida en el catálogo de especies amenazadas de Andalucía, que la considera en «peligro crítico de extinción», la misma clasificación que posee el lince ibérico, el paso anterior a convertirse en una especie extinta, pero sobre la que existe una clara esperanza de recuperación, sobre todo después de que se haya constatado como este verano la presencia de ejemplares en el humedal de Motril se ha incrementado de forma considerable, con concentraciones de hasta una decena de individuos al mismo tiempo en alguna de las lagunas de aguas poco profundas de la reserva natural granadina, una coincidencia que los responsables de la Charca consideran como un síntoma de crecimiento poblacional, no solo en los humedales del sur de Granada sino que se extiende al resto de los hábitats del sureste ibérico, donde tradicionalmente se habían observado garcillas cangrejeras, especialmente el salar de los Caños de Vera en Almería y la Albufera de Valencia, ya que estas aves realizan continuos desplazamientos entre humedales cercanos.
Hace solo 15 años esta especie se podría haber considerado irrecuperable en Andalucía, ya que los censos indicaban que de las 450 parejas que había en el año 1991, se había pasado a solo 20 parejas al final del ciclo de sequía que terminó en 1995. Unas cifras poblacionales con las que los científicos aseguran que no sería posible la pervivencia de la especie, pero la protección de determinados enclaves, como el humedal motrileño, y el control de la desecación de ramblas y riberas, lograron que, poco a poco, la garcilla rosada, recuperase posiciones y que en sus migraciones de primavera y otoño, estas aves no pasasen de largo sobre territorio andaluz y encontrasen espacios donde vivir en épocas cálidas. Los últimos censos indican que en la comunidad andaluza viven entre 280 y 300 parejas, una parte significativa de las que habitan en la totalidad de la península Ibérica, entre 850 y 1.100 según los datos incluidos en el Catálogo Nacional de Vertebrados Amenazados.
Es una de las especies que se consideran como joyas de la naturaleza por la escasez de individuos que forman sus poblaciones, y por el hecho de que cada año, desde territorios tan alejados de Europa como los países subsaharianos, e incluso del sur del continente africano, son capaces de volar a la península Ibérica e incrementar la biodiversidad que da valor a las tierras del sur.
La garcilla cangrejera, a la que también se conoce como garza rosada, es un ave incluida en el catálogo de especies amenazadas de Andalucía, que la considera en «peligro crítico de extinción», la misma clasificación que posee el lince ibérico, el paso anterior a convertirse en una especie extinta, pero sobre la que existe una clara esperanza de recuperación, sobre todo después de que se haya constatado como este verano la presencia de ejemplares en el humedal de Motril se ha incrementado de forma considerable, con concentraciones de hasta una decena de individuos al mismo tiempo en alguna de las lagunas de aguas poco profundas de la reserva natural granadina, una coincidencia que los responsables de la Charca consideran como un síntoma de crecimiento poblacional, no solo en los humedales del sur de Granada sino que se extiende al resto de los hábitats del sureste ibérico, donde tradicionalmente se habían observado garcillas cangrejeras, especialmente el salar de los Caños de Vera en Almería y la Albufera de Valencia, ya que estas aves realizan continuos desplazamientos entre humedales cercanos.
Hace solo 15 años esta especie se podría haber considerado irrecuperable en Andalucía, ya que los censos indicaban que de las 450 parejas que había en el año 1991, se había pasado a solo 20 parejas al final del ciclo de sequía que terminó en 1995. Unas cifras poblacionales con las que los científicos aseguran que no sería posible la pervivencia de la especie, pero la protección de determinados enclaves, como el humedal motrileño, y el control de la desecación de ramblas y riberas, lograron que, poco a poco, la garcilla rosada, recuperase posiciones y que en sus migraciones de primavera y otoño, estas aves no pasasen de largo sobre territorio andaluz y encontrasen espacios donde vivir en épocas cálidas. Los últimos censos indican que en la comunidad andaluza viven entre 280 y 300 parejas, una parte significativa de las que habitan en la totalidad de la península Ibérica, entre 850 y 1.100 según los datos incluidos en el Catálogo Nacional de Vertebrados Amenazados.
Es una de las especies que se consideran como joyas de la naturaleza por la escasez de individuos que forman sus poblaciones, y por el hecho de que cada año, desde territorios tan alejados de Europa como los países subsaharianos, e incluso del sur del continente africano, son capaces de volar a la península Ibérica e incrementar la biodiversidad que da valor a las tierras del sur.
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