La otra noche Harry me invitó a una cena con unos amigos suyos de la Universidad de Granada. Estábamos en la sobremesa cuando le dije a Harry que si quería acompañarme al día siguiente a dar un paseo por el Generalife. Me miró con cierta displicencia y dijo:
-¿El Generalife? No. Mañana no puedo. Otro día.
Yo creí que le iba ilusionar mucho porque se trata de uno de los espacios más visitados del mundo, pero él, con su respuesta, pareció despreciar la idea, tal vez para sacar pecho ante sus invitados. No sé. Me sentí como Aristóteles Onassis (sus íntimos lo llamaban Aris) cuando quiso hacerle un favor a un conocido y salió trasquilado. ¿No saben lo que le pasó a Onassis con un industrial catalán en un hotel de París? Pues que al llegar el multimillonario griego al hotel se encontró con el tal Perramon, pues así se llamaba el catalán, al que conocía ligeramente.
-¡Qué alegría Perramon! ¡Cómo me alegro de verte! -le saludó Onassis.
-¿Oye, podrías hacer algo por mí? -le preguntó Perramon.
-Según. Ya sabes. Menos prestarte dinero…
-No, mira. Es que esta noche he quedado para cenar con unos americanos con los que podría firmar el contrato de mi vida. Como no me conocen demasiado, me sería muy útil que vieran que tengo cierta familiaridad contigo.
-Estupendo, Perramon. Si solo es eso. Yo bajaré a las ocho y tú estate por aquí y te vendré a saludar.
Y así fue como uno de los hombres más ricos del mundo, a la hora acordada bajó al bar y alzó la voz para decir, desde el medio de la sala, para que todo el mundo lo oyera:
-Perramon, amigo, recuerda que mañana cenamos.
Y Perramon, sin levantarse siquiera, respondió:
-No, Aris, mañana no puedo. Ya te llamaré cuando me venga bien.
Pues así me sentí yo cuando le propuse a Harry ir al Generalife -uno de los jardines más bonitos del mundo- y él me contestó que no le venía bien la fecha que le proponía.
Para castigarlo estuve sin llamarlo varios días. Hasta que una mañana llamó para decirme:
-Yo estar dispuesto ya para ir Generalife.
Estuve a punto de decirle que ahora no podía yo, pero hubiera sido una venganza inútil, entre otras cosas porque el irlandés a lo mejor ni se había dado cuenta de su descortesía. Pobrecillo. Así que quedamos el martes pasado a las ocho de la mañana, antes de que el sol demostrara todo su poder energético.
Mientras subimos por el bosque de la Alhambra le cuento que el Generalife sirvió como lugar de descanso de los reyes musulmanes de Granada. Debió construirse a finales del siglo XIII por Muhammad II y fue declarado en 1984 Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. La finca era mucho más grande que lo es ahora e incluso se prolongaba hasta donde hoy está el Llano de la Perdiz. Se dedicaba también a la explotación agrícola e incluso para la caza. Su nombre significa 'Jardín del Arquitecto', nombre que se le dio en memoria del maestro carpintero Abd Allah III, que fue el que trazó los primeros planos del jardín. Luego sufrió varias transformaciones y los Reyes Católicos se lo dieron al comendador Gil Vázquez, que fue nombrado alcaide del Generalife. Pasó por varias manos hasta que en 1925 el Gobierno se lo compró al marqués de Mondéjar.
Entramos al Generalife por donde están las taquillas. A las ocho y media de la mañana hay una cola considerable, sobre todo de japoneses, que son los que más madrugan.
-Harry, ¿sabes cómo les llaman los trabajadores de la Alhambra a los japoneses?
-No tener ni idea.
-Los repes.
-Yo no entender.
-Repes es la abreviatura de repetidos. Es que son casi todos iguales.
-¡Ah! No tener gracia.
Entramos y atravesamos el camino bordeado por los cipreses que plantaron durante el reinado de Isabel II. Altos, enhiestos, parecen vigilantes gigantes que velen por la seguridad del recinto. Están después los que se llaman Jardines Nuevos. Le explico a Harry que esos jardines fueron replantados durante la II República. Los cipreses recortados forman paredes y laberintos donde perderse puede significar algo deseable. Un poco más adelante está el anfiteat ro que se construyó en 1952 y que se utiliza para conciertos y representaciones, sobre todo durante el Festival Internacional de Música y Danza. A la izquierda según vamos vemos las huertas, algunas de ellas en plena producción.
Pero donde se extasía Harry es en el Palacio del Generalife, donde estaba la residencia real, con todas las comodidades posibles para que se hiciera cierto ese lema popular de 'viven como reyes'. Hoy la estancia está un poco desfigurada debido a las reformas hechas a lo largo del tiempo, pero aún conserva ese halo de misterio que exhala toda la arquitectura moruna.
-¡Oh! No ser tontos los reyes nazaritas para vivir aquí -dice Harry, que se hincha de hacer fotografías al llamado Patio de la Acequia, el espacio más reconocible de todo el recinto.
El sonido de los chorros del agua en el Patio de la Acequia es la música que debieron oír los reyes árabes cuando estaban retozando con la favorita de turno, pues cerca de allí, en el pabellón sur, estaba el harén.
-¿Cuántas mujeres tener el harén?
-¡Puf! Yo que sé Harry. Mejor es no saberlo. Te entraría envidia.
Después de pasar varios patios, llegamos al que llaman el de la Sultana, en donde hay un enorme ciprés seco que, según una leyenda famosa, fue testigo de los amoríos de la favorita de Boabdil, Morayma, con un apuesto caballero de la tribu de los Abencerrajes.
-¿Esa tal Morayma poner cuernos a Boabdil? ¿Y no enterarse el rey? -pregunta Harry con el morbo propio del espectador de un programa basura.
-Sí que se enteró. Por lo visto mandó a degollar a varios caballeros de la noble tribu musulmana. La leyenda identifica aún hoy las manchas de óxido de hierro existente en el fondo de la fuente de la Sala de los Abencerrajes de la Alhambra con la sangre derramada en la venganza.
-Las leyendas ser también parte de la Historia -dice Harry.
-Ya, pero esto creo que es más bien parte de la literatura. Fueron los escritores románticos, que tenían mucha imaginación, los que la propagaron.
El ciprés fue plantado en la época árabe y pudo vivir más de 600 años. Hay quien dice que el ciprés murió de un rayo y hay quien dice que murió de viejo.
Tras pasar por una puerta con leones y el escudo de los Mendoza, subiendo por unas escaleras se llega a los llamados Jardines Altos. Abundan los magnolios, los abetos y los cipreses, como en casi todo el Generalife. Un enorme cedro da fe de que el tiempo no es igual para los árboles que para las personas. También hay arrayanes, jazmines y rosales que aportan al ambiente el aroma de la naturaleza. Lo más sobresaliente de estos jardines es la llamada Escalera del Agua, con su bóveda de laureles que sorprende a Harry. El agua baja obedientemente por los pasamanos, que son huecos y que hace muchos años estaban decorados con azulejos. Allí la baranda es el agua.
-Ser original y bello -exclama el irlandés.
Al salir del Generalife por el Paseo de las Adelfas, Harry comprueba a través del visor de la cámara las fotos que ha sacado. Se siente bien y me dice que llevará en sus retinas el recuerdo del color de los jardines por mucho tiempo. Entonces yo le pregunto si le interesa quedar un día para ver la Alhambra, el monumento que recibe cada año casi tres millones de visitantes.
-¿La Alhambra? Por ahora no. Ya llamar yo cuando poder ir.
-¡Será hijoputa el irlandés!
-¿El Generalife? No. Mañana no puedo. Otro día.
Yo creí que le iba ilusionar mucho porque se trata de uno de los espacios más visitados del mundo, pero él, con su respuesta, pareció despreciar la idea, tal vez para sacar pecho ante sus invitados. No sé. Me sentí como Aristóteles Onassis (sus íntimos lo llamaban Aris) cuando quiso hacerle un favor a un conocido y salió trasquilado. ¿No saben lo que le pasó a Onassis con un industrial catalán en un hotel de París? Pues que al llegar el multimillonario griego al hotel se encontró con el tal Perramon, pues así se llamaba el catalán, al que conocía ligeramente.
-¡Qué alegría Perramon! ¡Cómo me alegro de verte! -le saludó Onassis.
-¿Oye, podrías hacer algo por mí? -le preguntó Perramon.
-Según. Ya sabes. Menos prestarte dinero…
-No, mira. Es que esta noche he quedado para cenar con unos americanos con los que podría firmar el contrato de mi vida. Como no me conocen demasiado, me sería muy útil que vieran que tengo cierta familiaridad contigo.
-Estupendo, Perramon. Si solo es eso. Yo bajaré a las ocho y tú estate por aquí y te vendré a saludar.
Y así fue como uno de los hombres más ricos del mundo, a la hora acordada bajó al bar y alzó la voz para decir, desde el medio de la sala, para que todo el mundo lo oyera:
-Perramon, amigo, recuerda que mañana cenamos.
Y Perramon, sin levantarse siquiera, respondió:
-No, Aris, mañana no puedo. Ya te llamaré cuando me venga bien.
Pues así me sentí yo cuando le propuse a Harry ir al Generalife -uno de los jardines más bonitos del mundo- y él me contestó que no le venía bien la fecha que le proponía.
Para castigarlo estuve sin llamarlo varios días. Hasta que una mañana llamó para decirme:
-Yo estar dispuesto ya para ir Generalife.
Estuve a punto de decirle que ahora no podía yo, pero hubiera sido una venganza inútil, entre otras cosas porque el irlandés a lo mejor ni se había dado cuenta de su descortesía. Pobrecillo. Así que quedamos el martes pasado a las ocho de la mañana, antes de que el sol demostrara todo su poder energético.
Mientras subimos por el bosque de la Alhambra le cuento que el Generalife sirvió como lugar de descanso de los reyes musulmanes de Granada. Debió construirse a finales del siglo XIII por Muhammad II y fue declarado en 1984 Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. La finca era mucho más grande que lo es ahora e incluso se prolongaba hasta donde hoy está el Llano de la Perdiz. Se dedicaba también a la explotación agrícola e incluso para la caza. Su nombre significa 'Jardín del Arquitecto', nombre que se le dio en memoria del maestro carpintero Abd Allah III, que fue el que trazó los primeros planos del jardín. Luego sufrió varias transformaciones y los Reyes Católicos se lo dieron al comendador Gil Vázquez, que fue nombrado alcaide del Generalife. Pasó por varias manos hasta que en 1925 el Gobierno se lo compró al marqués de Mondéjar.
Entramos al Generalife por donde están las taquillas. A las ocho y media de la mañana hay una cola considerable, sobre todo de japoneses, que son los que más madrugan.
-Harry, ¿sabes cómo les llaman los trabajadores de la Alhambra a los japoneses?
-No tener ni idea.
-Los repes.
-Yo no entender.
-Repes es la abreviatura de repetidos. Es que son casi todos iguales.
-¡Ah! No tener gracia.
Entramos y atravesamos el camino bordeado por los cipreses que plantaron durante el reinado de Isabel II. Altos, enhiestos, parecen vigilantes gigantes que velen por la seguridad del recinto. Están después los que se llaman Jardines Nuevos. Le explico a Harry que esos jardines fueron replantados durante la II República. Los cipreses recortados forman paredes y laberintos donde perderse puede significar algo deseable. Un poco más adelante está el anfiteat ro que se construyó en 1952 y que se utiliza para conciertos y representaciones, sobre todo durante el Festival Internacional de Música y Danza. A la izquierda según vamos vemos las huertas, algunas de ellas en plena producción.
Pero donde se extasía Harry es en el Palacio del Generalife, donde estaba la residencia real, con todas las comodidades posibles para que se hiciera cierto ese lema popular de 'viven como reyes'. Hoy la estancia está un poco desfigurada debido a las reformas hechas a lo largo del tiempo, pero aún conserva ese halo de misterio que exhala toda la arquitectura moruna.
-¡Oh! No ser tontos los reyes nazaritas para vivir aquí -dice Harry, que se hincha de hacer fotografías al llamado Patio de la Acequia, el espacio más reconocible de todo el recinto.
El sonido de los chorros del agua en el Patio de la Acequia es la música que debieron oír los reyes árabes cuando estaban retozando con la favorita de turno, pues cerca de allí, en el pabellón sur, estaba el harén.
-¿Cuántas mujeres tener el harén?
-¡Puf! Yo que sé Harry. Mejor es no saberlo. Te entraría envidia.
Después de pasar varios patios, llegamos al que llaman el de la Sultana, en donde hay un enorme ciprés seco que, según una leyenda famosa, fue testigo de los amoríos de la favorita de Boabdil, Morayma, con un apuesto caballero de la tribu de los Abencerrajes.
-¿Esa tal Morayma poner cuernos a Boabdil? ¿Y no enterarse el rey? -pregunta Harry con el morbo propio del espectador de un programa basura.
-Sí que se enteró. Por lo visto mandó a degollar a varios caballeros de la noble tribu musulmana. La leyenda identifica aún hoy las manchas de óxido de hierro existente en el fondo de la fuente de la Sala de los Abencerrajes de la Alhambra con la sangre derramada en la venganza.
-Las leyendas ser también parte de la Historia -dice Harry.
-Ya, pero esto creo que es más bien parte de la literatura. Fueron los escritores románticos, que tenían mucha imaginación, los que la propagaron.
El ciprés fue plantado en la época árabe y pudo vivir más de 600 años. Hay quien dice que el ciprés murió de un rayo y hay quien dice que murió de viejo.
Tras pasar por una puerta con leones y el escudo de los Mendoza, subiendo por unas escaleras se llega a los llamados Jardines Altos. Abundan los magnolios, los abetos y los cipreses, como en casi todo el Generalife. Un enorme cedro da fe de que el tiempo no es igual para los árboles que para las personas. También hay arrayanes, jazmines y rosales que aportan al ambiente el aroma de la naturaleza. Lo más sobresaliente de estos jardines es la llamada Escalera del Agua, con su bóveda de laureles que sorprende a Harry. El agua baja obedientemente por los pasamanos, que son huecos y que hace muchos años estaban decorados con azulejos. Allí la baranda es el agua.
-Ser original y bello -exclama el irlandés.
Al salir del Generalife por el Paseo de las Adelfas, Harry comprueba a través del visor de la cámara las fotos que ha sacado. Se siente bien y me dice que llevará en sus retinas el recuerdo del color de los jardines por mucho tiempo. Entonces yo le pregunto si le interesa quedar un día para ver la Alhambra, el monumento que recibe cada año casi tres millones de visitantes.
-¿La Alhambra? Por ahora no. Ya llamar yo cuando poder ir.
-¡Será hijoputa el irlandés!
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