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CUANDO ABURRIRSE TAMBIEN ES BUENO IDEAL.ES

Una niña se baña en una piscina.



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La nueva generación de padres que a estas alturas de julio ya han organizado al milímetro la agenda social y e incluso educativa de sus hijos recordarán seguramente sus propios veranos de la niñez: días y días ganados al ocio que, en general, se compartían con los niños del barrio o la urbanización y donde el único toque de queda era el de la hora de la merienda, cuando se subía a casa a por el bocata. Más de dos meses largos por delante que sin embargo hoy en día parecen una prolongación de la temporada escolar, sólo que con cambio de escenario. Campamentos de verano, refuerzo en las tareas que han quedado pendientes, perfeccionamiento del idioma, actividades deportivas... todo encajado a la presión de un puzzle pero que choca con la evidencia de que el verano está para descansar.
«Si los padres llegan agotados por el estrés acumulado durante el año y están locos por cogerse las vacaciones, imagínate los niños». Lo dice con un amplio conocimiento de causa la psicóloga especialista en clínica Amparo Romero, a quien le basta un pequeño detalle que percibe a diario en su consulta para reforzar esa tesis: «Cuando estamos en época escolar me resulta mucho más difícil dar una cita a un niño que a un adulto. Normalmente tienen todas las tardes cogidas...».
Partiendo de esa base, y asumiendo que el fenómeno de la sobreestimulación de los niños también en vacaciones no es masivo aunque sí creciente, los expertos en la materia también ponen por delante otra realidad antes de entrar a fondo en el debate: «Es cierto que hoy en día las cosas han cambiado mucho: antes por ejemplo había más madres que estaban en casa y ahora trabajan ambos, y en ocasiones con horarios que complican mucho más las cosas cuando hay niños», reflexiona el profesor del colegio de Las Esclavas Juan José Bonor. Es decir, que hay que buscar actividades alternativas que sirvan para ocupar el tiempo de los más pequeños mientras los padres trabajan.
Hay otro dato relevante: «Estar en la calle jugando todo el verano tampoco es igual que antes. Los padres nos hemos vuelto muy inseguros con respecto a nuestros hijos por los problemas que percibimos en el exterior, y esos miedos se proyectan en la libertad que les damos a los niños», añade la psicóloga escolar Remedios Aranda. Sin embargo, ambos fenómenos no pueden ocultar otro -este sí masivo- que los tres profesionales ponen sobre la mesa y que puede ser contraproducente para los niños: «La mayoría de los padres están obsesionados por que sus hijos estén constantemente haciendo 'algo'». Ahí es donde está el problema.
Aburrimiento
¿Por qué es bueno?
Precisamente esa actitud por parte de los padres ha añadido aún más connotaciones negativas al hecho de aburrirse. Y eso no sólo no es malo, sino que es recomendable en vacaciones. «Los niños han perdido esa noción. Están acostumbrados a que el adulto esté constantemente pendiente de ellos; cuando aburrirse en realidad fomenta la creatividad y por lo tanto la inteligencia», lamenta Aranda. «Ahí es cuando se activa el chip en los chavales», añade Bonor, quien insiste en que, lejos de ser un estigma, el aburrimiento es «primordial». De esta forma, por ejemplo, los chicos aprenden a (re)dirigir su atención a estímulos que normalmente pasan por alto el resto del año, se esfuerzan por relacionarse se otra manera con los objetos que les rodean y abren extraordinariamente el abanico de posibilidades de entretenimiento con actividades en las que en otros casos no habrían reparado. «¿Por qué no se puede dejar que pase el tiempo mirando un paisaje?», se pregunta el profesor.
Campamentos de verano
¿Cuál es el más adecuado?
Los campamentos de verano son la alternativa más frecuente cuando se trata de que el niño ocupe el tiempo libre en vacaciones y a la vez los padres puedan cumplir con sus obligaciones laborales. La opción es incluso deseable cuando el programa incluye actividades al aire libre y fomenta la relación del menor con otros niños de su edad. Pero ojo con la intensidad del programa y con la exigencia, caso de los campamentos de inmersión lingüística donde los pequeños tienen que 'funcionar' en otro idioma y eso implica un esfuerzo extra que no les deja relajarse. «En ningún caso pueden tener el mismo nivel de estrés que se da en el curso escolar: los niños tienen que disfrutar del hecho de que se están divirtiendo en otro idioma, y nada más», insiste Aranda.
La especialista recomienda, además, que las actividades del campamento sean del gusto de los niños: «No compensa en absoluto que el niño esté sufriendo, porque además este malestar se contagia al resto del grupo». A cambio, la psicóloga escolar recuerda que «los padres tienen la obligación de dejar al niño que pruebe, y que se establezca una especie de negociación en la que el niño se comprometa con la actividad durante un tiempo determinado para ver si realmente le gusta». Aranda pone un ejemplo: «No tiene ningún sentido que unos padres obliguen a su hijo a ir a un campamento de vela si el niño pasa frío o se marea». Ahí -ojo- el efecto que persiguen estos campamentos puede ser el contrario y hacer que el menor desarrolle una fobia innecesariamente.
Sólo como pequeñas rutinas
Ojo con los deberes de refuerzo
En general, los especialistas están de acuerdo en que las vacaciones están para descansar, aunque en este capítulo concreto se da la curiosa paradoja de que muchos de los padres que se quejan durante todo el año del exceso de deberes que llevan sus hijos a casa insisten en 'reforzar' lo aprendido durante el curso con más tareas. Pero es justo lo contrario: ni refuerzos, ni deberes, ni academias. Salvo excepciones, claro. Para las que no lo son, Amparo Romero recomienda establecer ciertas rutinas, pero no necesariamente relacionadas con la obligación de que el-niño-tenga-que-hacer-deberes, sino con el hecho de que el chaval sea capaz de establecer nuevas rutinas «y responsabilizarse de sus cosas, entre las que también se incluyen las tareas de casa».
En lo educativo, pone un ejemplo que ella misma aplica en su consulta cuando recibe a padres y a hijos: «Los suelo citar después de las notas y así el niño puede implicarse también en la organización de su verano. Normalmente ellos son conscientes de las tareas que deben reforzar y ellos mismos lo piden, aunque tampoco se debe ser muy estricto». Una buena planificación incluiría, por ejemplo, «una media hora al día, después del desayuno o a la hora de la siesta que están más tranquilos», sugiere la especialista.
Otros, sin embargo, defienden que «no hay que reforzar nada en verano». La contundencia con la que se expresa Bonor está avalada por la experiencia de ver a niños «que ya llegan al cole en septiembre agotados». Es más, el profesor añade que si se abusa de este tipo de tareas de refuerzo «estamos adelantando situaciones que no se corresponden con la evolución madurativa del niño». «Y ese desarrollo natural hay que respetarlo en vacaciones», añade el docente. A cambio, Bonor ha elaborado con sus alumnos de 3º de Primaria una lista actividades lúdicas para las vacaciones con las que de paso aprenden: montar un puestecillo con los amigos y echar las cuentas de las cantidades que se venden, probar distintos tipos de helado y hacer una comparativa en una papel, buscar con lupa insectos en el campo, preparar un juego de la búsqueda del tesoro con pistas o pintar una camiseta...
Sólo hay un 'deber' imprescindible con el que todos los expertos coinciden: la lectura. Ahí está la base de todo lo que viene después, con la comprensión y la imaginación como pilares de referencia. Eso sí: hay que apostar por lecturas acordes con la edad de cada niño y que además se adapten a sus gustos; de hecho lo ideal es que sean ellos los que las elijan.
Nuevas tecnologías
En el curso se controlan; en verano, no
En este capítulo se da un fenómeno curioso que enuncia Amparo Romero: «Durante el curso los padres tienen muy controlado el tema de las 'maquinitas' y las nuevas tecnologías, con normas estrictas que limitan mucho el acceso del niño a lo digital, sobre todo entre semana. Sin embargo durante las vacaciones estas pautas se relajan». Y eso está relacionado, precisamente, con «no querer que el niño se aburra». De hecho, para muchos padres supone un «auténtico alivio» que su hijo se entretenga más de la cuenta frente a la pantalla de un ordenador o de un móvil, una actitud sobre la que sin embargo habría que establecer ciertos límites.
La psicóloga especialista en clínica propone, en este sentido, que ambas partes lleguen a un acuerdo -«una especie de contrato», dice- en la que se establezcan las normas de uso también en vacaciones. «Si hay que hacer tareas o colaborar con las cosas de la casa no se utilizan; tampoco por ejemplo a la hora de la comida, o a partir de cierta hora por la noche», sugiere Romero, quien añade que también en este supuesto los mayores tienen que predicar con el ejemplo: «De nada sirve que se prohíba el móvil cuando estamos sentados a la mesa si nosotros somos los primeros que no nos despegamos de él».
Los abuelos como plan 'B'
Sobrecarga para ellos, falta de estímulo para el niño
Es un hecho incontestable que a veces no hay más remedio que recurrir a los abuelos para que atiendan al niño mientras los padres trabajan, pero habría que recordar que las vacaciones lo son para todos. «No podemos sobrecargarlos y convertirlos en cuidadores a diario, porque eso genera en los abuelos una carga de estrés importante», observa Romero. Como en todo, también en este caso hay que tratar de encontrar el término medio: «Por supuesto los abuelos aportan unos lazos afectivos que son un regalo que ningún niño debería perderse», insiste la especialista, pero de ahí a que eso se convierta en una carga media un abismo.
El resultado, además, es contraproducente para ambas partes, con abuelos «sobrecargados y quejosos cuando llegan los padres por la actitud que ha tenido el niño durante el día» y chavales que en muchos casos «se ven encerrados en casa de unos abuelos que por diversas razones no están capacitados para enlazar unas actividades con otras, de modo que los niños se vuelven más irritables». Y ese tipo de problemas, al final, terminan pesando en las vacaciones. En las de todos.

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