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EL SAMARITANO DE LA PLAZA MENORCA

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Antonio Montero denuncia la atención médica recibida por un indigente al que buscó techo y comidaA

El samaritano de la plaza Menorca
Antonio Montero señala el banco de la plaza Menorca en el que encontró a José, el sintecho al que ayudó. :: P. R.
Asegura que la etiqueta de samaritano le viene grande, pero su historia es una parábola imprescindible en estos tiempos de crisis. Antonio Montero evita darse importancia. Con rictus serio explica que solo quiere saber qué ha pasado con José, un sintecho al que ayudó en la plaza de Menorca hace unos días y cuya atención médica, señala, no fue muy acertada. Sin más datos que su nombre y su aspecto físico, este granadino busca al indigente que temblaba de frío unas calles más allá de la cervecería que regenta.
Cuenta que eran las tres y algo cuando lo vio por primera vez entre los bancos de la plazoleta. «Cojeaba de una pierna y apenas podía moverse», describe. José acababa de salir de un comedor social donde había recogido algo de alimento y buscaba una peluquería de la zona en la que le iban a cortar el pelo y afeitar de forma gratuita. «Había venido aquí con un teléfono y un nombre, y lo único que quería era llegar para poder adecentarse un poco», explica.
Ante el mal estado que presentaba, Antonio le sugirió que si seguía por la zona por la noche y quería cenar, no tendría inconveniente en traerle un plato de comida. «Era evidente que se encontraba mal y lo más oportuno era ofrecerle lo que pudiera para ayudarle», asegura.
Entre ese momento y la noche, José logró encontrar la peluquería y volver de nuevo a los bancos de la plaza de Menorca. Allí lo volvió a ver Antonio Montero por la noche, al filo de las 21.30. «Estaba en uno de los bancos, temblando por el frío, así que traté de buscarle acomodo bajo techo para que al menos estuviera resguardado del viento», explica. Con un brazo sobre el cuello y muy lentamente, ambos atravesaron la plaza hasta un pasaje de vecinos cercano a los bancos.
Allí, delante de la puerta de un bloque y sobre una losa gastada de piedra blanca, José aguardó la cena que Antonio le brindó. «Tenía problemas para masticar, así que mi mujer le sacó un plato de garbanzos y se lo pasó a puré para que no tuviera problemas», recuerda.
Mantas y ropa de abrigo
Estando eso, dos jóvenes se acercaron a José para buscarle sitio en algún cajero. «Por la pinta que llevaban temí que pudieran hacerle daño, pero cuando me acerqué vi que ambos chavales estaban intentando ayudarle; algo que no habían hecho muchos otros que habían pasado por allí sin mirarle», destaca.
Con la caída de la noche, las perspectivas para José eran malas. Antonio le trajo una manta que tenía en su cervecería y le bajó ropa antigua para que pudiera abrigarse. «No dejaba de temblar por el frío», confirma Antonio.
Sobre las diez, contactó con Cáritas. La organización mostró interés en el caso, pero no logró encontrarle espacio en sus centros. Antonio tomó la decisión entonces de llamar a la Policía Local para que se personara en el lugar. Los agentes llegaron rápidamente y cumplieron con el protocolo habitual. «Le preguntaron si requería asistencia y José les contestó que sí, así que intentaron buscarle una cama en uno de los centros municipales».
No hubo suerte. Con todas las camas ocupadas, a José no le quedaba otra salida que dormir en la calle. Tras esto, Antonio reparó de nuevo en la pierna y se puso en contacto con la Cruz Roja para tratar de aminorar al menos su dolor.
La organización envió rápidamente una ambulancia que confirmó el mal estado de salud del indigente. Su pierna estaba inflamada y el dolor le impedía caminar. La decisión fue trasladarle a Urgencias para que fuera atendido con más calma. «Les di mi número de teléfono para saber qué pasaría con él después. Eran las 23.45 cuando la ambulancia salió de la plaza. Lo recuerdo perfectamente», señala.
«Huele mal»
Antonio Montero hace hincapié en la hora. Asegura que es importante para comprenderlo todo. «Casi no me dio tiempo a volver a casa cuando recibí la llamada del hospital. Eran las 00.10 cuando me informaron de que acaba de ser dado de alta», señala con indignación mientras muestra el número del centro en la pantalla de su teléfono.
La llamada, realizada por una empleada de Urgencias del Hospital de Traumatología, confirmaba que el enfermo presentaba una lesión en la pierna y que se le había dejado ir ya. La rapidez extrañó a Antonio. «Nos dijo que se había actuado así porque estaba en una sala con otros pacientes y olía mal», critica.
La Delegación Territorial de Salud no ha mencionado la llamada, pero ha hecho hincapié en que fue tratado de la misma manera que el resto de pacientes que recibió asistencia médica aquella noche. Respecto a las lesiones, ha confirmado que el sintecho presentaba un traumatismo mal curado en una pierna. Un doctor le suministró analgésicos, lo habitual en este tipo de heridas y firmó el alta hospitalaria del indigente a las dos de la madrugada.
José abandonó Traumatología aquella noche y Antonio Montero continúa buscándolo aún hoy. «Quisiera poder ayudarle a encontrar un sitio donde vivir», concluye.

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