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LA "PEQUEÑA" NO SE RINDE

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La 'pequeña' no se rinde
  • Carla Suárez acaba de proclamarse la sexta mejor tenista del mundo. De las más bajitas del circuito, sigue siendo la chica buena y humilde que hace 16 años dejó Las Palmas para cumplir su sueño

Cuando las cosas se complican, a Carla Suárez (Las Palmas de Gran Canaria, 27 años) los nervios se le ponen en la barriga. Es más que probable que el sábado en las pistas de Doha después de que Ostapenko la ganara 1-6 el primer set, se le revolviera hasta el alma. Lo bueno, por si alguien tenía alguna duda, es que a la canaria le sobra fe, capacidad de trabajo, resistencia y coraje. El aliño perfecto para remontar y convertir a una jovencita con un talento inmenso en la campeona del torneo. Carla dejó la capital de Catar mirando el mundo de otra manera. Desde luego, las cosas no se ven igual cuando una se sabe la sexta mejor tenista del mundo.
Es probable que ahora, mientras su teléfono echa humo acumulando felicitaciones, recuerde el día en que, con nueve años, su madre la llevó de la mano al Parque de Buenavista y se la encomendó a Alfonso Pérez, por entonces uno de los mejores tenistas de la cantera grancanaria. Aquel día de 1997, sin siquiera sospecharlo, su vida cambiaría para siempre. «Pusieron la especialidad de tenis en el colegio y me apunté. Primero jugaba dos días a la semana, luego tres y finalmente todos los días. A los once años tuve que elegir entre el baloncesto y el tenis y me decidí por la raqueta», ha contado más de una vez cuando le preguntan cómo empezó todo.
De aquella época aún conserva, además de ese revés a una mano que levanta pasiones, un amor incondicional por el baloncesto, una fe inquebrantable en el Gran Canaria y un entusiasmo incapaz de disimular por los Lakers. «Claro que me levanto de madrugada para verles. Pero no soy de los Lakers por lo de Gasol. Soy de ellos desde la época de Shaquille y Kobe».
En tres años se convertiría en campeona de Europa en la categoría alevín y llegaría el momento de hacer las maletas e instalarse en Barcelona. Carla tuvo que dejar su casa en Las Palmas; a Loli, su madre, una exgimnasta profesora de Educación Física, que la acompaña siempre que puede a los torneos; y a José Luis, su padre, un agente inmobiliario que todavía hoy es incapaz de controlar los nervios cuando su niña juega un partido. Para entonces, ya era evidente que Carla tenía madera de campeona.
Xavi Budó, su entrenador desde que llegó a la Ciudad Condal, aún recuerda el domingo que sonó el teléfono a las nueve de la mañana. «Era el padre de Carla para decirme que querían que trabajara con ella. Pocos días después nos reunimos. Ella tenía la ilusión de llegar a ser profesional. Yo les contesté que el objetivo sería llegar a ser ‘top ten’ y ganar un gran slam. Sin duda, lo ocurrido en Doha ha sido la culminación de un sueño».
Budó, que cuando se le pregunta cómo es su pupila encadena un piropo tras otro, asegura que es la combinación perfecta de trabajo y talento, y que es ese cóctel el que la ha colocado entre las más grandes a pesar de tener que echar el resto para contrarrestar los veinte centímetros que la separan de la gran mayoría de sus contrincantes. Con su 1,62, la canaria, entre las más bajitas del circuito, debe plantar cara al batallón de jirafas que pueblan la WTA; desde Garbiñe Muguruza, su compañera en dobles, que mide 1,82; hasta Sharápova, a dos centímetros de alcanzar el 1,90. Xavi mantiene que contra eso solo se puede luchar a base de rapidez y potencia para contrarrestar; buscando recursos técnicos y, sobre todo, trabajando el aspecto mental. Y la receta parece estar dando resultado. Después de encadenar varias derrotas en 2015, ha comenzado el año con fuerzas renovadas . «Aunque en la pista es un humano luchando contra gigantes, suple con entrega y coraje su falta de altura. Lo suyo es puro talento, pura calidad y puro trabajo», asegura el periodista Victorio Calero, especialista en tenis y colaborador de la Agencia Colpisa.
«Es un encanto»
Ángel Cotorro, médico de la Federación Española de Tenis, la conoce desde que tenía 12 años y no disimula su simpatía por una jugadora «dedicada en cuerpo y alma al tenis», que encontró en Barcelona una fantástica rutina de trabajo que la ha llevado hasta dónde esta ahora. «Es un encanto. Una chavala muy educada, muy ordenada en su trabajo; tímida pero realmente divertida cuando tiene confianza. Cuando todo el mundo se alegra de que ganes, es por algo», sentencia el doctor, que lleva años velando por una generación de tenistas que ya ha pasado a la historia.
Todo son halagos hacia el buen carácter de Carla, que en cuanto termina un partido se quita las zapatillas y se calza las chanclas, posiblemente queriendo sentirse más cerca de casa, de su hogar y de las playas de sus queridas islas canarias. No esconde lo mucho que le gustan Brad Pitt y Josh Hartnett y tampoco olvida la primera vez que jugó en la Pista Central de Roland Garros ante Amelie Mauresmo con su madre en la grada. «Carla siempre dice que ese partido está entre sus mejores recuerdos. Ni siquiera llevamos ropa suficiente. La idea era jugar un par de partidos y volvernos. Cuando llegó a cuartos de final, después de ganar a Mauresmo, estaba como loca. No teníamos ropa para aguantar veintitantos días y andábamos todo el tiempo en la lavandería. Sin duda, fue fantástico para todos», recuerda Budó.
Casi una década después, la niña que con diez años soñó que ganaba Roland Garros, está cada día más cerca de cumplir su sueño.

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