LAS ÚLTIMA CALADAS.
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5 años después de la prohibición de fumar en los bares, llegan más vueltas de tuerca. La más visual es que las advertencias sanitarias ocuparán casi toda la cajetilla
Antonio Muñoz Molina no habría llegado a ser la figura literaria que es sin el tabaco,
un cómplice sin el que «yo no había escrito ni una sola línea». Cuando
nació el novelista jienense, a mediados de 1950, se empezaban a oír los
primeros informes sobre los riesgos del humo. Pero era predicar en el
desierto. Se fumaba en las oficinas, las aulas, los hospitales y hasta
en la consulta del médico. No fumar era lo excepcional. Algo que nunca
habrían hecho Lauren Bacall y Philip Marlowe.
Tendrían que llegar los años noventa para que el autor de ‘El invierno en Lisboa’ se convirtiera en un converso antitabaco. El primer día sin encender un pitillo fue como «si el tiempo no tuviera puntos ni comas, falto de la pauta que marcaba el tabaco», relató en su blog ‘Visto y no visto’. Pero fue capaz de fabular sin nicotina en ‘Nada del otro mundo’, su primer relato del día después. «Qué raro parece ahora haber fumado: qué alivio comer en un pequeño restaurante sin salir de él con la ropa y el pelo impregnados de ese olor que durante tantos años me envolvió sin que yo lo notara».
Igual de raro podría ser en breve para los cultivadores de tabaco españoles. Estos primeros días de marzo deben de comenzar a preparar los semilleros para ver crecer las plantas en la comarca abulense de Candeleda. Quedan apenas 50 agricultores del millar que llegaron a ser en los años 70. Pero el tabaco tiene cada vez más enemigos y han recibido un mazazo que puede ser definitivo. La empresa semipública que les compra las labores (Cetarsa) y luego las lleva a las fábricas solo les garantiza el 50% de los 230.000 kilos que suelen producir. Con cada uno, la industria fabricaba 100 cajetillas de tabaco. La compañía les ha borrado de su lista de proveedores para 2017. «Dicen que tienen sin vender la cosecha del año pasado. Pero no lo aceptamos porque hasta ahora hacían mucho dinero con nuestras plantas», se queja el presidente de los cultivadores de Ávila, Félix Plaza. A sus fincas no han llegado ni las semillas. Similares temores se escuchan en Cáceres, Granada y Canarias, los últimos lugares con plantaciones.
En enero se cumplieron cinco años de la última vuelta de tuerca de la demonización pública del tabaco. Quedó proscrito de lugares públicos: bares, restaurantes, hospitales y colegios y sus alrededores. La aplicación de nuevos impuestos entre 2011 y 2013 hasta convertirlo en el producto de consumo más regulado (80% del precio final son tasas) y la crisis han hecho el resto. «Nos han dado una vuelta de tuerca tras otra –remacha el portavoz de Altadis, el último fabricante nacional, Miguel Ángel Martín–. Parece imposible pero la presión antitabaco lo logra. Es el cuento de nunca acabar».
El ‘humo’ de la estigmatización social atiza el ‘fuego’ que está quemando un sector que llegó a representar el 16% de la riqueza nacional en el siglo XIX, cuando España aún presumía de abrir las rutas que trajeron el tabaco americano cinco siglos atrás. Por si le faltaban enemigos al vicio, la irrupción del Califato Islámico y su prohibición de fumar han arruinado los mercados alternativos de Oriente Medio y parte de Asia.
En diciembre, saldrán de la fábrica de Altadis de Logroño los últimos paquetes de ‘Fortuna’, ‘Ducados Rubio’, ‘Nobel’ (rubio) o ‘Ducados’, ‘Habanos’ y ‘BN’ (negro). «En 16 años habrán desaparecido 12 fábricas y 6.000 empleos», calcula su portavoz. Solo quedará la planta de elaboración de puros de Santander.
Lo sorprendente es que la tasa de fumadores apenas ha descendido un 2% en estos cinco años y se mantiene en el 23%. Y que en 2015, las ventas de tabaco remontaron las caídas anteriores y rozaron los 12.000 millones (0,46% de subida). Pero el último fenómeno que le faltaba a la «tormenta perfecta» que amenaza al sector es el tráfico ilegal, las fábricas clandestinas y el contrabando. «Es el gran beneficiado y está alimentando a las mafias», advierte Palomo.
Tendrían que llegar los años noventa para que el autor de ‘El invierno en Lisboa’ se convirtiera en un converso antitabaco. El primer día sin encender un pitillo fue como «si el tiempo no tuviera puntos ni comas, falto de la pauta que marcaba el tabaco», relató en su blog ‘Visto y no visto’. Pero fue capaz de fabular sin nicotina en ‘Nada del otro mundo’, su primer relato del día después. «Qué raro parece ahora haber fumado: qué alivio comer en un pequeño restaurante sin salir de él con la ropa y el pelo impregnados de ese olor que durante tantos años me envolvió sin que yo lo notara».
Igual de raro podría ser en breve para los cultivadores de tabaco españoles. Estos primeros días de marzo deben de comenzar a preparar los semilleros para ver crecer las plantas en la comarca abulense de Candeleda. Quedan apenas 50 agricultores del millar que llegaron a ser en los años 70. Pero el tabaco tiene cada vez más enemigos y han recibido un mazazo que puede ser definitivo. La empresa semipública que les compra las labores (Cetarsa) y luego las lleva a las fábricas solo les garantiza el 50% de los 230.000 kilos que suelen producir. Con cada uno, la industria fabricaba 100 cajetillas de tabaco. La compañía les ha borrado de su lista de proveedores para 2017. «Dicen que tienen sin vender la cosecha del año pasado. Pero no lo aceptamos porque hasta ahora hacían mucho dinero con nuestras plantas», se queja el presidente de los cultivadores de Ávila, Félix Plaza. A sus fincas no han llegado ni las semillas. Similares temores se escuchan en Cáceres, Granada y Canarias, los últimos lugares con plantaciones.
En enero se cumplieron cinco años de la última vuelta de tuerca de la demonización pública del tabaco. Quedó proscrito de lugares públicos: bares, restaurantes, hospitales y colegios y sus alrededores. La aplicación de nuevos impuestos entre 2011 y 2013 hasta convertirlo en el producto de consumo más regulado (80% del precio final son tasas) y la crisis han hecho el resto. «Nos han dado una vuelta de tuerca tras otra –remacha el portavoz de Altadis, el último fabricante nacional, Miguel Ángel Martín–. Parece imposible pero la presión antitabaco lo logra. Es el cuento de nunca acabar».
Más presión al tabaco
Pero se equivoca. El 20 de mayo entrará en vigor en España la nueva
ley europea, que obligará a destinar dos tercios de las cajetillas a
advertir de los riesgos del tabaco, eliminará los cigarrillos de sabores
(primero los de fresa y vainilla y en 2021, los mentolados), prohibirá
atribuir propiedades como light o suave a los pitillos y acabará con
cualquier atisbo de promoción para el consumo. «Nos van a expropiar el
derecho de explotación de una marca industrial. Hemos llegado al límite
de lo que se puede regular», lamenta el director general de la
Asociación Empresarial del Tabaco (ADELTA), Juan Palomo. Por contra, al
Comité Nacional para la Prevención del Tabaquismo (CNPT) no le parece
suficiente y reclama la implantación del «etiquetado genérico», una
especie de marca blanca o cajetilla neutra que desplace a los colorines
de los envases actuales. Algo que ya funciona en Australia, han aprobado
en Reino Unido y estudian en Francia y Finlandia. La presidenta de ese
Comité, la cardióloga Regina Dalmau, cree que la ley supuso «un cambio
en la percepción social del tabaco, pero en los últimos cinco años no se
ha hecho casi nada más».El ‘humo’ de la estigmatización social atiza el ‘fuego’ que está quemando un sector que llegó a representar el 16% de la riqueza nacional en el siglo XIX, cuando España aún presumía de abrir las rutas que trajeron el tabaco americano cinco siglos atrás. Por si le faltaban enemigos al vicio, la irrupción del Califato Islámico y su prohibición de fumar han arruinado los mercados alternativos de Oriente Medio y parte de Asia.
En diciembre, saldrán de la fábrica de Altadis de Logroño los últimos paquetes de ‘Fortuna’, ‘Ducados Rubio’, ‘Nobel’ (rubio) o ‘Ducados’, ‘Habanos’ y ‘BN’ (negro). «En 16 años habrán desaparecido 12 fábricas y 6.000 empleos», calcula su portavoz. Solo quedará la planta de elaboración de puros de Santander.
Lo sorprendente es que la tasa de fumadores apenas ha descendido un 2% en estos cinco años y se mantiene en el 23%. Y que en 2015, las ventas de tabaco remontaron las caídas anteriores y rozaron los 12.000 millones (0,46% de subida). Pero el último fenómeno que le faltaba a la «tormenta perfecta» que amenaza al sector es el tráfico ilegal, las fábricas clandestinas y el contrabando. «Es el gran beneficiado y está alimentando a las mafias», advierte Palomo.
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