EL MUNDO EN UNA COPA GRANADA HOY
Internacional. No hay nada mejor que una buena inmersión
en un mundo de vinos para darse cuenta de que el vino es un mundo
ESCRIBO estas líneas de vuelta de la feria de vinos más
prestigiosa del mundo: Vinexpo Burdeos. Creada en 1981 por la Cámara de
Comercio e Industria de la capital de Aquitania, Vinexpo es un evento
clave para los principales operadores internacionales de la industria
del vino y de las bebidas alcohólicas. Este evento bienal es un
verdadero y excepcional escaparate para los productos de todo el mundo.
Vinexpo es visitado por compradores de los cinco continentes y es el
corazón de los mayores productores de vinos de calidad del planeta. Se
trata de una feria con un elevado componente de imagen, idónea para las
empresas con buena distribución internacional y con productos
competitivos por su calidad. Los visitantes son estrictamente
profesionales y el esfuerzo constante de la feria para atraer la
atención de los grandes compradores de los mercados mundiales ha elevado
la categoría de dichos visitantes al más alto nivel. Según los datos
hechos públicos por la organización, la cifra de negocios de la última
edición en 2013 fue de 420.000 millones de dólares. Todo el que es
alguien o algo en el mundo del vino pasa por Vinexpo.
La actividad es febril por pasillos, entre pabellones… Si siempre hay que ir a una feria con las citas predeterminadas y los objetivos bien definidos, ir a Vinexpo necesita de una seria planificación: es imposible verlo todo, degustarlo todo… Hay que elegir y eso es lo más difícil para visitantes como yo, que lo que buscamos es aprender y descubrir cosas nuevas. Y ¡¡¡oh, cuando ese descubrimiento se produce!!! 'Taste the unexpected' ("Cata lo inesperado") era el lema de la feria de este año. No es fácil sorprendernos a los profesionales que catamos miles de vinos al año -y lo de miles de vinos no es una forma de hablar-. Cuando has probado tantos estilos, marcas, orígenes… y encuentras esa perla rara que te pone la piel de gallina al meter la nariz en la copa, tu cerebro se pone a funcionar y te preguntas "¿qué es esto tan rico?", esa sensación no tiene precio.
Primero eliges el stand, bueno, el rincón del mundo: ¿me voy a Francia? ¿A Italia? ¿A California? ¿A Georgia? ¿A Australia? La vuelta al mundo en 50 o 60 vinos diarios, probados, comentados, compartidos… Desgraciadamente no bebidos, pero siempre serán recordados. Una vez llegada al paraíso elegido, ordenas tus preferencias y empieza la degustación. La primera toma de contacto con el vino es la fase visual y mis expectativas comienzan a ampliarse sobre qué encontraré en la copa. Adivina, adivinanza… La capa, el color y la textura, me permiten vaticinar un puñado de precipitadas opciones. Al acercármelo a la nariz, el vino en su tranquilidad, me permite escrutar su complejidad y me provoca de manera descarada para que lo despierte a través de la agitación de la copa. En este punto, él también me despierta a mí con un torrente de aromas que se van desprendiendo en pequeñas dosis. Y entonces mi cerebro solo me pide una cosa: que me lo lleve a la boca. Poco a poco voy tomando conciencia del ejercicio en el que estoy inmersa y lo llevo a los labios. La sensación táctil, la temperatura y su densidad… Al fin llegamos a un entendimiento entre ambas partes: me seduce o no. Incluso hay vinos que, en cierto modo, me han ido cambiando la vida: empezando por aquel vino, mi primer Châteauneuf du Pape (Ródano, Francia), que probé allá por el año 89 y que me descubrió un mundo de potencia sabiamente domada y transformada en elegancia; pasando por un Château Margaux (AOC Margaux) que hizo que me enamorara de Burdeos (aunque mi preferencia en esta región confieso que está entre los 'tres santos': Saint Émilion, Saint Stéphe y Saint Julien, para mí el triángulo perfecto de tres denominaciones francesas del bordelés); y llegando a un maravilloso Pinot Noir de Oregon (EEUU) capaz de hacer sonrojarse a muchos borgoñones.
Este año en Vinexpo, ¿cómo elegir?: después de descubrir algunas novedades españolas (muy rico el Cherdonnay de Cádiz de Vicente Taberner, el nuevo rosado de Chivite y un lujazo, como siempre, Aurus y Calvario de Miguel Ángel de Gregorio), me voy a la sobriedad opulenta de los champagnes Pol Roger; al estilo desenfadado y elegante de dos jóvenes vitivinicultores del bordelés: Edouard Desplat con su Primo de Château La Clide (AOC Saint Émilion Grand Cru Clasé)y Christophe Bardeau con su Cuvée Rose Camille (AOC Pomerol); a la explosión casi obscena de unos maravillosos Tanats uruguayos; a la calidez de los vinos californianos influidos por un Pacífico salvaje y una mano dulce educada en Europa… Cada vino hace que me replantee gustos, conceptos… No hay un vino preferido en el absoluto. Sería imposible. Hay un vino perfecto para un momento determinado, de un día determinado y con una compañía determinada. O en soledad.
La actividad es febril por pasillos, entre pabellones… Si siempre hay que ir a una feria con las citas predeterminadas y los objetivos bien definidos, ir a Vinexpo necesita de una seria planificación: es imposible verlo todo, degustarlo todo… Hay que elegir y eso es lo más difícil para visitantes como yo, que lo que buscamos es aprender y descubrir cosas nuevas. Y ¡¡¡oh, cuando ese descubrimiento se produce!!! 'Taste the unexpected' ("Cata lo inesperado") era el lema de la feria de este año. No es fácil sorprendernos a los profesionales que catamos miles de vinos al año -y lo de miles de vinos no es una forma de hablar-. Cuando has probado tantos estilos, marcas, orígenes… y encuentras esa perla rara que te pone la piel de gallina al meter la nariz en la copa, tu cerebro se pone a funcionar y te preguntas "¿qué es esto tan rico?", esa sensación no tiene precio.
Primero eliges el stand, bueno, el rincón del mundo: ¿me voy a Francia? ¿A Italia? ¿A California? ¿A Georgia? ¿A Australia? La vuelta al mundo en 50 o 60 vinos diarios, probados, comentados, compartidos… Desgraciadamente no bebidos, pero siempre serán recordados. Una vez llegada al paraíso elegido, ordenas tus preferencias y empieza la degustación. La primera toma de contacto con el vino es la fase visual y mis expectativas comienzan a ampliarse sobre qué encontraré en la copa. Adivina, adivinanza… La capa, el color y la textura, me permiten vaticinar un puñado de precipitadas opciones. Al acercármelo a la nariz, el vino en su tranquilidad, me permite escrutar su complejidad y me provoca de manera descarada para que lo despierte a través de la agitación de la copa. En este punto, él también me despierta a mí con un torrente de aromas que se van desprendiendo en pequeñas dosis. Y entonces mi cerebro solo me pide una cosa: que me lo lleve a la boca. Poco a poco voy tomando conciencia del ejercicio en el que estoy inmersa y lo llevo a los labios. La sensación táctil, la temperatura y su densidad… Al fin llegamos a un entendimiento entre ambas partes: me seduce o no. Incluso hay vinos que, en cierto modo, me han ido cambiando la vida: empezando por aquel vino, mi primer Châteauneuf du Pape (Ródano, Francia), que probé allá por el año 89 y que me descubrió un mundo de potencia sabiamente domada y transformada en elegancia; pasando por un Château Margaux (AOC Margaux) que hizo que me enamorara de Burdeos (aunque mi preferencia en esta región confieso que está entre los 'tres santos': Saint Émilion, Saint Stéphe y Saint Julien, para mí el triángulo perfecto de tres denominaciones francesas del bordelés); y llegando a un maravilloso Pinot Noir de Oregon (EEUU) capaz de hacer sonrojarse a muchos borgoñones.
Este año en Vinexpo, ¿cómo elegir?: después de descubrir algunas novedades españolas (muy rico el Cherdonnay de Cádiz de Vicente Taberner, el nuevo rosado de Chivite y un lujazo, como siempre, Aurus y Calvario de Miguel Ángel de Gregorio), me voy a la sobriedad opulenta de los champagnes Pol Roger; al estilo desenfadado y elegante de dos jóvenes vitivinicultores del bordelés: Edouard Desplat con su Primo de Château La Clide (AOC Saint Émilion Grand Cru Clasé)y Christophe Bardeau con su Cuvée Rose Camille (AOC Pomerol); a la explosión casi obscena de unos maravillosos Tanats uruguayos; a la calidez de los vinos californianos influidos por un Pacífico salvaje y una mano dulce educada en Europa… Cada vino hace que me replantee gustos, conceptos… No hay un vino preferido en el absoluto. Sería imposible. Hay un vino perfecto para un momento determinado, de un día determinado y con una compañía determinada. O en soledad.
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