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25 hombres, el 40% exreclusos, hacen sus terapias en el centro Buenos Aires, donde también acuden médicos o abogados en ejercicio para dejar las drogas
Manuel, David, Raúl y Sergio se sientan alrededor de una mesa a
hablar a corazón abierto sobre su pasado, trufado –salvo en el caso del
último de ellos, el más joven– de delitos contra la salud pública, años
de cárcel, consumos individuales de hasta 5.000 euros al mes en cocaína y
de enganche descontrolado a sustancias tóxicas que han contaminado
hasta límites temerarios sus existencias y las de sus familias. Narran
sus vivencias rodeados de una naturaleza bucólica, la que circunda el
Cortijo Buenos Aires, cerca de Huétor Santillán, con sosegantes vistas a
Sierra Nevada
que contrastan con el caos existencial de estos hombres. Después de
dormir en la calle, de traficar o de consumir sustancias ilegales hasta
dar con sus huesos en la cárcel decenas de veces, ahora luchan con
fuerza para dejar atrás ese maldito pasado. Desde hace semanas cuidan de
un invernadero, hacen tareas domésticas, tienen horarios fijos, se
preparan para el mercado laboral y un grupo de psicólogos les ayuda a ir
al meollo de sus vidas y sanar mentalmente todos aquellos
desequilibrios que los abocaron a la desgracia durante tantos años.
En el Cortijo Buenos Aires, un centro público de desintoxicación de la Junta de Andalucía con 25 años de historia, Manuel, David, Raúl y Sergio –que participan voluntariamente en el reportaje– recibieron hace pocas semanas la visita de 40 individuos que, como ellos, conocieron el infierno, se codearon con los demonios de la droga, vivieron tras los barrotes y... lograron limpiarse para siempre y hacer vida normal después de proponérselo y pasar unos cinco meses en esta comunidad terapéutica granadina.Aquella charla con exusuarios del centro plenamente reinsertados les sirvió, más si cabe, que un encuentro con sus propias familias. Representaban la esperanza en carne y hueso.
Ante ella, con sosiego y esperanza, ya que en dos o tres días recibirá el alta terapéutica, Raúl, de 37 años, narra que tiene dos hijos de dos madres diferentes, con las que se lleva bien, y que cuando obtiene permisos se deshace en cuidar a sus retoños. «Los llevo a deporte, al colegio... me gusta eso», cuenta con orgullo. El gaditano trata de suplir así los huecos de su propia biografía: a los nueve años, Raúl se quedó huérfano de madre, cuando ni siquiera conocía a su padre, que abandonó a la familia. Con 18 años, ya estaba tonteando peligrosamente con las drogas.Ahora ya acumula siete años de cárcel. En prisión se sacó el título de monitor deportivo y trabajó como tal. Eso le ha permitido cobrar el paro y pagar la pensión de sus críos. «Ahora solo recibo la ayuda de 400 euros.A ver si encuentro trabajo», espeta.
Sus compañeros atienden a las palabras de Raúl, de aspecto impoluto y agraciado, no se le adivinaría un pasado tan tortuoso sino fuera por algunas cicatrices en los brazos. Él reconoce que se llegó a gastar 5.000 euros al mes en cocaína y que fracasó en 2009 en su primer intento serio de dejar las drogas tras pasar nueve meses en un centro de pago. «No era mi momento», concluye. El gaditano llegó a Granada, a Buenos Aires, a principios de 2014 tras tres meses en un centro privado de desintoxicación. «Llevo desde octubre sin consumir y creo que ésta es mi oportunidad, no quería seguir así por más tiempo. Busco trabajo – hoy se entera de si tiene una oferta en firme en Granada– empezar una buena vida y aplicar en ella las herramientas, el control de impulsos, que he aprendido aquí», explica este hermano de una chica con síndrome de down ingresada en un residencia en Cádiz.
«Cuando vuelvo a Ronda de permiso mi hija me abraza y me dice que me ve muy bien y eso me da mucho ánimo. Yo he sido ferrallista, yesista, tengo formación como panadero, como pintor... E incluso en la cárcel me saqué el título de reiki (una terapia basada en la energía sanadora). Cuando salga quiero volver a la vida y darme una oportunidad. Llevo 30 meses sin consumir», enumera Manuel Jiménez, cuyo físico evidencia la intensa vida a sus espaldas.
«Hace el reiki muy bien. A mí me deja nuevo», le apoya a su lado Raúl, el más comunicativo y entusiasta de los cuatro hombres.
Sergio, de 28 años, acudía de manera ambulatoria al Centro Provincial de Drogodependientes de Torreblanca (un barrio marginal de Sevilla) porque quería dejar atrás su descontrolado consumo de hachís y cocaína. Hasta mil euros al mes se ha gastado en droga, una cantidad que le parece una broma a algunos de sus compañeros. El sevillano mantiene una relación desde hace dos años con una joven, madre de dos hijos, y principalmente pidió su ingreso en la comunidad terapéutica porque no quería que esos pequeños vieran su deterioro. «He tenido épocas duras, hasta mis padres me echaron de casa y dormí en la calle.Los comprendo», dice con lágrimas en los ojos.
El benjamín de la reunión lleva poco más de un semana en Buenos Aires, donde tendrá que analizar por qué lleva abusando desde los 16 años del alcohol, el hachís o la cocaína. Y desarrollar herramientas para controlar los impulsos y buscar salidas a los problemas lejos de la droga. Sergio está entusiasmado, narra que colaboró en una oenegé durante años y que lo mejor le queda por venir.
En el Cortijo Buenos Aires, un centro público de desintoxicación de la Junta de Andalucía con 25 años de historia, Manuel, David, Raúl y Sergio –que participan voluntariamente en el reportaje– recibieron hace pocas semanas la visita de 40 individuos que, como ellos, conocieron el infierno, se codearon con los demonios de la droga, vivieron tras los barrotes y... lograron limpiarse para siempre y hacer vida normal después de proponérselo y pasar unos cinco meses en esta comunidad terapéutica granadina.Aquella charla con exusuarios del centro plenamente reinsertados les sirvió, más si cabe, que un encuentro con sus propias familias. Representaban la esperanza en carne y hueso.
Terreno agrícola
El cortijo dispone de un terreno agrícola, cuenta con una pequeña
granja, jardines y zonas deportivas de cuyo mantenimiento se encargan
los propios usuarios, como parte del programa de tratamiento que
desarrollan todo el día. Esta mañana primaveral que está acabando con
las últimas placas de nieve de Sierra Nevada, los 25 hombres se reparten
las obligaciones en distintas dependencias de la hacienda. Solo han
acudido a la charla con la periodista exconsumidores de sustancias
ilegales. La directora del centro, Amelia, insiste en que el alcohol
está causando estragos en la población en general. El año pasado, aquí
ingresaron 89 personas. De ellas, 49 lo hicieron por problemas con el
alcohol, 25 por cocaína, ocho por heroína, siete por juego patológico y
tres por cannabis.
«También vienen médicos, de baja laboral, abogados o profesores para
desintoxicarse. No solo tratamos a individuos en riesgo de exclusión.
Las adicciones a Internet, al sexo y, sobre todo, al alcohol se están
incrementando mucho», describe la ‘jefa’.Ante ella, con sosiego y esperanza, ya que en dos o tres días recibirá el alta terapéutica, Raúl, de 37 años, narra que tiene dos hijos de dos madres diferentes, con las que se lleva bien, y que cuando obtiene permisos se deshace en cuidar a sus retoños. «Los llevo a deporte, al colegio... me gusta eso», cuenta con orgullo. El gaditano trata de suplir así los huecos de su propia biografía: a los nueve años, Raúl se quedó huérfano de madre, cuando ni siquiera conocía a su padre, que abandonó a la familia. Con 18 años, ya estaba tonteando peligrosamente con las drogas.Ahora ya acumula siete años de cárcel. En prisión se sacó el título de monitor deportivo y trabajó como tal. Eso le ha permitido cobrar el paro y pagar la pensión de sus críos. «Ahora solo recibo la ayuda de 400 euros.A ver si encuentro trabajo», espeta.
Sus compañeros atienden a las palabras de Raúl, de aspecto impoluto y agraciado, no se le adivinaría un pasado tan tortuoso sino fuera por algunas cicatrices en los brazos. Él reconoce que se llegó a gastar 5.000 euros al mes en cocaína y que fracasó en 2009 en su primer intento serio de dejar las drogas tras pasar nueve meses en un centro de pago. «No era mi momento», concluye. El gaditano llegó a Granada, a Buenos Aires, a principios de 2014 tras tres meses en un centro privado de desintoxicación. «Llevo desde octubre sin consumir y creo que ésta es mi oportunidad, no quería seguir así por más tiempo. Busco trabajo – hoy se entera de si tiene una oferta en firme en Granada– empezar una buena vida y aplicar en ella las herramientas, el control de impulsos, que he aprendido aquí», explica este hermano de una chica con síndrome de down ingresada en un residencia en Cádiz.
«Quiero vivir»
Manuel Jiménez, de 41 años, nació en Ronda, aunque su vida ha estado
tan desestructurada que podría decirse que pertenece a la calle. Hasta
ahora. Nació en un mal barrio y a los 12 años ya consumía heroína. Con
16 años se iba a Madrid o a Santiago de Compostela y dormía a la
intemperie si hacía falta. Celebró su 17 cumpleaños en prisión. «Desde
1998 he estado entrando y saliendo de la cárcel. Cuando llegué aquí a
Granada hace dos meses, venía de la prisión de Alhaurín de la Torre,
tras 20 meses en un módulo terapéutico y educativo. «Por el artículo 182
pude adscribirme a la comunidad terapéutica, de eso hace dos meses y
medio y mi balance es muy bueno», cuenta con firmeza este padre de un
niño de 7 años y de una joven de 21 años.«Cuando vuelvo a Ronda de permiso mi hija me abraza y me dice que me ve muy bien y eso me da mucho ánimo. Yo he sido ferrallista, yesista, tengo formación como panadero, como pintor... E incluso en la cárcel me saqué el título de reiki (una terapia basada en la energía sanadora). Cuando salga quiero volver a la vida y darme una oportunidad. Llevo 30 meses sin consumir», enumera Manuel Jiménez, cuyo físico evidencia la intensa vida a sus espaldas.
«Hace el reiki muy bien. A mí me deja nuevo», le apoya a su lado Raúl, el más comunicativo y entusiasta de los cuatro hombres.
Más de 2.500
Como ellos, más de 2.500 personas han pasado por este centro de
rehabilitación desde 1990. El tratamiento se plantea en distintas fases.
La más larga e intensiva es la primera, en la que están Raúl, Manuel,
David y Sergio, pero cuando se termina ésta, no se opta por un alta
terapéutica total, sino que se continúa con sucesivas etapas de estancia
en la hacienda cada vez más cortas y más distanciadas en el tiempo.Sergio, de 28 años, acudía de manera ambulatoria al Centro Provincial de Drogodependientes de Torreblanca (un barrio marginal de Sevilla) porque quería dejar atrás su descontrolado consumo de hachís y cocaína. Hasta mil euros al mes se ha gastado en droga, una cantidad que le parece una broma a algunos de sus compañeros. El sevillano mantiene una relación desde hace dos años con una joven, madre de dos hijos, y principalmente pidió su ingreso en la comunidad terapéutica porque no quería que esos pequeños vieran su deterioro. «He tenido épocas duras, hasta mis padres me echaron de casa y dormí en la calle.Los comprendo», dice con lágrimas en los ojos.
El benjamín de la reunión lleva poco más de un semana en Buenos Aires, donde tendrá que analizar por qué lleva abusando desde los 16 años del alcohol, el hachís o la cocaína. Y desarrollar herramientas para controlar los impulsos y buscar salidas a los problemas lejos de la droga. Sergio está entusiasmado, narra que colaboró en una oenegé durante años y que lo mejor le queda por venir.
«No era vida»
Esa misma esperanza guarda David Expósito, de 34 años y de Baza. Él
mismo reconoce que el consumo de cocaína, hachís, drogas de diseño y
alcohol hizo imposible su vida: «No había quien me aguantara, no era
vida».Salido de la prisión de Albolote, donde estaba por dos condenas
por robo, recaló aquí hace un mes. «Hace 10 años estuve en otra
comunidad en Algeciras, pero no era mi momento. Ahora sí lo es, me veo
motivado y con fuerzas para seguir adelante», enuncia este joven, que
tendrá que pasar otra etapa en el Centro de Inserción Social de Granada
antes de obtener la libertad. «Quería curarme. Esto comparado con la
prisión es el paraíso. Mi meta es recuperarme y seguir bien», se
despide. Así sea.
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