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Importantes cadenas de alimentación francesas abren una guerra comercial al anunciar que no tratarán productos de gallinas enjauladas
Y es que, aunque las organizaciones que denuncian el trato que
reciben los animales en algunas granjas están como locas de contentas y
las grandes firmas de alimentación parecen dispuestas a enarbolar la
bandera ecológica a la vuelta de unos pocos años, a los que se ganan la
vida criando gallinas y vendiendo huevos, que son muchos, la noticia no
les ha hecho ni pizca de gracia.
Según datos oficiales, en el país vecino, en donde se producen la friolera de 14.000 millones de huevos anuales, el 68% procede de explotaciones con gallinas enjauladas, así que es fácil imaginar cómo ha sentado el asunto a la legión de criadores que integran la Confederación Francesa de la Avicultura (CFA). Su director, Christian Marinov, anda estos días recordando lo mucho que han trabajado e invertido en los últimos años para acondicionar sus explotaciones y, aunque ha asegurado que es «completamente estúpido pensar que en cinco años sólo habrá huevos de gallinas criadas al aire libre», parece dispuesto a aceptar una transición «progresiva», siempre que el consumidor tenga la posibilidad de elegir.
«El maltrato es excepción»
A este lado de los Pirineos, los empresarios del sector tampoco están conformes con el empeño de las asociaciones animalistas por hacernos creer que el maltrato es la norma habitual en sus explotaciones. María del Mar Fernández, ingeniera agrónoma y directora de Inprovo (Organización Interprofesional del Huevo y sus Productos), es una de esas voces que claman por dotar de un poco de mesura a un debate que, por otro lado, lleva años abierto. «Las normas más exigentes del mundo para proteger el bienestar y la sanidad animal, y también el medio ambiente, son las de la Unión Europea, y se aplican y controlan por las autoridades competentes en cada país (en el nuestro, por las de cada comunidad autónoma). Una situación de maltrato animal es una excepción, no la norma», señala. Las empresas de distribución, asegura, están muy pendientes de su imagen pública y presionadas por una dura competencia, y a las empresas de distribución en Francia les ha venido bien apuntarse un tanto presentando la decisión como un asunto de responsabilidad social. «Lo que ocurre es que el consumidor no parece que haya participado en esta disputa y debería tener la última palabra sobre lo que compra. No hay libertad de elección si se limita la gama de productos entre los que escoger», afirma la experta.
En España, el 92% de las gallinas ponedoras (casi 38 millones) viven en jaulas, un 3% en el suelo, un 5% son camperas y apenas un 0,5% producen huevos ecológicos, según datos del Ministerio de Agricultura y Pesca, Alimentación y Medio Ambiente. Aquí, en cualquier caso, las cosas van a otro ritmo. Inprovo ha preguntado a dos mil consumidores sobre sus preferencias a la hora de comprar y los españoles hemos contestado que los factores determinantes de elección son la frescura (para el 70,6% de encuestados), el tamaño (para el 64,3%) y el precio (para el 56,7%). Les sigue a bastante distancia el sistema de producción (23,4%), el color de la cáscara (15,4%), el envase (13,8%) y la marca (8%). Ellos, que representan a la Asociación Agraria de Jóvenes Agricultores, la Unión de Pequeños Agricultores y Ganaderos, las Cooperativas Agro-alimentarias, la Asociación Española de Productores de Huevos y los Criadores Españoles de Aves Selectas, son de la opinión de que si el consumidor cambia sus preferencias, los productores se adaptarán a la nueva situación, pero que lo esencial es que sea él quien elija qué comprar con información clara en un mercado en el que puedan encontrarse todas las opciones posibles.
«Las condiciones son crueles»
Una idea que está muy lejos de las tesis ecologistas y de los colectivos que luchan contra el maltrato animal. Javier Moreno, cofundador de Igualdad Animal, una asociación que pertenece a la misma coalición que L214, la organización que ha llevado en Francia la voz cantante en esta batalla, mantiene que la normativa actual es insuficiente y que décadas de estudio concluyen que las condiciones de las gallinas enjauladas es terrible. «Poner fin a esta práctica responde a una tendencia a nivel mundial; una tendencia que tiene mucho que ver con el cambio de modelo alimentario en el mundo. Si las grandes empresas apuestan por eliminar los huevos de gallinas criadas en jaulas es porque la sociedad está dando su opinión al respecto. Ese sistema es, sin duda, uno de los más crueles de cuantos persisten hoy en día», apunta Moreno convencido de que, tarde o temprano, en España pasará lo mismo.
Lo que nadie discute es que consumir solo huevos ecológicos encarecerá considerablemente la cesta de la compra, porque una docena de camperos ronda los 3 euros, cuando se pueden conseguir por 1,29 en muchos supermercados. Tampoco que para un país como España, que exporta huevos de gallinas enjauladas (casi 30.000 toneladas en 2015), y factura por esas ventas al exterior casi 70 millones de euros al año, sería un duro golpe. El caso es que la industria productora nacional anda estos días dándole vueltas al asunto. Cuando las barbas de tu vecino veas pelar...
Según datos oficiales, en el país vecino, en donde se producen la friolera de 14.000 millones de huevos anuales, el 68% procede de explotaciones con gallinas enjauladas, así que es fácil imaginar cómo ha sentado el asunto a la legión de criadores que integran la Confederación Francesa de la Avicultura (CFA). Su director, Christian Marinov, anda estos días recordando lo mucho que han trabajado e invertido en los últimos años para acondicionar sus explotaciones y, aunque ha asegurado que es «completamente estúpido pensar que en cinco años sólo habrá huevos de gallinas criadas al aire libre», parece dispuesto a aceptar una transición «progresiva», siempre que el consumidor tenga la posibilidad de elegir.
A este lado de los Pirineos, los empresarios del sector tampoco están conformes con el empeño de las asociaciones animalistas por hacernos creer que el maltrato es la norma habitual en sus explotaciones. María del Mar Fernández, ingeniera agrónoma y directora de Inprovo (Organización Interprofesional del Huevo y sus Productos), es una de esas voces que claman por dotar de un poco de mesura a un debate que, por otro lado, lleva años abierto. «Las normas más exigentes del mundo para proteger el bienestar y la sanidad animal, y también el medio ambiente, son las de la Unión Europea, y se aplican y controlan por las autoridades competentes en cada país (en el nuestro, por las de cada comunidad autónoma). Una situación de maltrato animal es una excepción, no la norma», señala. Las empresas de distribución, asegura, están muy pendientes de su imagen pública y presionadas por una dura competencia, y a las empresas de distribución en Francia les ha venido bien apuntarse un tanto presentando la decisión como un asunto de responsabilidad social. «Lo que ocurre es que el consumidor no parece que haya participado en esta disputa y debería tener la última palabra sobre lo que compra. No hay libertad de elección si se limita la gama de productos entre los que escoger», afirma la experta.
En España, el 92% de las gallinas ponedoras (casi 38 millones) viven en jaulas, un 3% en el suelo, un 5% son camperas y apenas un 0,5% producen huevos ecológicos, según datos del Ministerio de Agricultura y Pesca, Alimentación y Medio Ambiente. Aquí, en cualquier caso, las cosas van a otro ritmo. Inprovo ha preguntado a dos mil consumidores sobre sus preferencias a la hora de comprar y los españoles hemos contestado que los factores determinantes de elección son la frescura (para el 70,6% de encuestados), el tamaño (para el 64,3%) y el precio (para el 56,7%). Les sigue a bastante distancia el sistema de producción (23,4%), el color de la cáscara (15,4%), el envase (13,8%) y la marca (8%). Ellos, que representan a la Asociación Agraria de Jóvenes Agricultores, la Unión de Pequeños Agricultores y Ganaderos, las Cooperativas Agro-alimentarias, la Asociación Española de Productores de Huevos y los Criadores Españoles de Aves Selectas, son de la opinión de que si el consumidor cambia sus preferencias, los productores se adaptarán a la nueva situación, pero que lo esencial es que sea él quien elija qué comprar con información clara en un mercado en el que puedan encontrarse todas las opciones posibles.
«Las condiciones son crueles»
Una idea que está muy lejos de las tesis ecologistas y de los colectivos que luchan contra el maltrato animal. Javier Moreno, cofundador de Igualdad Animal, una asociación que pertenece a la misma coalición que L214, la organización que ha llevado en Francia la voz cantante en esta batalla, mantiene que la normativa actual es insuficiente y que décadas de estudio concluyen que las condiciones de las gallinas enjauladas es terrible. «Poner fin a esta práctica responde a una tendencia a nivel mundial; una tendencia que tiene mucho que ver con el cambio de modelo alimentario en el mundo. Si las grandes empresas apuestan por eliminar los huevos de gallinas criadas en jaulas es porque la sociedad está dando su opinión al respecto. Ese sistema es, sin duda, uno de los más crueles de cuantos persisten hoy en día», apunta Moreno convencido de que, tarde o temprano, en España pasará lo mismo.
Lo que nadie discute es que consumir solo huevos ecológicos encarecerá considerablemente la cesta de la compra, porque una docena de camperos ronda los 3 euros, cuando se pueden conseguir por 1,29 en muchos supermercados. Tampoco que para un país como España, que exporta huevos de gallinas enjauladas (casi 30.000 toneladas en 2015), y factura por esas ventas al exterior casi 70 millones de euros al año, sería un duro golpe. El caso es que la industria productora nacional anda estos días dándole vueltas al asunto. Cuando las barbas de tu vecino veas pelar...
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