IDEAL.ES
RECAIDA
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Cuesta mucho creer en que el objetivo es alcanzable cuando una vez tras otra la imagen y las sensaciones que se transmiten son tan deprimentes
El Granada se vio superado siempre. Los tres centrales atrás naufragaron ante un solo delantero en punta durante la primera parte. La falta de concentración y colocación fueron constantes, con un Ingason y un Lombán calamitosos. Si bien la decisión rigurosa del árbitro precipitó el desastre, no hay excusas para la actuación penosa del equipo durante todo el encuentro.
Del Granada no se supo nada en ataque en este primer periodo. Sólo puede reseñarse un ataque recién iniciado el partido desaprovechado por un inocente centro de Kravets, perdidísimo escorado en una banda, incapaz de ganar un balón por alto, torpe en la combinación. Ramos porfió con un central de tronío como Ramis, intentando abrir a bandas cuanto pudo, pero excesivamente solo. De Aly Mallé nada se supo, pero centrar ahora las críticas sobre el joven del filial es manifiestamente injusto cuando ha aportado aire fresco al equipo en los choques anteriores.
El descanso no supuso reacción alguna por parte de los visitantes. Ni el cambio de sistema, con solo cuatro defensas, recolocando a Cuenca en el lateral derecho dejado por Foulquier para dejar paso a Wakaso y poblar más el centro del campo, mejoró al Granada. El vendaval local no había quien lo parase. Una jugada ensayada en un saque de córner supuso la estocada definitiva a un equipo moribundo tras el tercer gol en contra obra de Ramis, en una muestra evidente de falta de intensidad y rapidez de la zaga rojiblanca. El grupo de Alcaraz fue apuntillado poco después con un cuarto gol donde las costuras de la falta de intensidad y endeblez crónica de la línea defensiva quedaron de manifiesto permitiendo que Arbilla llegase a un balón que parecía perdido, yendo dos defensas a cerrar a un solo delantero y no consiguiendo despejar dejando solo a Pedro León para que fusilase a placer a un desasistido Ochoa. Un nuevo esperpento defensivo de los granadinistas.
La salida de Samper para tener más el esférico no tuvo efecto hasta que el Éibar levantó el pie del acelerador. Ponce suplió después a Ramos, pensando ya en el choque del viernes ante el Betis, y entonces Kravets creó las dos mejores ocasiones reales de peligro del Granada en todo el encuentro. En la primera el rechace de Yoel no fue empujado en la línea de meta por Mallé, obstaculizado por Ramis, de forma inexplicable. La segunda vino precedida de una acción punible de un defensor del Éibar, que tocó su pierna de apoyo. El ínclito Mateu, tan puntilloso en el penalti a favor del Éibar, no quiso ver ahora nada. Ni Ochoa ni Yoel permitieron que se moviese más el marcador, con sendas intervenciones de mérito, y el partido fue apagándose sin remedio para los rojiblancos, que sumaron otra merecidísima derrota, una más de tantas, donde a las virtudes del rival hubo que unir de nuevo la inoperancia táctica del equipo rojiblanco y, sobre todo, la incapacidad de sus jugadores para competir ante un rival de Primera.
Las actuaciones como visitante del Granada desde el inicio del año se cuentan por desastres: en el Bernabéu el equipo fue un muñequito para el líder; en Cornellá no se supo competir ante un Español siempre superior; tampoco se hizo nada ante el Villarreal en el Estadio de la Cerámica; y el periplo se completó en Ipurúa ante un Éibar en alza que encadenó su tercer victoria consecutiva apabullando a los rojiblancos. En los cuatro encuentros se encajaron la friolera de dieciocho goles y se perforó sólo una vez la meta rival, en un tiro de falta ante los pericos de Andreas Pereira. Un balance aterrador, impropio de un equipo que pretende engancharse a la lucha por permanecer.
Tampoco parece que los nuevos jugadores que han reforzado el equipo sean por ahora garantía de mejoras. El central Ingasson cuenta sus actuaciones a domicilio por actuaciones llenas de fallos que cuestan goles: en Cornellá se le disculpó su falta de entendimiento con sus compañeros por ser el partido de su debut; en Vullarreal midió mal su posición habilitando la posición de un atacante en el primer gol que encarriló el encuentro para los castellonenses; en Éibar sus actuaciones en los dos primeros goles fueron decisivamente negativas para el Granada. No ha dado empaque ni mejorado sustancialmente la sangría de la zona central del equipo. De otros tres fichajes aún no se pueden sacar conclusiones: Koné sigue inédito, y Héctor y Wakaso han podido demostrar poco en los escasos minutos que han disfrutado. Sólo Adrián Ramos da muestras de calidad, pero el colombiano se encuentra tan desasistido por un equipo que no genera casi nada en los partidos como visitante, que su porfía y disposición son, las más de las ocasiones, estériles. Esperemos que las piezas encajen más pronto que tarde, y que también desde el banquillo se alcance la lucidez de colocar a los jugadores en los puestos donde son más eficientes para extraer el máximo rendimiento de los mismos.
Lo más lamentable de la recaída del enfermo crónico futbolístico que es el Granada ante el Éibar no es la derrota en sí, que puede entrar en la lógica analizando las dinámicas tan dispares en este campeonato para ambos clubes: el cuadro guipuzcoano al alza tras una temporada pasada ya exitosa; el rojiblanco a la deriva, perdido en sus incapacidades, tras librar el pellejo al filo de lo imposible, una vez más, la última campaña. Lo peor es la sensación de que el equipo se conecta solo muy de vez en cuando, muy de tarde en tarde, con periodos intermedios prolongados en que se encuentra muy lejos de optar mínimamente a competir.
Lucas habló de una larga travesía donde había que aguantar zozobras para no perder de vista el objetivo final de la salvación. La inanidad de algunos rivales aún mantiene al enfermo con un hilo de vida. Tras esta dura derrota ante el Éibar se sigue estando a tan solo cinco puntos del puesto que asegura la permanencia. Pero cuesta mucho creer en que el objetivo es alcanzable cuando una vez tras otra la imagen y las sensaciones que se transmiten son tan deprimentes. Habrá que confiar, aunque los datos inviten a lo contrario, que aún es factible alcanzar el propósito. Pero con actuaciones como la de la noche del lunes en Ipurúa esto último constituye un acto de fe ciega.
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