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LAS LADERAS DE LANJARÓN, NIGÜELAS Y LECRIN SE RECUPERAN OCHO AÑOS DESPUÉS DEL GRAN INCENDIO


El trabajo de técnicos ambientales y científicos devuelve gran parte de su esplendor vegetal a 3.000 hectáreas de la media montaña nevadense


El negro y gris de las cenizas ha dejado paso a centenares de bosquetes de encinas rodeadas de matorral mediterráneo de media y alta montaña. Es parte del resultado de los trabajos de regeneración vegetal que se han llevado a cabo después de que en septiembre de 2005 el fuego destruyese 3.125 hectáreas de los municipios de Lanjarón, Nigüelas y Lecrín, uno de los incendios más devastadores registrados en la provincia de Granada en las últimas décadas. Las llamas acabaron con grandes extensiones de vegetación original y bosques de repoblación ya naturalizados y que formaban parte del paisaje y el entorno natural de esta zona.
Ha sido necesario plantar 464.110 ejemplares de 24 especies vegetales que en su mayoría han logrado prosperar y ser la avanzadilla para el cambio. «Las plantaciones han sido fundamentales para revitalizar la cubierta vegetal en algunos puntos del territorio afectado por el incendio, pero de forma combinada con otras muchas actuaciones, entre ellas la recuperación de ejemplares que no fueron calcinados por completo y la reordenación de espacios que estaban ocupados por pinares de repoblación y que podíamos devolver a su estado original, anterior a las repoblaciones de la década de los sesenta del pasado siglo», dice el director de la obra de restauración, el ingeniero del Parque Natural y Nacional de Sierra Nevada, Francisco Javier Navarro Gómez-Menor, que desde hace ocho años ha visto como el territorio calcinado experimentaba un importante cambio.
En un recorrido por los caminos que desde Nigüelas ascienden hacia la sierra y comunican con la Alpujarra, llama la atención la presencia de zonas aterrazadas con decenas de ejemplares de castaños jóvenes, robles, chopos, agracejos, majuelos, y a más altura, rascaviejas, encinas y enebrales. No hay restos del incendio. «Las primeras actuaciones fueron comprobar qué zonas podrían recuperarse por sí mismas y en cuáles tendríamos que actuar y de qué forma. Aquí, en la parte alta de Nigüelas, ahora hay bosquetes de encinas con matorral autóctono. Había un bosque de pinos de repoblación que se destruyó casi por completo y quedaron algunos ejemplares aislados», dice Francisco Javier Navarro. Comprobaron que bajo las cenizas del bosque de pinos había encinas que podrían sobrevivir. «La solución era quitar los restos del incendio para dar viabilidad al encinar. Poco a poco han crecido bosquetes de encinas a los que hemos ayudado con actuaciones de limpieza y selección de brotes de cepas con viabilidad». En los lugares donde las encinas no podían regenerarse se han plantado especies de matorral, que poco a poco se expande y cubre todo el territorio con especies propias de este piso bioclimático.
Los pinares ocupaban la mayor parte del paisaje antes del incendio. Ahora su presencia es mucho menor que la que había hace ocho años, «pero hemos ganado en naturalización de las laderas. Los bosques de coníferas eran demasiado densos y no permitían la pervivencia de otras especies autóctonas y originales». La imagen actual es la de bosques pequeños, de bosquetes salpicados entre matorral de alta calidad, donde los árboles pueden desarrollarse en su plenitud. En estas sierras había alrededor de un millón de árboles, la gran mayoría pinos en un espacio de 900 hectáreas, con una densidad de algo más de un millar de árboles por hectáreas, lo que supone una superpoblación escasamente viable. Tras el incendio se han plantado 232.750 pinos, la mayoría de la especie pino resinero, y otras tres más, pino silvestre, laricio y carrasco. Solo los pinos son aproximadamente la mitad de lo plantado en la zona del incendio.

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