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DE ARMILLA AL CORAZÓN DEL HORROR


Tres oficiales destinados en la Base Aérea relatan a IDEAL sus experiencias en misiones internacionales

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El capitán Antonio Carlos Martínez Serrano quiso ser militar desde que tuvo uso de razón. Armillero de nacimiento, se crió entre helicópteros y nada más terminar el instituto opositó para la Academia. Desde ese día, cientos de maniobras y miles de horas de vuelo que, de repente, cobraron sentido en un minuto, en un instante, cuando a miles de kilómetros de su casa, de su mujer, de sus hijos, escuchó el zumbido de una ametralladora y las balas cayendo al lado suyo. Balas de verdad, balas que querían matarlo. «Ves los vehículos acribillados y los chalecos antibalas de tus compañeros marcados. Impacta. Es un momento contradictorio. Dices, ojo, esto va en serio. Una parte de ti se pone en alerta porque igual no sales ese día, pero otra parte te dice que si estás ahí, es porque quieres y porque es tu obligación», relata.
El capitán Serrano ha participado en dos misiones internacionales, ambas en Afganistán, igual que el teniente Manuel Montiel, también piloto de helicópteros. A la capitán Raquel Moreno González le sobran pocos dedos de las dos manos para contar sus destinos en misión internacional. Bosnia, Kosovo, Irak, Indonesia o Afganistán han contemplado su pericia como enfermera. Los tres comparten una vocación indomable, fortalecida cada vez que les ha tocado trabajar en el corazón del horror. Comparten también otra cosa: destino en la Base Aérea de Armilla, desde donde han contado para IDEAL sus vivencias en el extranjero, allí donde nunca se dispara por probar.
Manuel Montiel Teniente
«Lo haces por vocación, esto no se paga con dinero»
El ahora teniente Manuel Montiel terminó el bachillerato sin saber qué hacer con su futuro. No le gustaba nada en concreto, si acaso alguna ingeniería, hasta que saltando de duda en duda, el ejército se cruzó en su camino. «No tengo familia militar pero esto me atraía, así que hice las oposiciones y probé. Tuve la suerte que entré en el Ejército del Aire», indica. Su primer destino fue Canarias, en 2006. Desde allí partió para sus dos misiones internacionales, las dos en Afganistán y como piloto de helicóptero. «La primera vez que sales lo haces con unas ganas increíbles. Estás en una unidad de las pocas que puede decir que hace cosas reales. Para mi ha sido una gran satisfacción a nivel personal, mi mejor experiencia como milita», enfatiza.
El teniente Montiel -«que no se te olvide poner que soy de Martos»- confiesa que solo pensar que ha podido ayudar a salvarle la vida a alguien «es extraordinario». Su labor en Afganistán consistió en pilotar un helicóptero destinado a las evacuaciones médicas. «Se vuela en un ambiente hostil, muy bajo para evitar ser visto, se cambian las rutas de posicionamiento y llevamos todo tipo de medidas contra misiles, autodefensa, chalecos antibalas, una ametralladora...».
Manuel Montiel no vacilar al elegir el recuerdo que más emociones le trae. «Fue en el sur de Afganistán y consistió en recoger a la hija de uno de los jefes de la tribu que había sido atacada por un perro. Los perros allí son salvajes y existía mucha probabilidad de que tuvieran la rabia. Evacuamos al padre y la hija, con la cara completamente destrozada. Semanas después la devolvimos a casa. Pese a las diferencias que pueda haber en vestimenta, creencias o costumbres, estaban profundamente agradecidos. No se me olvidará la cara de aquella chiquilla. Sin nosotros le esperaba un futuro horrible. Siendo mujer, desfigurada en aquella cultura...», rememora.
El teniente Montiel estaba soltero en aquellas dos misiones y ahora va a ser padre. «Veo las cosas distintas -reconoce-. Ya no eres tú, arrastras a más gente. Te piensas más las cosas y cuesta más por lo que te dejas atrás». Sin embargo, no le asaltan las dudas. «Lo haces por vocación, porque no está pagado con dinero. El factor humano es lo que sostiene todo esto. Nadie se hace rico en una misión. Vamos cuando nos toca y punto», agrega. «Esas misiones han dado sentido a mi trabajo. Me siento más completo como militar desde que participé en ellas».
Raquel Moreno González Capitán
«Me impresionó la juventud de los militares afganos»
La granadina Raquel Moreno González terminó Enfermería a mediados de los noventa y trabajó un mes en el Maternal. No había antecedentes militares en su familia -«vamos, ni un guardia jurado»- pero conoció a un enfermero militar y se le despertó el interés. En septiembre de 1997 se incorporó a las Fuerzas Armadas como alumna y, tras pasar por las tres academias, su primer destino fue la Legión, en Viator. Allí empezó el 'baile'. «En 1998 me fui voluntaria a Bosnia. Mi primer contacto con las misiones internacionales, sin referencias ni compañeros que me contaran cosas. No llevaba ni un año de militar. Fue una experiencia muy positiva», indica.
Volvió a la Legión y en junio de 1999 viajó en el primer contingente a Kosovo. «Fue duro. En esa época apenas funcionaba Internet y muy poca gente tenía móvil. Sólo había teléfonos fijos y pasabas un mes sin hablar con la familia. Se escribían muchas cartas». Mientras estaba allí, salió una vacante en Armilla y la solicitó con éxito.
Desde entonces han llegado muchas misiones por todo el mundo pero asegura que la que más le marcó fue en el año 2002. España montó un hospital de ayuda humanitaria a 30 kilómetros de Kabul, en una base con 9.000 efectivos de distintos ejércitos. «Nosotros éramos unas 30 personas y atendíamos a la población civil. El 80% de las intervenciones era a niños con amputaciones. Afganistán es el segundo país más minado del mundo y los niños son niños y juegan. Se corrió la voz en la zona de que había un hospital allí y los americanos estaban admirados. Llegamos a montar hasta consultas externas», evoca.
En 2004 pidieron voluntarios para apoyar una misión en Irak y Afganistán con un Hércules que llevaba ayuda a los destacamentos y un año después regresó a Afganistán. Desde entonces, ha cumplido cinco misiones más allí. «En total he pasado mil días fuera y cuando estoy aquí lo echo de menos. Si por mi fuera, estaría siempre fuera», confiesa.
Su trabajo como enfermera en una misión internacional tiene poco que ver con el que se realiza en un hospital al uso. «Hay que ser más flexible, improvisar. Si se te rompe el guante no te paras a ponerte otro cuando tienes a un helicóptero con el motor en marcha, esperándote, que es un blanco fácil. En la primera misión no sabes si lo haces bien o no pero después ves que sí, que quizás has descuidado algunas partes del manual, pero no la parte que dice que tienes que correr», revela.
A Raquel Moreno le impresionó mucho la juventud de los militares afganos. «Muchos era prácticamente niños. Muy duros pero muy jóvenes. Es gente que aquí estaría estudiando, no pegando tiros», subraya. Un hermano de Raquel ha seguido su ejemplo y está ahora en la Academia de Zaragoza. «Yo jamás se lo he propuesto. Es como pedirle a alguien que se haga cura o torero».
Antonio Martínez Serrano Capitán
«Abajo, en tierra, te la juegas, ves las balas al lado»
El capitán Serrano entró con 20 años en el ejército y su primer destino fue Canarias. Allí vivió su primera misión en el extranjero, como piloto de evacuación médica en Afganistán. En la segunda ya estaba en Armilla y actuó como controlador aéreo avanzado. No fue la única diferencia entre ambas misiones. En la primera estaba recién casado pero no era padre. La segunda ya era padre. «La perspectiva profesional no cambia. Tus responsabilidades son las que son pero personalmente te cuesta muchísimo más. No solo piensas en que no vas a ver a tus hijos, sino que empiezas a preguntarte si sabrán quién eres cuando vuelva», comenta.
Su segunda misión fue muy distinta a la primera. «No tenía nada que ver con lo que hago aquí -apunta-, que básicamente es pilotar helicópteros. Estaba incrustado en una unidad terreste. Mi función consistía en autorizar ataques». El capitán Serrano precisa su tarea como controlador aéreo avanzado. «En el momento en que se producía un ataque y llamaba a Kabul para que enviasen un avión, se creaba una zona de exclusión aérea alrededor mía por la cual no podía pasar ningún avión salvo que lo autorizase yo. Cuando llegaba ese avión, lo guiaba hasta el objetivo y le precisaba lo que necesitaba».
Serrano califica como una «suerte» haber visto las misiones desde dos puntos de vista. Como piloto, que está en su base con sus comodidades, que son «muchas». «Sales, haces tu misión, vuelves. Sabes que te espera una ducha caliente, cena a las ocho y una copa a las nueve. Abajo, en tierra, es otra historia. Te la juegas, ves las balas al lado, duermes en una cueva y no tienes ni para lavarte los dientes», relata.
Muchos de sus compañeros que han trabajado en misiones en puestos puramente administrativos puede decir que ha estado en Afganistán «pero solo porque le han puesto un uniforme y se lo han dicho», sostiene. «El momento más triste es cuando despides a un compañero. Sabes que forma parte de tu trabajo pero te impacta. Cuando el que se muere es un compañero tuyo lo sientes mucho, aunque sepas que todas las vidas son iguales», concluye.

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