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La mayoría de las tragedias en Granada obedecen a causas más relacionadas con imprudencias que con la mala suerte
Unos pocos segundos separan la vida plácida del abismo. Lo saben las familias de los cuatro niños que murieron ahogados en piscinas en los tres primeros días de julio en distintos puntos de España. Ante tal conmoción, el Ministerio de Sanidad emitió un comunicado pidiendo prudencia, llamando a los padres a mantenerse alerta y a extremar la vigilancia de los pequeños. Solo unos días después fallecía un joven de 26 años en Loja, en una piscina donde supuestamente perdió la vida por padecer problemas cardiacos. Y esa misma semana otros dos menores perdieron la vida ahogados: un chaval de 12 años en el río Nalón, en la localidad asturiana de Trubia; y un pequeño de dos años en la piscina privada de una urbanización en Torrevieja.
Lo más dramático de todo es que no se trata de nada nuevo. En la última década 27 personas han muerto ahogadas en Granada de manera accidental (excluidos los suicidios), detallan las estadísticas de la Empresa Pública de Emergencias Sanitarias, 061, que no obstante no controlan todos los casos, solo los que son derivados a esta entidad. Por ejemplo, si alguien aparece fallecido y no se llama al 061 no queda registrado en estas estadísticas. Así, estas no computan, por ejemplo, el fallecimiento de un chaval de 16 años el pasado mayo, tras lanzarse a bañarse al río Genil, de donde no logró salir con vida. Tampoco el fallecimiento de un señor de 50 años el pasado verano en Almuñécar, donde se enganchó mientras nadaba en la playa con una red de trasmallo.
A pesar de todo, de media, el 061 ha atendido 8 casos al año por ahogamiento desde hace una década. 27 finalizaron en muerte y 45 acabaron ingresados en los hospitales de la provincia.
Especialmente dramáticos fueron 2007 y 2010, con 4 y 5 víctimas mortales, respectivamente. Pero hubo muchos más sustos.
Ya sea por imprudencia o fatalidad, los accidentes en el medio acuático, aunque no lleguen a ser mortales, pueden tener consecuencias fatales. Estudios del Hospital Nacional de Parapléjicos de Toledo apuntan a que el 5% de las lesiones medulares que se producen en España tienen su origen en zambullidas en el mar, ríos o piscinas. Sus cálculos arrojan que cada año más de medio centenar de personas quedan postradas de por vida en una silla de ruedas tras lanzarse al agua de manera inadecuada. Una mala decisión, un segundo de imprudencia, y el entusiasmo termina en drama.
Siendo todo esto así, y repitiéndose cada año las tragedias y las llamadas a la prudencia, es el momento de reiterar también los consejos que pueden marcar la diferencia entre la vida y la muerte. Esos mandamientos que tanto se escuchan cada verano, y que tan obvios parecen, para tener un baño seguro ya sea en la playa, la piscina, el río o el embalse.
«No perder la consciencia»
Para empezar, «lo principal es no tener una pérdida de consciencia al entrar en el agua», se arranca Francisco Javier Ferrón, Coordinador Asistencial de 061 Granada. Es decir, que en caso de sufrir problemas uno pueda pedir ayuda y no se limite a irse sigilosamente al fondo. «Hay que evitar comidas copiosas y dejar que pasen dos horas para que no haya cortes de digestión», abunda. Además, no es recomendable arrojarse al agua de golpe –y menos tras hacer deporte o a muy altas temperaturas– porque «el choque térmico puede provocar una pérdida de consciencia». De hecho, «la mayor parte de los siniestros responden a unas causas comunes», que son las anteriores. «Es cierto que hay una parte de mala suerte, pero también de riesgo e imprudencia».
Mención aparte merecen los accidentes que ocurren en el mar «a horas intempestivas y en ciertas condiciones... Cuando se termina la juerga de forma alegre en la playa». No hay año en que no aparezcan fallecidos en playas tras haber acudido al mar a darse un chapuzón de noche como fin de fiesta. Una situación en la que los sentidos no están al máximo, el agua es negra y no hay servicio de socorristas. Así que, para despejarse, mejor quedarse en las duchas del arenal de turno o en la bañera de casa.
El problema es que sumergirse en buenas condiciones físicas no es garantía de baño seguro. Son muchos los condicionantes externos, los riesgos que acechan. En las playas, es importante meterse solo cuando haya vigilancia, solo en los lugares habilitados para el baño y respetando las banderas, que indican las corrientes y la peligrosidad del mar. Además, debe extremarse la precaución si se utilizan colchonetas ya que el viento y las corrientes pueden desplazarlas lejos de la orilla en cuestión de minutos. Y, si hay medusas, mejor quedarse en la arena.
En los embalses no hay corrientes ni olas, pero sí «irregularidades en el fondo», advierten en Protección Civil. Una fosa repentina, un tronco invisible en el lecho «y te puedes quedar enganchado». Por no mencionar las traidoras «algas que quedan cerca de la superficie cuando baja el nivel de los embalses y que se te pueden enredar en los brazos y en los pies». Recuerdan en Emergencias San que estos son los principales motivos de muerte por ahogamiento en los embalses, donde recomienda zambullirse únicamente en las zonas habilitadas y con vigilancia de socorristas. Y en los ríos es importante evitar pozas muy profundas y corrientes.
Todo cambia si hay niños. Entonces, sus responsables deben extremar la prudencia. «En la playa los mayores deben vigilarlos de manera permanente y no desde la toalla, sino desde la orilla». En los embalses es recomendable que el adulto se adelante, de manera que el menor quede «entre él y la orilla». Y en las piscinas la alerta debe ser constante, especialmente en aquellas de carácter privado que no cuentan con vigilancia. El riesgo está ahí.
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