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Sus tres barrios, El Castillo, Perchel y Mentidero, están salpicados por fuentes de cristalinas aguas y dos lavaderos públicos, Hondera y La Pileta, que nos trasladan a la vida de antaño
Son tres los pueblos existentes en el barranco del Poqueira, en
cascadas de tejados de azul-grisáceo de launa que se desparraman con la
mirada puesta al sol, de fachadas blancas con ventanas y balcones
cargadas de macetas de alegres colores y cilíndricas chimeneas, donde se
huele a pan fresco, a pizarra y castaño. Así son Pampaneira, Bubión y
Capileira.
En compañía de Carmen González técnico del Ayuntamiento de Capileira, a la que quiero agradecer su tiempo y buen hacer, descubrí un pueblo de calles estrechas y empinadas, de recodos y miradores secretos de belleza singular. Sus tres barrios, El Castillo, Perchel y Mentidero, están salpicados por fuentes de cristalinas aguas y dos lavaderos públicos, Hondera y La Pileta, que nos trasladan a la vida de antaño. La iglesia de Nuestra Señora de la Cabeza, construida en el siglo XVII, atesora una imagen de la Virgen donada por los Reyes Católicos en el siglo XV.
Y bien, a este pueblo llegó un día en la diligencia que transportaba el correo, un personaje siniestro, de tez grisácea, sombrero de copa y gabán negro, quien preguntó con desdén a los ancianos que estaban tomando el sol:
-¿Es aquí donde vive ese famoso pintor que dibuja mejor que los ángeles?
-¿Y quién pregunta por él?
-Alguien que le hará ganar mucho dinero y fama.
-Pues si es así, caballero, yo le acompañaré a su casa, le respondió uno de los ancianos.
De esta manera, el viejo Cipriano y el caballero de sombrero de copa se dirigieron hacia la casa de Rafael. Bajaron por la calle del Castillo hacia la calle Carril en dirección a la Plaza del Calvario, continuando por la Plaza del Panteón Viejo, junto a la Iglesia. Y cuando iban a pasar por delante del edificio religioso, el forastero se detuvo y mirando inquisitivamente a Cipriano, le conminó a buscar otra calle que no pasara por delante del templo.
-¡Es que Rafael vive en el barrio del Mentidero!, se quejó Cipriano.
-¿Y no hay otra calle para llegar a ese lugar?, preguntó el forastero.
-Bueno, daremos un rodeo e iremos por la calle Duende.
-Esa está mejor... Hasta el nombre me gusta. Duendecillo maléfico, supongo...
Cipriano se le quedó mirando con la mosca detrás de la oreja.
Llegaron por fin a la calle Mentidero, desde donde se podían contemplar unas vistas impresionantes del Barranco del Poqueira. Y allí estaba Rafael, con su caballete y pinturas en mano.
-Buen día, le dijo el forastero.
-Buen día nos dé Dios, respondió Rafael.
-Ese... los dará o no. ¿Es usted el famoso pintor que pinta mejor que los ángeles?
-Hombre... yo no diría tanto. Los ángeles son criaturas divinas y como todas las criaturas divinas, son perfectas.
-Alguna que otra se le han torcido a Dios. Se lo digo con conocimiento de causa.
Rafael, al ver a aquel siniestro personaje, pensó que mejor era dar por terminada la conversación y entrar en su casa.
-¿A dónde va? He venido desde muy lejos para hacerle un encargo, le dijo el forastero.
-No trabajo para nadie y no cojo encargos. Soy libre de pintar lo que me plazca.
-Pero este encargo le dará mucho dinero y posición en Granada. Y hasta es posible que encuentre mujer que lo quiera.
Rafael le miró con desprecio y le respondió:
-Desde hace algún tiempo dejé de pintar por dinero. Ese es el mal del mundo y la codicia es su enfermedad. En cuanto al amor, le diré que no se compra con plata, sino con el corazón.
-He venido en busca de usted porque dicen que tiene las manos de un ángel y sus cuadros son divinos. Y me gustaría comprobarlo.
-Lo lamento mucho, caballero, solo pinto lo que mi corazón siente... y con usted presiento algo tenebroso.
-Pues siendo así, le dejaré pintando su último cuadro y por cada pincelada que dé en el lienzo, un año de su vida se esfumará, así que administre bien cada pincelada, se mofó el visitante, quien añadió:
-Si decide pintarme, solo tiene que escribir la palabra "Lucifer" en el lienzo y en ese momento posaré para que haga mi retrato.
Dicho esto, con dos toques en el suelo, el hombre desapareció. Rafael y Cipriano se miraron con estupefacción, sin creerse lo que habían visto sus ojos.
Al día siguiente, Rafael volvió a su tarea de pintar, pero cual fue su sorpresa que al terminar un bosquejo se sintió muy cansado y al mirarse a un espejo vio con horror como las manos, la cara y el cabello habían envejecido varios lustros. Asustado por lo que estaba aconteciendo, dejó de pintar, y acurrucado en un rincón de la casa se puso a llorar como un niño. Fue entonces cuando recordó a Simón, un ermitaño que vivía cerca de una planicie llamada las Eras de Aldeire, sagrado lugar donde se decía que en tiempos remotos había existido un convento de monjes cristianos que habían resistido a la conquista de los sarracenos con hechizos y encantamientos, logrando permanecer en aquel lugar durante décadas sin ser molestados. Se comentaba que el ermitaño pertenecía a esa casta de monjes mozárabes que a través de los siglos habían trasmitido su legado a los hombres buenos y de paz, manteniendo los místicos ritos de magia blanca en el más absoluto de los secretos. Solo los utilizaban cuando la necesidad era imperante.
Después de explicarle Rafael lo ocurrido y de suplicarle ayuda, Simón pensó que era necesario sacar toda la sabiduría acumulada durante siglos para poder vencer al mismísimo Diablo, ideando un plan.
La mañana siguiente amaneció con un sol radiante y Rafael cogió el caballete y se dirigió a una pequeña placeta. Allí se instaló, pintando poco después la palabra "Lucifer" en el lienzo, apareciendo de inmediato el siniestro personaje, quien se mofó del pintor:
-Parece que has envejecido desde la ultima vez que nos vimos. Espero que no hayas perdido facultades desde entonces... ¡anciano!
Rafael lo miró con rabia e indignación, pero siguió el plan propuesto por Simón.
-He decidido retratarle y deberá de hacer lo que le diga para buscar la mejor luz y postura.
-No hay problema, pero el cuadro deberá estar finalizado para el mediodía. Si no es así, me llevaré tu alma como castigo por hacerme perder el tiempo.
Las manos de Rafael Dueñas dibujaron sobre el lienzo con una precisión exacta. Cada pincelada iba conformando un cuadro excepcional. Al mediodía estaba terminado.
-Ya está, dijo Rafael mientras giraba el cuadro hacia el Señor de las Moscas.
-¡Excelente, magnifico!...
En ese momento, Rafael cogió el cuadro y se dirigió al barranco cercano, mientras le advertía al diabólico personaje:
-He pintado este cuadro con unas pinturas especiales, de fórmula ancestral, que han absorbido no solo tu imagen, sino también tu poder.
Y dicho esto, lanzó el cuadro al vacío del tajo, estrellándose contra las rocas, oyéndose en toda la zona un grito ensordecedor. En ese preciso momento, el maleficio de Rafael desapareció, recuperando su imagen.
Desde entonces, aquel lugar es conocido como el "Tajo del Diablo" y dicen los más ancianos de Capileira que cuando el peligro acecha se oyen unas campanas en las Eras de Aldeire, avisando a los capilurrios de que deben de estar atentos y ponerse a buen recaudo de los "diablillos".
En compañía de Carmen González técnico del Ayuntamiento de Capileira, a la que quiero agradecer su tiempo y buen hacer, descubrí un pueblo de calles estrechas y empinadas, de recodos y miradores secretos de belleza singular. Sus tres barrios, El Castillo, Perchel y Mentidero, están salpicados por fuentes de cristalinas aguas y dos lavaderos públicos, Hondera y La Pileta, que nos trasladan a la vida de antaño. La iglesia de Nuestra Señora de la Cabeza, construida en el siglo XVII, atesora una imagen de la Virgen donada por los Reyes Católicos en el siglo XV.
Y bien, a este pueblo llegó un día en la diligencia que transportaba el correo, un personaje siniestro, de tez grisácea, sombrero de copa y gabán negro, quien preguntó con desdén a los ancianos que estaban tomando el sol:
-¿Es aquí donde vive ese famoso pintor que dibuja mejor que los ángeles?
-¿Y quién pregunta por él?
-Alguien que le hará ganar mucho dinero y fama.
-Pues si es así, caballero, yo le acompañaré a su casa, le respondió uno de los ancianos.
De esta manera, el viejo Cipriano y el caballero de sombrero de copa se dirigieron hacia la casa de Rafael. Bajaron por la calle del Castillo hacia la calle Carril en dirección a la Plaza del Calvario, continuando por la Plaza del Panteón Viejo, junto a la Iglesia. Y cuando iban a pasar por delante del edificio religioso, el forastero se detuvo y mirando inquisitivamente a Cipriano, le conminó a buscar otra calle que no pasara por delante del templo.
-¡Es que Rafael vive en el barrio del Mentidero!, se quejó Cipriano.
-¿Y no hay otra calle para llegar a ese lugar?, preguntó el forastero.
-Bueno, daremos un rodeo e iremos por la calle Duende.
-Esa está mejor... Hasta el nombre me gusta. Duendecillo maléfico, supongo...
Cipriano se le quedó mirando con la mosca detrás de la oreja.
Llegaron por fin a la calle Mentidero, desde donde se podían contemplar unas vistas impresionantes del Barranco del Poqueira. Y allí estaba Rafael, con su caballete y pinturas en mano.
-Buen día, le dijo el forastero.
-Buen día nos dé Dios, respondió Rafael.
-Ese... los dará o no. ¿Es usted el famoso pintor que pinta mejor que los ángeles?
-Hombre... yo no diría tanto. Los ángeles son criaturas divinas y como todas las criaturas divinas, son perfectas.
-Alguna que otra se le han torcido a Dios. Se lo digo con conocimiento de causa.
Rafael, al ver a aquel siniestro personaje, pensó que mejor era dar por terminada la conversación y entrar en su casa.
-¿A dónde va? He venido desde muy lejos para hacerle un encargo, le dijo el forastero.
-No trabajo para nadie y no cojo encargos. Soy libre de pintar lo que me plazca.
-Pero este encargo le dará mucho dinero y posición en Granada. Y hasta es posible que encuentre mujer que lo quiera.
Rafael le miró con desprecio y le respondió:
-Desde hace algún tiempo dejé de pintar por dinero. Ese es el mal del mundo y la codicia es su enfermedad. En cuanto al amor, le diré que no se compra con plata, sino con el corazón.
-He venido en busca de usted porque dicen que tiene las manos de un ángel y sus cuadros son divinos. Y me gustaría comprobarlo.
-Lo lamento mucho, caballero, solo pinto lo que mi corazón siente... y con usted presiento algo tenebroso.
-Pues siendo así, le dejaré pintando su último cuadro y por cada pincelada que dé en el lienzo, un año de su vida se esfumará, así que administre bien cada pincelada, se mofó el visitante, quien añadió:
-Si decide pintarme, solo tiene que escribir la palabra "Lucifer" en el lienzo y en ese momento posaré para que haga mi retrato.
Dicho esto, con dos toques en el suelo, el hombre desapareció. Rafael y Cipriano se miraron con estupefacción, sin creerse lo que habían visto sus ojos.
Al día siguiente, Rafael volvió a su tarea de pintar, pero cual fue su sorpresa que al terminar un bosquejo se sintió muy cansado y al mirarse a un espejo vio con horror como las manos, la cara y el cabello habían envejecido varios lustros. Asustado por lo que estaba aconteciendo, dejó de pintar, y acurrucado en un rincón de la casa se puso a llorar como un niño. Fue entonces cuando recordó a Simón, un ermitaño que vivía cerca de una planicie llamada las Eras de Aldeire, sagrado lugar donde se decía que en tiempos remotos había existido un convento de monjes cristianos que habían resistido a la conquista de los sarracenos con hechizos y encantamientos, logrando permanecer en aquel lugar durante décadas sin ser molestados. Se comentaba que el ermitaño pertenecía a esa casta de monjes mozárabes que a través de los siglos habían trasmitido su legado a los hombres buenos y de paz, manteniendo los místicos ritos de magia blanca en el más absoluto de los secretos. Solo los utilizaban cuando la necesidad era imperante.
Después de explicarle Rafael lo ocurrido y de suplicarle ayuda, Simón pensó que era necesario sacar toda la sabiduría acumulada durante siglos para poder vencer al mismísimo Diablo, ideando un plan.
La mañana siguiente amaneció con un sol radiante y Rafael cogió el caballete y se dirigió a una pequeña placeta. Allí se instaló, pintando poco después la palabra "Lucifer" en el lienzo, apareciendo de inmediato el siniestro personaje, quien se mofó del pintor:
-Parece que has envejecido desde la ultima vez que nos vimos. Espero que no hayas perdido facultades desde entonces... ¡anciano!
Rafael lo miró con rabia e indignación, pero siguió el plan propuesto por Simón.
-He decidido retratarle y deberá de hacer lo que le diga para buscar la mejor luz y postura.
-No hay problema, pero el cuadro deberá estar finalizado para el mediodía. Si no es así, me llevaré tu alma como castigo por hacerme perder el tiempo.
Las manos de Rafael Dueñas dibujaron sobre el lienzo con una precisión exacta. Cada pincelada iba conformando un cuadro excepcional. Al mediodía estaba terminado.
-Ya está, dijo Rafael mientras giraba el cuadro hacia el Señor de las Moscas.
-¡Excelente, magnifico!...
En ese momento, Rafael cogió el cuadro y se dirigió al barranco cercano, mientras le advertía al diabólico personaje:
-He pintado este cuadro con unas pinturas especiales, de fórmula ancestral, que han absorbido no solo tu imagen, sino también tu poder.
Y dicho esto, lanzó el cuadro al vacío del tajo, estrellándose contra las rocas, oyéndose en toda la zona un grito ensordecedor. En ese preciso momento, el maleficio de Rafael desapareció, recuperando su imagen.
Desde entonces, aquel lugar es conocido como el "Tajo del Diablo" y dicen los más ancianos de Capileira que cuando el peligro acecha se oyen unas campanas en las Eras de Aldeire, avisando a los capilurrios de que deben de estar atentos y ponerse a buen recaudo de los "diablillos".
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