Cientos de inmigrantes de Europa Oriental viven en Albuñol por y para los invernaderos | La trágica muerte de dos lituanos y un ruso durante la riada del pasado lunes revela las difíciles condiciones de vida de algunos de ellos en la Costa
El pasado lunes por la mañana Stepa, Darius, Nicolai, Laima y Algus, todos inmigrantes lituanos a excepción de Nicolai, que era ruso, se encontraban como de costumbre en el improvisado hogar que habían habilitado junto a la rambla de la Angostura, en Albuñol. Una especie de rectángulo de hormigón de apenas 1,90 metros de altura, metro y medio de anchura y unos cuatro metros de profundidad en los que tenían desde hace años su propia morada con todo tipo de utensilios: una cocinita de gas, un toldo, un sofá, colchones, luz... hasta gallinas. Para comer se acercaban al contenedor de un supermercado cercano en el que recopilaban aquello caducado o en mal estado. Vivían sin molestar a nadie.
Pero sus inquilinos, tal vez obnubilados por las bondades del clima mediterráneo, olvidaron un detalle que a la postre sería fatal: ese 'hogar', refugio temporal de inmigrantes que venían a buscarse la vida en el campo, no es sino un desagüe que vierte sus aguas en la rambla.
La repentina crecida del cauce por la tormenta pilló desprovistos a Stepa y a Nicolai, quien tan sólo llevaba una semana allí. Darius, que se encontraba cerca, intentó rescatarles, sin éxito. Los tres murieron ahogados y sus cuerpos fueron hallados a varios kilómetros del lugar. El azar quiso que Laima, la única mujer, abandonase temprano la 'casa' para ir al pueblo mientras que Algus fue a comprarle tabaco a Nicolai. Y se salvaron.
El trágico suceso pone el foco sobre las condiciones de vida de estos inmigrantes de Europa del Este que acudieron a Albuñol en busca de una vida mejor trabajando en la agricultura y a los que el destino les tenía guardado un terrible final. No obstante, se trata de la excepción en un municipio que rompe moldes de integración. De sus 7.017 habitantes censados hasta el pasado viernes 11 de septiembre, 1.959 son extranjeros, lo que equivale casi al 28% de la población.
De esos, 356 proceden de la parte oriental del continente, en concreto de Albania, Lituania, Eslovaquia, Rumanía, Rusia y Ucrania. Lejos, sin embargo, de los 1.244 marroquíes que habitan allí, además de la creciente colonia de senegaleses (187). Tras los africanos, los inmigrantes del Este son el grupo más numeroso.
«Para nosotros, los inmigrantes son unos vecinos más», explica Mª José Sánchez, alcaldesa de Albuñol, que recalca que el caso de esas cinco personas que residían en condiciones de marginalidad representa una anomalía. «Con los que hay viviendo fuera hemos intentado que no vuelvan a la misma situación, pero tenemos nuestras dificultades dado que son personas, en buena parte enfermas, que han querido vivir así; les hemos ayudado de todas las maneras posibles», incide.
«Los inmigrantes, en general, se dedican a labores agrícolas, por lo que están empadronados y legalizados permanentemente ya que, de lo contrario, no contarían con permisos de trabajo y, además, se realizan muchas inspecciones en los invernaderos», detalla la regidora, que niega la existencia de población flotante en el municipio. «Ahora la comunidad de regantes está haciendo un llamamiento para que la gente ayude a reconstruir las fincas, por lo que a todo el mundo se le abre una posibilidad para trabajar ahí», agrega.
Sobre el perfil de los inmigrantes, Sánchez señala que los europeos suelen venir en familias, siendo los de Rumanía los que tienen mayor facilidad para adaptarse. «En cambio, los de Senegal son hombres jóvenes; los marroquíes empezaron así y luego se instalaron con sus familias», dice. En este sentido, destaca la población rusa del municipio: de los 19 censados, 16 son mujeres, algo que también se repite en la provincia de Granada según los datos del Instituto Nacional de Estadística a 1 de enero de este año (206 hombres por 1.027 mujeres). «Con el paso de los años se producirá un equilibrio, como ha pasado con los marroquíes», indica.
Frente a la parroquia de San Patricio, Manuel España, párroco de Albuñol, atiende en primera instancia a todas aquellas personas procedentes de otros países que necesitan ayuda a través de Cáritas. «Hace unas semanas nos llegó una familia de rumanos y los tenemos aquí alojados mientras les encontramos un trabajo», afirma. Esa ocupación, por lo general, suele ser en invernaderos o recogiendo almendras. «Aquí hay trabajo, todo el que viene puede tenerlo; de hecho, algunas veces nos piden trabajadores y hay dificultades para encontrarlos», aclara España, que desvela que el salario promedio es de 35 euros diarios.
«Del Este de Europa hay rusos, lituanos... pero lo que más, rumanos», enumera el padre Manuel, quien asegura que todos acuden con los papeles en regla. «Normalmente vienen a lo que salga, se van avisando por medio de primos o amistades que ya están aquí, o por referencias en sus países de alguien que haya vivido en el pueblo anteriormente... aunque también los hay que llegan con un contrato», subraya.
El párroco albuñolense cree que no existen problemas de integración en el municipio por parte de los inmigrantes del Este a excepción de los fallecidos y los dos supervivientes: «Vinieron a la parroquia y se trabajó con ellos, al ruso que murió incluso le llevamos a un centro y duró 15 días... las instituciones funcionan, pero salir de la marginalidad no es fácil». Ahora España se muestra preocupado por las consecuencias de la riada, la cual ha destrozado cientos de invernaderos y arruinado buena parte de los cultivos. «El problema que se presenta es la pérdida de la cosecha, pero quizá lo que se necesite en estos momentos es reconstruir, así que lo que se pierde por un lado por el otro se puede subsanar», razona. «Aquí la crisis no se nota mientras que la agricultura siga funcionando», concluye.
Mayoría rumana
Con 245 empadronados, Rumanía representa el país de Europa Oriental con un mayor número de vecinos afincados en Albuñol, algo que es igualmente notorio en el resto de la provincia granadina (10.295 censados según el INE, únicamente superados, una vez más, por los marroquíes, con 12.539). La facilidad para aprender el idioma y el hecho de formar parte de la UE impulsa a muchos de sus ciudadanos a venir a España en busca de mejores condiciones de vida.
Es el ejemplo de Mónica Zarpelea, quien con 22 años se trasladó a Albuñol tras la muerte de su padre. En el pueblo tenía a su hermana, por lo que no se lo pensó dos veces y se vino con parte de su familia. En la actualidad tiene 35 años y ha creado su propia familia tras casarse con un vecino. «Desde que vine sólo regresé a Rumanía una vez porque mi vida está aquí», asevera.
Cuando llegó a Albuñol encontró un empleo en un invernadero, en el que le pagaban 32 euros por ocho horas «en las que limpiaba, recogía tomates... algo que sigo haciendo». Asimismo, consiguió trabajo temporal por medio del Ayuntamiento. «En este momento tengo miedo a que no haya trabajo tras la riada porque vivimos de la vega», analiza Mónica, que resalta que «casi todos» sus compatriotas tienen un oficio.
«Ahora vienen muchos inmigrantes de África, por lo que existe gente que prefiere contratarles a ellos en vez de a una mujer, pero es fácil trabajar», apunta Zarpelea, cuyo proceso para encontrar empleo para los familiares es el siguiente: «Los traemos, hablamos con el patrón y aquí tienen una casa donde quedarse... y si no encuentran un oficio en dos o tres meses, se vuelven porque no pueden pagar el alquiler».
A la una de la tarde del pasado viernes en los bancos de una céntrica plaza de la localidad descansa la familia Rumanescu, padre (Julian), madre (Dimitra) e hijo (Mijail), de vuelta a casa tras una intensa mañana labrando en un invernadero. Mientras sostienen los instrumentos con los que siembran, repasan cómo les afecta la tromba de agua del pasado lunes.
«De cinco fincas en las que estábamos, una por día, nos quedan tres... por lo que hemos perdido dos días y, encima, ahora trabajamos sólo media jornada, por lo que cobramos 17,50 euros cada uno», advierte Mijail, que vive en Albuñol desde hace cuatro años, lugar al que vino «para trabajar porque aquí hay empleo durante ocho o nueve meses todos los días, aunque se pague 35 euros por ocho horas».
El nuevo panorama le obliga a replantearse su futuro en el pueblo. «Si en dos meses no mejora la cosa regreso a Tulcea, a Rumanía, porque tengo una mujer y un hijo a quienes mando una pensión de 250 euros mensuales; yo me apaño para vivir con 150 porque no salgo pero tengo que pagar la renta de la casa», concreta para, acto seguido, reivindicarse su postura: «Tenemos contrato agrícola, yo no quiero paro, y si lo hay me voy para casa».
Su madre, Dimitra, revela que conoce a unos cuantos paisanos que están a la expectativa. «En la calle no vive nadie, pero los hay que si en un mes no se soluciona esto, se vuelven». Su marido, Julian, la respalda: «Vivimos para trabajar y ahorrar».
Una escuálida mujer alta y rubia va dando tumbos por Albuñol. Primero va a un barranco donde tiene una 'habitación', y luego al desagüe donde vivía en la rambla, en el que hay puestos unos claveles y tres velas. Es Laima. A diferencia del resto, apenas balbucea unas palabras en español: «Yo morí cuando ellos se fueron; esta noche vendré aquí a dormir, sé que pronto lloverá y me reuniré con ellos». Y rompe a llorar.
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