ALMONTE DA GRACIAS A SU PATRONA HUELVA INFORMACIÓN
Carlos López doñana | Actualizado 20.08.2016 - 05:01Ahí reside la grandeza del Rocío; esa fidelidad a las tradiciones que son leyes inexpugnables cuando concierne a la Blanca Paloma, notaria de más de siete siglos recibiendo el sentir devocional y los parabienes de los feligreses de municipio condal. No es de extraño que con estos mimbres haya construido un acto que representa el acontecimiento más importante de cualquier rociero tras la romería de Pentecostés.
Tras el triduo preparatorio y el santo rosario por las calles de la aldea el pasado jueves, la misa votiva cerró ayer los cultos que conmemoran esta efeméride reconocida por la iglesia y los poderes públicos en 1813. Instituciones que ayer se encontraban representadas en la figura del presidente de la Hermandad Matriz, Juan Ignacio Reales; el delegado de la Junta de Andalucía en Huelva, Francisco José Romero; el coronel jefe de la Comandancia de Huelva, Ezequiel Romero; la alcaldesa, Rocío Espinosa; la inspectora jefe de la Policía Local, Paqui Borrero; y el hermano mayor de la Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno y María Santísima del Rocío Coronada de Málaga, Juan José Lupiáñez.
Durante su homilía el obispo trazó paralelismos entre María y Ester, figura de la biblia hebrea y profetisa en el Antiguo Testamento cristiano. La Reina de Persia fue capaz de contener el exterminio que se cernía sobre el pueblo judío, mientras que María hizo lo propio en tierras marismeñas con "idéntica determinación, pero sin el pecado original que le llevó a Dios a elegirla como madre de su hijo".
Vilaplana también conminó a los cristianos a no incurrir en "uno de los grandes males de nuestro tiempo: la indiferencia". Una pecado que, como dijo Teresa de Calcuta, tiene su caldo de cultivo en el egocentrismo que "mina nuestra capacidad como sociedad y como familia para actuar de manera solidaria". El obispo detalló que, para contribuir con el prójimo, hemos de ser humildes y no caer en el desaliento de no ser capaces de ayudar cuanto deseásemos. Sin embargo, puntualizó, "todos podemos contribuir a mitigar el dolor ajeno o hacer la carga más llevadera consolando al que sufre o escuchando al enfermo".
Tras la eucaristía, perfectamente acompañada por la Coral de Santa María de la Rábida, comenzaría la procesión. El obispo cedió el báculo pastoral para portar en sus manos la custodia donde se encontraba el Santísimo, que durante estos últimos días presidió el altar mayor. Encabezando la procesión el clero seguido de la comitiva de la Hermandad Matriz y los integrantes del Ayuntamiento. Precedían la custodia bajo palio portada por José Vilaplana. Junto a él, un centenar de fieles secundando este acto de alegría y recogimiento, cantando plegarias que también resonaban por los altavoces exteriores del santuario marismeño. En a penas veinte minutos la comitiva completó el breve itinerario que trascurre bordeando todo el perímetro del templo y la Plaza de la Coronación. Finalizada la procesión, la Virgen del Rocío volvió a recibir un sinfín de vivas que pusieron fin al colofón a una efemérides que volvió a escenificar el amor que le profesa un pueblo a su Patrona.
LA HISORIA DEL VOTO
El Rocío Chico tiene su génesis durante el tiempo en que España se veía sojuzgada por los franceses (1808 y 1814). En esos años multitud de episodios de insurgencia se produjeron contra las tropas de Josefina. Almonte no fue una excepción y tras la partida del coronel Manteu la anarquía se apoderó de las calles. Para poner coto a esta situación el mariscal Nicolas Jean De Dieu Soult encomendó a su capitán Pierre D'Ossaux aplicar mano duro y dar hacer cumplir la ley por la cual todos los varones de entre 15 y 60 años tenían que alistarse en la Milicia Cívica bajo pena de arresto o muerte.
El mandato añadió más pólvora a la guerra de ocupación y treinta y nueve hombres decidieron levantarse en arma contra un decreto que constreñía las libertades individuales. La historia local nos permite saber que en la calle Cepeda se libró una batalla campal que acabaría con la muerte de Dossau, descabezando así al ejército francés.
Este trágico suceso enfureció a Soult que firmó la orden de "pasar a cuchillo a los vecinos y saquear al pueblo". Pretendía un contundente escarnio y mostrar al resto de ciudadanos lo que ocurría cuando se osaba derramar sangre francesa.
El mariscal francés mandó formar un batallón compuesto por ochocientos infantes que lanzó con destino al pueblo condal con intención de no tener piedad ni hacer prisioneros. Como deferencia, la orden se trasladó al cabildo secular y eclesiástico, lo que inmediatamente sirvió para alertar a una población que abandonó el núcleo matriz y se reguarneció en la aldea. Allí, en el santuario de la Virgen de El Rocío, la madrugada del 18 al 19 de agosto de 1810, las plegarias se sucedían para frenar lo que sin duda sería un baño de sangre.
Finalmente, cuando las tropas se encontraban próximas al pueblo se produce una sorprendente contraorden militar dictada desde Sevilla en la que se ordena el reordenamiento y regresara del contingente de soldados a la capital hispalense. Los almonteños lograr el milagro por el que venían rogando todo este tiempo a su Reina.
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