-PRIMAVERA EN LAS CUMBRES-IDEAL.ES
verano se adueña de campos y bosques, el calor avanza en el Sur mientras el deshielo deja paso al esplendor de la alta montaña | El estío es intimista, tiempo de cópulas para insectos y aves; época de metamorfosis, de juveniles que antes eran cachorros. Ahora la vida se ralentiza en el llano y florece en la sierra
Aunque todavía hay neveros en Sierra Nevada, el blanco de la nieve se reduce ya a algunas umbrías y vaguadas para no impedir la llegada de la primavera, porque en las altas cumbres, la estación del crecimiento, de la flores y la explosión vital, llega en julio. El deshielo, aún en marcha, hidrata la tierra entre las lascas de pizarra, alimenta los arroyos y encharca los borreguiles, donde se hace patente el cambio de imagen del macizo nevadense. Es el tiempo de las gencianas, ranúnculos, saxifragas, potentillas... Son de color azul intenso, blancas, amarillas y moradas. Joyas naturales que cada año aparecen al verdear los prados de alta montaña, especies exclusivas, endémicas de la cordillera Bética, que tras soportar un larguísimo invierno, florecen para cumplir su cortísimo periodo de vida.
En julio, el verano solo ha empezado, aún quedan casi tres meses en los que la estabilidad atmosférica y las altas temperaturas marcan la pauta del día a día. Un tiempo que la mayoría de las especies animales y vegetales utilizan para consolidar su descendencia, ayudar a que polluelos y cachorros se conviertan en juveniles, y adiestrarles en las habilidades que les permitirán continuar su existencia por sí solos. Es fácil contemplar grupos de pequeños jabatos que siguen la senda que su madre abre entre el matorral de las sierras; ver cazar juntos a zorros adultos y jóvenes, e incluso encontrarse con mirlos y grajillas jóvenes, que intentan alzar el vuelo sin conseguirlo mientras sus padres les esperan en árboles y cornisas… y gorriones en las ciudades y pueblos que, aún con sus picos amarillentos y plumaje inicial, han caído del nido e intentan volver antes de la llegada de rapaces que, como los cernícalos, sobrevuelan los nidales de estas pequeñas aves urbanitas para caer sobre ellos de forma implacable y que les sirvan de alimento, para él y sus camadas que esperan en murallas, cortijos y acantilados próximos.
Temperaturas
El calor es la clave de un mes en el que hay que intentar ocultarse del sol, evitar las horas centrales de una jornada que comenzó a decrecer en horas de luz, pero que aún es demasiado larga. Amanecer y anochecer son los periodos de mayor actividad en los espacios naturales, al menos para mamíferos, aves y reptiles, que alargan sus horas de reposo diurno y esperan a que se reduzca la fuerza del sol.
Los insectos, en cambio, están en su plenitud. En su mayoría cumplieron con su metamorfosis y las larvas se han convertido ya en adultos. Para ellos, es tiempo de cópulas y reproducción, es el momento de perpetuar la especie. Las libélulas y caballitos del diablo copulan sobre juncos, hojas de cañas y bordes de acequias. Especies exclusivas del Sureste ibérico la pequeña Coenagrion mercuriale, o las libélulas que vuelan en la sierra, como la Sympetrum sanguineum, que pueden verse en cópula incluso mientras vuelan.
Mariposas de color blanco, surcadas de venas negras, Aporia crataegi, la Blanca del majuelo, revolotean en una danza frenética entre las flores de los cardos granatenses. Es su forma de iniciar un apareamiento que, casi de inmediato, les llevará a poner sus huevos, minúsculos y de un color amarillo intenso, en las hojas del majuelo, Crataegus monogyna, la planta que será el alimento de las futuras orugas que pronto nacerán.
El tiempo para reproducirse, ver crecer a las crías, prepararse para afrontar los peligros de la naturaleza, no se elige de forma caprichosa, viene marcado por los biorritmos de los ecosistemas. La vegetación está en su plenitud. Muchas plantas iniciaron su floración en primavera, pero su máximo apogeo lo tienen en el inicio del verano, y algunas de ellas en pleno periodo de estío, lo que aporta una mayor cantidad de alimento a muchos insectos, que a su vez sirven de comida a otras especies de la cadena alimenticia. Este grupo zoológico es protagonista de algunos de los símbolos que irremediablemente se asimilan con el verano: el vuelo de los insectos y el sonido de las chicharras.
Esplendor en la cumbre
La temperatura marca también la evolución de las especies. Mientras el calor ralentiza la actividad en el llano y la media montaña, e incluso condiciona la vida junto al mar, en las altas cumbres, en los espacios dominados por los pisos bioclimáticos llamados Oro y Crioromediterráneo (este último exclusivo de Sierra Nevada ya que se inicia a más de 2.600 metros de altitud) la actividad se vuelve frenética y se mantiene durante todo el día. Ya no hay 20 grados bajo cero en la cumbre del Veleta, ni siquiera hay nieve en la cabecera del río San Juan, o en los Lagunillos de la Virgen. En junio las altas cumbres comenzaron a verdear. Ahora, un mes después, las especies ya han logrado despertar, regenerarse y, muchas de ellas, volver a florecer. Es el momento de contemplar las evoluciones de la mariposa emblema de la sierra, la Parnassius apollo nevadensis, que con sus alas blancas, marcadas por ocelos de color negro y anaranjado, vuela sobre las flores de Sedum amplexicaule, donde aún se mantienen algunas orugas que nacieron hace unas semanas y tienen que completar su metamorfosis. Y en los pedregales, la Agriades Zullichi, exclusiva y en peligro de extinción, igual que otra joya de la sierra, Polyommatus golgus, se alimentan, copulan y depositan sus huevos en las plantas de Androsace vitaliana, la primera de ellas, y en Anthyllis vulneraria, la segunda.
Es una explosión vital que tiene su mayor presencia en los borreguiles, en los pastos que forman las aguas del deshielo al encharcarse en las vaguadas situadas a casi 3.000 metros de altitud, en el techo de Iberia. Es realmente impresionante encontrar poblaciones de Gentiana sierrae, o Gentiana alpina, habituales de Sierra Nevada, que crecen en las turberas, recortadas sobre el blanco de los neveros que aún quedan en las paredes del glaciar, o sorprenderse al ver un pequeña hormiga que no puede escapar del abrazo de los pétalos de la única planta carnívora de la sierra, Pinguicola nevadensis, que con su imagen azulada atrae a incautos invertebrados.
Y entre las grandes placas de pizarra, casi en el pico del Veleta puede verse el movimiento de un pequeño roedor, el topillo nival, exclusivo de Sierra Nevada, que ha pasado todo el invierno bajo metros de nieve y sale de los túneles donde ha vivido para recolectar vegetales que almacenará para el próximo invierno, y de camino, contactar con sus congéneres que habitan otras madrigueras y ampliar sus poblaciones.
En las lagunas
Los campos y bosques empiezan a amarillear. Las plantas, a final de julio iniciarán su declive. Muchas de ellas ya se han secado a final de junio, y el manto que era verde en abril y mayo, se ha vuelto amarillo y marrón. Pero no ocurre igual en todos los ecosistemas. En verano en los humedales, en las lagunas, comienza el verdor. Los carrizales, que durante todo el invierno, e incluso en la primavera, se han mantenido secos y sin vida, han comenzado a crecer. Las cañitas finas y flexibles toman posiciones, crecen sobre las ya secas y generan todo un paisaje de color verde intenso que rodea las lagunas y los espacios con mayor humedad. Las aneas aportan sus jopos (semejantes a puros habanos) en la parte alta de sus ramas. Los juncales también están más verdes que nunca, y la vegetación del entorno lagunar entra en su mayor esplendor, quizás para acompañar la llegada de especies que prefieren pasar el verano en los humedales del sur de Europa antes de volver a territorios africanos, donde ahora, las altas temperaturas no les permitirían subsistir. Julio, el inicio del estío, es el ecuador del ciclo vital que se inició tras el fin del invierno.
Las garzas reales crían en Padul
En las ramas altas de los tarajes cubiertos por el agua en el centro de la laguna grande de Padul se aprecia un continuo ir y venir de una pareja de grandes garzas reales (Ardea cinerea) acuden a alimentar a un par de polluelos que nacieron a principios de junio y se mantendrán en el nido hasta entrado el verano. Son la prueba de que el humedal granadino se consolida como un nuevo territorio de reproducción para estas enormes aves con más de metro y medio de envergadura de alas.
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