LA CARRETERAQUE UNE LÚJAR CON MOTRIL SEGUIRÁ CORTADA "HASTA QUE SE MEJORE LA SEGURIDAD IDEAL.ES
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La GR-5207, principal vía de acceso a la localidad lujeña, permanece cerrada desde hace un mes por los desprendimientos causados por las lluvias
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La titularidad de la carretera pertenece a la Diputación de Granada. Dentro de ella, José María Villegas, responsable de Obras Públicas y Viviendas, señala que ahora mismo la prioridad es «evitar riesgos personales bajo cualquier concepto», por lo que no se reabrirá «hasta que no se garantice la seguridad». «Hace falta una serie de actuaciones dado que hay puentes dañados, el firme ha cedido en varios tramos... faltan detalles para concluir un estudio que, una vez finalizado, se traducirá en la ejecución de las obras cuando haya mejor tiempo para convertir el tránsito en el más seguro posible», dice.
El diputado, asimismo, desvela que esta intervención no será cuestión de días. «Cuando empiecen las actuaciones requerirán un tiempo al no ser obras de una semana sino de a lo mejor dos o tres meses, por lo que no podemos permitir su acceso hasta que no deje de suponer un peligro; hay que realizarlo ya para evitar un deterioro mayor, especialmente en aquellas zonas en las que el agua provoca una cascada, por lo que se intentará conservar lo que hay mediante pilotaje y construir una pantalla de piedra para sujetar un talud, junto a intervenciones de sujeción de la tierra», manifiesta Villegas.
«Lo que más tememos es que se produzcan lesiones y daños, porque las avenidas son imprevisibles e incontrolables, pero nos aburre que administraciones como Medio Ambiente ayuden a limpiar otros municipios y hasta la fecha nosotros no tengamos respuesta», subraya el alcalde de Lújar, quien anuncia que desde el Ayuntamiento buscan «otras vías de financiación externas» para solucionar la situación.
Reacciones
Este periódico
comprobó in situ el pasado miércoles las labores de mantenimiento de la
estrecha vía. Sin previo aviso, yendo desde Motril por la GR-5207 y
cuando Lújar ya se intuye a lo lejos, uno se encuentra de sopetón con un
cartel de 'Prohibido el paso, carretera cortada', si bien nadie impide
el avance. Minutos más tarde, una vez superada una particular gymkana a
base de lenguas de tierra y piedras, aparece un operario en plena faena
despejando el paso. «Normalmente no se puede pasar, cortamos el paso y
cuando trabajamos es sólo para nosotros, aunque siempre se cuela
alguno», explica Miguel Baena al mando de una pequeña excavadora, quien
afirma que lleva trabajando «muchos días desde primera hora».Tras dejar atrás el otro acceso que corta el tramo, se accede al pueblo, el cual recibe al visitante con una trinchera de lodo y piedras apilada al margen de la carretera. «Estamos incomunicados, se ha cortado ya tres veces tras cinco lluvias y es un sinvivir porque aquí vive gente mayor», expone Liliana Gallegos, auxiliar de ayuda a domicilio afincada en Castell que asevera que cada vez que llueve «llamo antes para ver si puedo subir». «Los políticos prometieron mucho tras el incendio y luego nada, y todo lo que está pasando es consecuencia de aquello», desvela Alicia Cabrera, que sólo con lo que se le entró en casa le dio para llenar «cinco cubos de lodo».
Mª Dolores Porras, una entrañable anciana, cuenta que cada vez que cae lluvia tiene que «sacar escombros» para evitar que afecten a las cuantiosas macetas que posee frente a su casa. «Con la primera lluvia a principios de septiembre la corriente se llevó calle abajo 18 tiestos; en la última del pasado lunes, sólo cinco», expresa con cierta desazón. Su vecina, Mª Pilar Castro, opta por tomárselo con filosofía. «No hay que irritarse, aunque cada noche que llueve me quedo despierta porque entra el agua», confiesa mientras señala una pequeña hilera de ladrillos colocados en su puerta para evitar que la riada se cuele en su hogar.
«Había un badén que impedía que el agua entrara en mi cuadra, pero ahora como viene con más fuerza salta y me moja a la mula», indica Francisco Castro mientras porta dos cubos con leche de cabra. «El incendio ha agravado el problema», recalca. Enfrente, Timoteo Scott y Elizabeth Errington, dos ingleses afincados en Lújar desde hace diez años, reparan un muro y vacían el lodo que les entró tras la última tormenta. «Era un río que iba a 50 km/h; hemos sacado 35 cubos con barro, la casa tembló», exponen. A ellos, como a la carretera, les toca esperar que no llueva más.
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