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Las navidades de María José Rienda siempre fueron de cuento gracias a Sierra Nevada
Aunque se viva alejada de ella, el bucólico retrato de la Navidad siempre ha estado ligado en la gran mayoría de sitios a la nieve. El blanco elemento es inherente a estas fiestas, incluso en aquellos lugares donde sus copos solo se ven una vez cada cien años, como el cometa Halley. En muchos puntos es fruto de la imaginación que los anuncios de la televisión importaron de tierras donde la nieve es habitual. Papa Noel y su origen antártico tiene mucha culpa de ello. No fue así en el caso de María José Rienda, a quien la vida familiar siempre le ha ligado a la nieve. En Sierra Nevada, la Navidad siempre es blanca. Y así la guarda fresca en su memoria la directora de promoción deportiva de la estación. «La recuerdo siempre con nieve, mucha nieve, y con mi familia, mis padres y mis hermanos», detalla la exesquiadora.
El trabajo que el papá Rafael Rienda encontró junto a su esposa en la Sierra le trasladó con apenas nueve años a las montañas más altas de la Península ibérica. Desde entonces, no ha habido Navidad sin los pequeños cristales de hielo. «Viviendo en una estación estás siempre rodeada de nieve. Recuerdo salir a jugar con mis hermanos -tiene dos, Raquel y Daniel- y llegar a casa chorreando. Jugar con la nieve es lo más ilusionante que le puede pasar a un niño», relata la mejor esquiadora alpina española de la historia en Copa del Mundo.
Los primeros esquís
A la mente le vienen sus primeros esquís, blancos, los cuales todavía conserva. Y un perro con el que jugaban los tres hermanos en la nieve. También la «sopa estupenda de picadillo» que su madre preparaba como entrante de algún pescado y una carne para Nochebuena, la misma sopa que echaba de menos cuando empezó a viajar por el mundo a competir contra las mejores deportistas de invierno. Con 14 años se inició ese periplo que a veces le impedía volver a casa por Navidad, como el anuncio del famoso turrón. «Muchas pruebas se disputaban el 22 de diciembre; otras, el 28 o el 29 de diciembre. Era difícil volver, aunque siempre intentaba pasar unos días con mi familia». Al menos para Nochebuena siempre ha procurado estar cerca de los suyos. Porque a Rienda le gusta la Navidad. «El ambiente navideño siempre es bueno en cualquier sitio. Tiene su encanto», explica sobre las veces que tuvo que pasar parte de estos días en otras estaciones de esquí que no eran la de Sierra Nevada.
Cuando eso pasaba, se juntaba con compañeras del circuito de esquí alpino y lo celebraban a su manera. Eso solía ocurrir en Nochevieja, sobre todo. «He pasado pocas en Sierra Nevada. De pequeña sí recuerdo estar con mis padres y luego quedar con amigos y conocidos pasadas las doce. Cuando empecé a competir solía celebrarla con compañeros del equipo nacional. Siempre intentábamos comernos las uvas. Aunque no era fácil conseguirlas, no crea», relata.
En aquellas Navidades de la infancia, el día 25 era una jornada para esquiar. A Papa Noel, por entonces -principios de los años ochenta-, «costaba verlo», dice Rienda. Ella y sus hermanos se criaron más con los Reyes Magos. El paso del tiempo ha cambiado algunas cosas. Ahora, alejada de la alta competición como deportista, que no como aficionada o directiva, Papa Noel casi se mezcla con los Magos de Oriente. Sobre todo, por sus sobrinos. Los esquís también son distintos a aquellos primeros que les regaló papá Rafael a María José y sus hermanos. Y no faltan nunca el árbol de Navidad y el portal de Belén, que ya en aquellos años de futura promesa del esquí alpino ayudaba a montar en casa.
Hoy la familia ha crecido, a los Rienda se han unido los sobrinos y su marido Ángel. Y la nieve sigue estando ahí... Como siempre. Una blanca Navidad.
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