ALBAICIN LEGENDARIO
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Recorremos el mítico barrio para recordar algunas de las leyendas que subsisten en él
No es necesario que caiga la noche para sentir el nudo en la garganta
y el escalofrío escalando la espalda. En algunas calles del Albaicín,
puntos peculiares de su trama, los visitantes pueden percibir su magia
con especial intensidad sin necesidad de la luna. A plena luz estos
rincones -plazoletas de antiguo aroma y caseríos de gran tradición-
transportan a otras épocas en las que la tragedia o lo tremebundo no
eran concebibles, momentos de la historia en los que los granadinos
debieron de buscar razón o motivo a través de legendarios relatos.
Muchos, pequeños cuentos para no dormir, no han pervivido; pero hay
otros, muy pocos, que se mantienen frescos en la memoria gracias a
publicaciones, obras de arte o tradición oral.
Uno de ellos es el Aljibe de la Reina, muy cerca de la calle Pagés. Su historia, un tragedia que sirve de denuncia al incivismo, ha sido recordada días atrás gracias a uno de los cuadros galardonados por el Ayuntamiento en la última edición del premio de Pintura Joven de Granada. La obra pone sobre lienzo la leyenda de cierta señora que vivía en una de las casa de la placeta. Según el relato del joven pintor, Juan Ruiz Mena, la vivienda tenía una frondosa higuera en la que colgaban sabrosísimos frutos que eran el orgullo de la propietaria. Los dulces premios, sin embargo, caían a manos de furtivos vecinos, que alcanzaban los higos sin siquiera pedir permiso.
La solución al problema la explica Ruiz Mena. "Decidió pactar con el diablo para evitar que le robaran los higos y puso su sangre como sello. Pero el demonio jugó sució e hizo crecer higos agrios, con lo que así evitó que nadie los robara". Al parecer, la señora murió en la tristeza y bajo la higuera que tantos frutos había dado. Su espíritu, cuentan, se aparece en este recoleto rincón.
Aquí, tras la conquista, vivió Álvaro de Lope. Hombre de armas, su profesión le impidió formar familia y quedó al cuidado de un ama de llaves que se encargaba de traer las viandas a casa a diario. Así hasta que la señora descubrió que el propietario falleció en soledad. Sin descendientes, la casa pasó a los dominios públicos, que decidió arrendarla. Cada nuevo inquilino llegaba al hogar lleno de ilusión, pero tras pasar una noche quedaba horrorizado por los fenómenos que dentro se vivían. Golpes en los muros, ruido de cadenas, gritos atormentados hacían imposible la vida dentro de la casa y uno tras otro fueron abandonando sin remisión.
El caso llegó a los oídos de la corporación municipal, donde uno de los alguaciles dio un paso al frente para descubrir el misterio. Valiente, decidió pasar una noche dentro para demostrar que todo era una cháchara del pueblo. A la mañana siguiente, los vecinos lo llamaron sin encontrar respuesta. Ante el silencio, entraron en la casa y hallaron al alguacil atrincherado bajo las sábanas, mudo de miedo. En su gesto se reflejaba el terror más puro. Y así quedó desde entonces, envuelta en un halo de misterio, una casa que más allá de la leyenda ha tenido a ilustres inquilinos dentro.
Sin embargo, el tiempo pasaba y las andanzas de la guerra hacían prácticamente inviable la posibilidad. El soldado nazarí, cansado de esperar, decidió actuar por la vía rápida. Se insinuó nuevamente a María, que trató como pudo de rechazarlo. Ante su negativa, atacó a la joven e intentó poseerla en los jardines. Ella, junto a unos jazmines, se zafó del individuo con las flores en las manos y salió a la carrera. Con fortuna, consiguió escapar hasta llegar al aljibe donde se reencontró con su prometido, disfrazado de nazarí, que había traspasado las altas murallas de la ciudad en su búsqueda. Con las prisas, los dos salieron a la carrera de Granada, dejando atrás únicamente el ramo de flores en el aljibe y un caudal dulcísimo que emanaba de allí.
Hoy el aljibe sigue donde entonces y es fiel testimonio de la tradición. Un punto lleno de magia que, junto a la placeta de la Vieja y la casa del terror, sirve de acicate para aquellos que quieran conocer otra faceta de Granada.
Uno de ellos es el Aljibe de la Reina, muy cerca de la calle Pagés. Su historia, un tragedia que sirve de denuncia al incivismo, ha sido recordada días atrás gracias a uno de los cuadros galardonados por el Ayuntamiento en la última edición del premio de Pintura Joven de Granada. La obra pone sobre lienzo la leyenda de cierta señora que vivía en una de las casa de la placeta. Según el relato del joven pintor, Juan Ruiz Mena, la vivienda tenía una frondosa higuera en la que colgaban sabrosísimos frutos que eran el orgullo de la propietaria. Los dulces premios, sin embargo, caían a manos de furtivos vecinos, que alcanzaban los higos sin siquiera pedir permiso.
La solución al problema la explica Ruiz Mena. "Decidió pactar con el diablo para evitar que le robaran los higos y puso su sangre como sello. Pero el demonio jugó sució e hizo crecer higos agrios, con lo que así evitó que nadie los robara". Al parecer, la señora murió en la tristeza y bajo la higuera que tantos frutos había dado. Su espíritu, cuentan, se aparece en este recoleto rincón.
La casa del terror
Otra de las leyendas nos transporta hasta el Callejón del Conde.
Allí, en una bella plazoleta existe una casa con una hornacina que ha
ejercido como imán para muchísimos pintores. Sin embargo, la misma
vivienda porta una tradición de terribles resonancias que ha pasado de
padres a hijas y que se publicó en revistas de la ciudad. Aquí, tras la conquista, vivió Álvaro de Lope. Hombre de armas, su profesión le impidió formar familia y quedó al cuidado de un ama de llaves que se encargaba de traer las viandas a casa a diario. Así hasta que la señora descubrió que el propietario falleció en soledad. Sin descendientes, la casa pasó a los dominios públicos, que decidió arrendarla. Cada nuevo inquilino llegaba al hogar lleno de ilusión, pero tras pasar una noche quedaba horrorizado por los fenómenos que dentro se vivían. Golpes en los muros, ruido de cadenas, gritos atormentados hacían imposible la vida dentro de la casa y uno tras otro fueron abandonando sin remisión.
El caso llegó a los oídos de la corporación municipal, donde uno de los alguaciles dio un paso al frente para descubrir el misterio. Valiente, decidió pasar una noche dentro para demostrar que todo era una cháchara del pueblo. A la mañana siguiente, los vecinos lo llamaron sin encontrar respuesta. Ante el silencio, entraron en la casa y hallaron al alguacil atrincherado bajo las sábanas, mudo de miedo. En su gesto se reflejaba el terror más puro. Y así quedó desde entonces, envuelta en un halo de misterio, una casa que más allá de la leyenda ha tenido a ilustres inquilinos dentro.
Dulces jazmines
El Aljibe de María la Miel es el último de los puntos de la ruta de
este fin de semana. Enclavado en uno de los lugares más bellos del
barrio, recuerda una historia en la que el amor triunfa pese a la
adversidad. Cuentan que hace siglos de aquello. Granada y Castilla
combatían de tú a tú en los campos y fruto de las razzias, un soldado
nazarí secuestró a una dama. Ella, de nombre María, era mujer prometida a
un valeroso hombre de armas del ejército cristiano. Bajo la guarda del
soldado nazarí, María decayó en la tristeza. Día tras día se veía
obligada a rechazar al granadino ante la esperanza del rescate.Sin embargo, el tiempo pasaba y las andanzas de la guerra hacían prácticamente inviable la posibilidad. El soldado nazarí, cansado de esperar, decidió actuar por la vía rápida. Se insinuó nuevamente a María, que trató como pudo de rechazarlo. Ante su negativa, atacó a la joven e intentó poseerla en los jardines. Ella, junto a unos jazmines, se zafó del individuo con las flores en las manos y salió a la carrera. Con fortuna, consiguió escapar hasta llegar al aljibe donde se reencontró con su prometido, disfrazado de nazarí, que había traspasado las altas murallas de la ciudad en su búsqueda. Con las prisas, los dos salieron a la carrera de Granada, dejando atrás únicamente el ramo de flores en el aljibe y un caudal dulcísimo que emanaba de allí.
Hoy el aljibe sigue donde entonces y es fiel testimonio de la tradición. Un punto lleno de magia que, junto a la placeta de la Vieja y la casa del terror, sirve de acicate para aquellos que quieran conocer otra faceta de Granada.
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