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"LOS VIAJEROS QUE IBAMOS SENTADOS DETRÁS NOS LLEVAMOS LA PEOR PARTE"

María sujetando ayer la mano de su cuñada, Úrsula, ingresada en el Morales Meseguer.
María sujetando ayer la mano de su cuñada, Úrsula, ingresada en el Morales Meseguer. / Fran Manzanera
  • Una de las supervivientes del siniestro relata que el autobús «dio bandazos bajando la rotonda; todos empezamos a gritar»

«Vi a la gente volar». El relato de Úrsula Dolores Jiménez es la historia de un milagro, porque esta vecina de Bullas, de 50 años, iba sentada en la parte de atrás del autobús siniestrado a la altura de la Venta del Olivo, en Cieza, justo en la zona del autocar donde se registraron más heridos y víctimas mortales. «Iba en el gallinero, en el asiento de en medio, rodeada de amigas que no sé si siguen vivas». Nada más pensar en sus paisanas no podía contener unas lágrimas que le dolían más que sus cinco costillas rotas y los puntos que lucía en un dedo.

«Había gente chillando, pero intenté no fijarme mucho porque el panorama no era agradable». Pese a la gravedad de la colisión no perdió el conocimiento en ningún momento y en la planta de traumatología del hospital Morales Meseguer narraba ayer con nitidez todo lo sucedido: «Salimos de Madrid a las siete de la tarde y la hora de llegada era las doce. Al salir escuchamos ruidos extraños, porque estábamos sentadas sobre el motor. Pero el conductor que nos llevó hasta La Roda era estupendo». Una vez allí, los conductores se relevaron y los vecinos aprovecharon para comprar 'miguelitos'. «Cuando estábamos llegando a la Venta del Olivo escuché un ruido, el coche dio bandazos bajando la rotonda y todos empezamos a gritar. Los que íbamos sentados atrás nos llevamos la peor parte. Yo llevaba el cinturón, me oprimía las costillas y no podía respirar».
Aunque fue el cinto el dispositivo que salvó su vida, Úrsula seguía ayer sin perder su fe en Dios: «El Señor no me ha llevado porque estoy cuidando de mi madre y no puede quedarse sola». Precisamente esa devoción, la había empujado a formar parte «del Grupo Madre Maravillas de Bullas» y a participar en las últimas seis ediciones del viaje anual al convento madrileño de la Madre Maravillas de Jesús.
«Mi cuñada ha vuelto a nacer», añadía María González Gil, mientras sujetaba con fuerza la mano de Úrsula, sentaba sobre su cama del Morales Meseguer de Murcia y tratando de reprimir el llanto. María también era otra de las habituales de este viaje. «Esta vez no me apetecía viajar porque ya había ido otras dos veces», recordaba. Esta vecina había declinado comprar un pasaje para este año y cuando se enteró el pasado sábado por la noche del brutal accidente, se quedó bloqueada. «Solo podía pensar en los que iban en el autobús y a los que no podré volver a ver más. Solo pienso en la desesperación de las familias».
Juani dio la voz de alarma
Esa sensación de angustia era la que también invadía ayer a Juani, que viajaba en el primero de los dos autocares de la empresa J. Ruiz de Calasparra y que dio la voz de alarma. «Íbamos por delante, yo iba sentada en el gallinero, y de repente vi que el otro autobús se había quedado atrás y se lo dije al conductor. Solo faltaba media hora para llegar a Bullas». Fue entonces cuando decidieron detener el convoy en la carretera. «Uno de los conductores bajó y echó a andar y cuando vio lo que había pasado se echó las manos a la cabeza. Cuando regresó nos dijo que era un pequeño accidente».
Al parecer, los conductores decidieron no alarmar al pasaje y reanudaron la marcha hacia Bullas, sin embargo, Juani pensaba que «algo grave había pasado, porque uno de los conductores se quedó allí y veíamos llegar las ambulancias por el carril contrario. Noté que el conductor iba nervioso porque iba muy rápido». Al llegar al municipio les comunicaron el terrible accidente, que ayer elevaba el número de víctimas mortales a 14 y 28 heridos. «Esto es un drama porque todos somos familia y amigos». Incluso compañeros de trabajo, ya que Juani indicaba que «al menos, una treintena de pasajeros son trabajadores de la Conservera Pérez Escámez».
Esta vecina aseguraba que «me ha tocado la lotería, porque podría estar entre las víctimas». La misma sensación tenían la concejal de la Tercera Edad de Bullas, Juana María Corbalán, y su hija, Sara, que recibieron a primera hora de ayer el alta en el hospital Morales Meseguer.
La superviviente Úrsula Dolores Jiménez destacaba la actitud que mostró la hija de la edil bullense: «Me auxilió. Cuando los bomberos me cortaron el cinturón de seguridad Sara cogió mi móvil, llamó a mi marido, le contó que estaba bien y estuvo conmigo en todo momento. Siento que he vuelto a nacer».

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