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La Costa granadina lleva más de quince años recibiendo a miles de inmigrantes que se la juegan por una oportunidad
Patera: embarcación neumática donde se mezclan la vida y la muerte, donde viajan cadáveres, bebés, hombres fuertes y mujeres con latido en su vientre, donde el fracaso y la gloria están separados por un hilo tan fino que una ola es capaz de partir. Todos, a este lado de la orilla, recuerdan su primera patera. Jamás pensaron dedicarse a recibir inmigrantes pero una vez que lo probaron, se engancharon a esa sensación de acoger y dar esperanza al que acaba de jugársela por un -supuesto- futuro. Unos con la ley en la mano, otros entregando su tiempo, recorremos el mapa de los rostros que están ahí y han estado durante estos más de quince años que lleva la Costa de Granada recibiendo inmigrantes por el mar.
Pedro Encabo Sargento de la Guardia Civil (Comandante de Motril)
«Me los he encontrado en la playa medio moribundos»
Un cayuco de madera azul y unas ropas tiradas en la arena fueron las primeras señales que dejó la inmigración en la Costa de Granada. A finales de los 90, no existía Servicio Marítimo de la Guardia Civil y las pateras llegaban fácilmente a las playas cargadas de jóvenes marroquíes que echaban a correr como si les fuese -les iba- la vida en ello. «Cruzaban la carretera y se subían por los cerros y nosotros íbamos a pie tras ellos», recuerda Pedro Encabo que siempre ha sido comandante del puesto de Motril y por tanto responsable de las pateras de su franja de litoral y partícipe en la tramitación de todas las demás porque cuando llegaba una, todos los guardia civiles se ponían con ella. Desde La Rábita a La Herradura podían sorprender en cualquier momento y el teléfono berreaba en plena noche en la casa de Pedro porque tocaba patera.
«Al principio me causaron mucho impacto. Recuerdo uno de los primeros cayucos que vi que se quedó enterrado en la playa del Cañón porque no pudimos sacarlo. Los marroquíes estaban fuertes: llegaban a tierra, se ponían ropa seca y echaban a correr. Sacaban fuerzas de donde no había para huir», apunta Pedro Encabo que explica que había pateras donde conseguían localizar a todos y otras, en las que perdían a integrantes del pasaje.
La historia que más ha marcado al sargento Encabo sucedió el 22 de abril de 2004. Estuvieron atendiendo el desembarco de una patera por la tarde y de madrugada, la mar escupió el cadáver de una joven. «Estaba claro que era de la patera y que viajaba con los marroquíes interceptados, pues nada... hicimos una foto al cadáver y se la enseñamos a todos para que la reconocieran y ninguno abrió la boca por miedo... aquello no se me olvida», apunta Pedro que recuerda cómo los inmigrantes, cuando había mala mar, llegaban «listos de papeles» (en el sentido de la salud). «Me los he encontrado medio moribundos en la playa y eso es muy duro», explica el comandante del puesto de Motril que recuerda los traslados al hospital o cómo aguardaban en los cuarteles a que se redactaran las largas diligencias en las que se les preguntaba uno por uno por las condiciones del viaje. «Mira, este pagó 90.000 pesetas», rememora Encabo mirando documentos antiguos. «Mi obligación era interceptarlos, pero pensaba 'pobreticos'... por un lado, los entendía», se sincera Pedro.
Enrique Garberí Patrón de Salvamento Marítimo
«Los he visto llorar de alegría, rezar, darnos besos»
Enrique Garberí, patrón de Salvamento Marítimo sale con la embarcación Salvamar Hamal a buscar a los inmigrantes en la inmensidad del mar. Nunca sabe lo que se va a encontrar hasta que llega. «Hay rescates muy sencillos y otros extremadamente difíciles», desgrana. De noche y con mala mar una patera se convierte en un arma mortal. «Lo primero que hacemos es decirles que se tranquilicen: si se ponen de pie todos a la vez, los nervios pueden hacerles volcar».
Garberí inauguró el servicio de Salvamento Marítimo en la Costa granadina. Comenzó en 2001 con la embarcación Mirfak, que estrenó en su camino del astillero -en el norte de España- a Motril, cuando se topó con una patera frente a la costa malagueña. En 2006, llegó la embarcación Salvamar Hamal con la que ha rescatado a miles de inmigrantes desde entonces. «No sé, miles, muchos miles... he perdido la cuenta», aclara cuando se le pregunta por cifras.
El aviso lo da un barco que ve la patera, algún familiar de los inmigrantes o hasta ellos mismos con un teléfono móvil. Entonces Garberí va hacia ellos para traerlos a tierra. «Siempre se ponen muy contentos al vernos. Les he visto llorar de felicidad, rezar, algunos nos dan hasta besos cuando los rescatamos», señala el patrón de la Salvamar.
Por los ojos de Enrique han pasado escenas terribles como la de aquella patera que volcó y la mar empezó a chupar personas y a devolver cuerpos sin vida. «Murieron dos bebés, dos mujeres y un hombre... fue un logro poder salvar al resto», recuerda el patrón que señala, que aunque no deben, en una ocasión uno de sus compañeros se lanzó al agua a por una niña de un año.
Ver a los niños afecta
Una vez en la embarcación ofrecen agua, mantas y miman a los bebés. «Ver a los niños es lo que más te afecta. Al bebé lo han subido ahí y es muy injusto», dice Garberí que reconoce que la mayoría de los salvamentos salen bien y son gratificantes: «llegas a casa como flotando».
José Medina Teniente del Servicio Marítimo de la Guardia Civil
«En el mar no nos ven como los malos, al contrario, te sonríen y levantan los brazos»
El Servicio Marítimo de la Guardia Civil de la Costa granadina cumplirá diez años en enero. Se puso en funcionamiento en 2004 de la mano del teniente José Medina que sigue al pie del cañón dirigiendo las operaciones desde el despacho del puerto o desde la embarcación. Cuenta que las pateras o se las encuentran o llegan avisos de barcos y hasta de cooperantes españoles en el Norte de África. También, con la llegada del Sistema de Vigilancia Exterior en 2006, se facilitaron las cosas.
«Les decimos que se calmen, que se sienten en inglés y en francés, aunque no siempre se consigue», expresa Medina que apunta que hay pateras 'fáciles' que se rescatan con rapidez y complicadas cuyo rescate puede durar entre dos y tres horas.
José Medina recuerda especialmente un rescate en el que, al ver a gente en el mar, ofreció su cuerpo amarrado a un arnés a un hombre para que pudiera subir a la embarcación de la Guardia Civil. «Fue peligroso porque aparecieron dos más que se querían agarrar a mí. Son segundos en los que tienes que tomar decisiones y que te inmovilizan».
Aunque son los encargados de interceptar la patera, ellos prefieren llamarlo rescate. «En el mar no nos ven como los malos de la película, al contrario, nos sonríen y nos levantan los brazos», expone el teniente que explica cómo los marroquíes y los subsaharianos suelen tener diferente actitud porque los ciudadanos de Marruecos son devueltos a su país rápidamente. Además expone que, dentro de estos, los que más problemas pueden dar son los argelinos que proceden de un país en conflicto.
El teniente Medina recuerda cómo hubo un boom de pateras en el que no daban abasto con más de 4.000 inmigrantes en dos años negros en la Costa granadina: 2004 y 2005. El teniente reconoce que siempre es más agradable rescatar a los integrantes de una patera, cuando sale todo bien, que denunciar. «Algunos intentan escapar cuando ven tierra, pero son muy pocos los casos. Casi todos son agradecidos y obedientes, se dan cuenta de su situación de peligro ya en el mar, cuando pasan 18 horas sin ver nada», dice el responsable del Servicio Marítimo que reconoce que viajar desde África hasta Europa en patera «es una locura, que acabaría mal si no interviniésemos».
Salvador Rodríguez, Luis Correa y Fernando Fernández Voluntarios de Cruz Roja de los comienzos
«Hacíamos bocadillos de atún y les dábamos mantas de las del ejército»
Con muy pocos medios, pero con muchas ganas de ayudar los voluntarios de Cruz Roja han sido siempre los que han mantenido el contacto más cercano con los inmigrantes. Los encargados de mirarlos a la cara, consolarlos, darles un bocadillo y echarles una manta por encima así como curar las heridas, las físicas, e intentarlo con las del alma. A finales de los 80 salían con la embarcación a recoger a los muertos que no llegaban y después desde finales de los 90 los atendían en tierra, donde podían, donde les dejaban.
En la memoria de Salvador, de Luis y de Fernando se agolpan los recuerdos de los inmigrantes con los que trataron. Ellos eran los que se encargaban de preparar bocadillos en casa de algún voluntario -de atún aunque algunos pedían de jamón- y de repartir mantas «de aquellas del ejército que picaban». Además les asistían y les velaban el sueño por si pasaba algo. Los medios no eran los deseados. Como no habían un centro donde mantenerlos -el del Puerto es muy posterior- los metían en la comisaría de la Policía Nacional de la Rambla de Capuchinos de Motril, en la iglesia de la Divina Pastora o en Jesús Abandonado. Cruz Roja habilitó su propio centro en la carretera de Torrenueva donde los atendían a través de los barrotes. «Me acuerdo que protesté para que no les pusieran las bridas», recuerda Luis Correa que era un guerrero en la defensa de los inmigrantes. Estos voluntarios se levantaban de madrugada para atender a los viajeros. «Yo tenía el uniforme en la taquilla: gastaba poco en ropa porque o iba de Guardia Civil o de voluntario de Cruz Roja», expresa Salvador.
Que por qué lo hacían. Parece que la explicación es corta. «Porque nos gusta ayudar». No hay más. A lo largo de los años que estuvieron atendiendo pateras vieron de todo: desde muertos «a los que no podías tocar ni sacar del barco», hasta situaciones insólitas como la de los inmigrantes subsaharianos que desembarcaron a las doce de la mañana de un día de verano en la playa de Torrenueva y «se camuflaron debajo de las sombrillas con los sombreros de la gente», expresan con una sonrisa. Y una última anécdota que cuenta Salvador. «Me acuerdo de una patera en la que algunos inmigrantes se quejaron de escozor en sus partes. Vieron a algunas chavalas voluntarias y empezaron a quejarse todos de la misma dolencia. Cuando me vieron a mí con la pomada, a muchos se les quitaron los dolores», rememora entre risas.
Ahora, de la asistencia a los inmigrantes se encarga la Erie de Cruz Roja, que los atienden en el Puerto antes de que entren en el centro donde se quedan detenidos.
Antonio Cifuentes Inspector Jefe de la Brigada de Extranjería de la Policía Nacional de Motril
«Somos sensibles al problema e intentamos buscar soluciones»
Antonio Cifuentes lleva poco más de dos años al frente de la Brigada de Extranjería y Fronteras de la Policía Nacional de Motril pero ya se ha hecho a trabajar con pateras e inmigrantes. Cuenta que cuando llega una embarcación, se moviliza a toda la Comisaría motrileña porque requiere bastantes horas de trabajo. Explica que, aunque a todos se les abre un expediente de devolución, a los marroquíes se les suele devolver a su país rápidamente y los subsaharianos permanecen en Centro de Internamiento detenidos por un máximo de 60 días mientras que se intenta documentarlos para el regreso a su lugar de origen, que es mucho más complicado.
Con los bebés, con los niños y con las mujeres embarazadas el procedimiento es diferente. Los bebés y las embarazadas pasan a manos de Cruz Roja y los menores a la Junta de Andalucía a través de Fiscalía.
«Somos sensibles con este problema e intentamos buscar soluciones, de hecho se van elaborando protocolos nuevos», expone el inspector jefe de Extranjería de Motril que cuenta cómo, en el caso de las mujeres, se les ofrece ayuda para que colaboren para desenmascarar a las mafias si las hubieran y a cambio, se les dan los papeles.
Cifuentes expone que ahora se está elaborando un protocolo nuevo porque se han dado casos de bebés que vienen con mujeres que no son sus madres, por eso, se le toman huellas y se hacen pruebas de ADN: «Tanto las Fiscalías de Granada como las de Córdoba han retirado bebés al descubrir que no venían con sus madres», aclara.
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