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LOS CACHORROS DE MONACHIL CUELGA EL CARTEL DE "COMPLETO"

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El histórico paraje se ha convertido en lugar de 'peregrinación' de excursionistas de varias provincias


Los Cahorros de Monachil cuelga el cartel de 'completo'
Paso elevado ubicado en los Cahorros Bajos. :: ROMÁN URRUTIA
Cuando apenas son las diez de la mañana el improvisado aparcamiento de la era del Portichuelo, en la bifurcación de la carretera del Purche con el camino de los Cahorros, está más que lleno y los vehículos comienzan a alinearse sierra arriba, en la cuneta hacia el Purche, una alineación que a mediodía se pierde carretera arriba. Y es que si apenas hace dos o tres años Los Cahorros eran conocidos solo por su nombre, o desconocidos incluso para muchos granadinos, la difusión en prensa de reportajes sobre un entorno de baja montaña privilegiado y la inclusión en las rutas de montaña y turísticas del Ayuntamiento de Monachil han provocado una eclosión que posiblemente haya que regular.
El recorrido es fácil, porque se puede llegar en vehículo hasta la entrada del sendero que se presenta sencillo, llano, fresco y entre huertas, un trayecto, como suele decirse, a prueba de familias, que son la mayoría. Una de ellas es la de Violeta Arraz, que se ha llevado a sus dos hijos de corta edad y a una familia polaca, los Zakielarz, con otros tres críos, que están disfrutando del camino. «Siempre que vienen amigos los traigo a los Cahorros porque esto es pura naturaleza y tiene lugares muy bellos de montaña relativamente cerca», dice.
Parada de reorganización al atravesar un riachuelo, que este año los hay a decenas. Terminada la vereda de entrada, llana y cómoda donde las risas aún se escuchan, llega un momento en el que hay que optar por los Cahorros Bajos o la subida a la era de los Renegrales. La mayor parte de los excursionistas, sobre todo los poco acostumbrados a marchas fuertes -y esta no lo es, ojo- optan por el cartel que indica Los Cahorros Bajos, muy atractiva porque lleva por senderos sinuosos y angostos -eso significa Cahorros-, con la compañía del río Monachil y su rumor constante entre arboledas, puentes y escaleras.
Subida fuerte, pero corta
La subida hacia la era de los Renegrales es fuerte pero muy corta y hay quien opta por ella quizá porque sabe que al final de la pendiente se encontrará el regalo de la vista de un cañón y las paredes de los Cahorros que hace enmudecer a quien llega, y no solo por el cansancio. Un grupo de granadinos opta por subirla con sus perros, Nela y Sacha, «que ya nos han precedido y guiado más de una vez, aunque llegan, como nosotros, con la lengua fuera, pero merece la pena». Más de una vez también cuatro jóvenes de Huétor Vega, Álex, Antonio, Fran y Sergio, se regalan el paseo, «porque cuando venimos andando desde nuestro pueblo nos relajamos». Y se entiende al observar el fondo de unos cortados impresionantes que se dejan caer por otra vereda hasta donde ha llegado el grupo de amigos de Ángela, que se adentra por vez primera en estos angostos senderos «que jamás nos hubiésemos imaginado que fuesen así, y mira que somos de Granada». Hay familias de Granada, de Jaén, de Córdoba, de Málaga. todos han encontrado otro lugar donde empaparse de naturaleza pura y bella.
Y hay más, porque cerca de ese famoso puente colgante de 60 metros que da acceso a la Cueva de las Palomas y a las altas cumbres para quien quiera arriesgarse, está sentado Sergio., un joven invidente, y su padre, Tiburcio. Han llegado desde Jaén para disfrutar de unos Cahorros que ya conocen de anteriores visitas: «Hemos atravesado el puente, pero no nos hemos atrevido con la cueva porque nos da un poco de miedo, hay sitios estrechos. Mi mujer, Dolores, sí ha seguido y la estamos esperando». Un admirable ejemplo de constancia.
La cruz de la cara
Llegar precisamente a ese corazón de Los Cahorros, donde la belleza natural se eleva a límite insospechados con una cascada que hace continuar al río su manso recorrido, nos ofrece la cruz de una cara que es de las más bellas de la montaña granadina. Un puente colgante de sesenta metros de longitud que hace trasladarse al excursionista a un país de cuento, en la jornada dominical se convierte en el ejemplo de lo absurdo, en un suplicio para propios y extraños, en una cola incontrolada para ir y venir a la Cueva de las Palomas, para convertir el diálogo en casi violenta discusión: «¿Qué dicen los del otro lado?» -nos preguntan-. «Que llevan media hora esperando para salir por el puente». «y nosotros igual para pasar, que se aguanten».
Aparece la España profunda en mitad de la Sierra, donde el que está al otro lado del puente es el enemigo, cuando en la montaña no hay más enemigo que los elementos. Por eso la cordura en la mayoría de los casos evita problemas. Eso lo tienen claro algunos asiduos de la zona, como Pablo y Ramón, dos jóvenes de la vecina Cájar que se dan la vuelta argumentando «que esto es un caos, el día menos pensado habrá una desgracia gorda, los críos se mueven como si estuvieran en un parque infantil y esto es la montaña, con los peligros que conlleva». Lo dicen señalando a dos pequeños que se han metido entre las rocas del río.
También se dan la vuelta dos familias de Almería: «Venimos a menudo, pero vamos a dejar de hacerlo porque los espacios naturales están dejando de ser atractivos no solo aquí, sino en nuestra tierra; están tan masificados que ya no hay control y no se puede disfrutar de ellos».
Los Cahorros de Monachil se ha convertido en un lugar de 'peregrinación' de domingueros, que tienen su derecho a conocer las maravillas de Sierra Nevada, de montañeros que piden, sin decirlo, a las administraciones su presencia domingo a domingo para controlar a esos 'peregrinos'.
Nosotros, como siempre, nos quedamos con la parte más bella de la visita. Como casi todos.
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