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Salobreña rinde homenaje al dueño del restaurante más emblemático
La historia del restaurante que se ha convertido en institución comienza allá por los años 60 cuando Antonio Arnedo, el Pesetas, regresó de hacer la mili. Aficionado a la hostelería, montó una barra en su propia casa, trabajo que combinó con la profesión de contable en una fábrica de azúcar. Con el paso de los años y gracias a su carácter familiar y de servicio, el Pesetas se ha transformado en el restaurante más emblemático de Salobreña, lugar por donde han pasado los personajes y artistas a lo largo de medio siglo. El Ayuntamiento, ha querido premiar a este negocio en sus primeros galardones turísticos.
Hijo de carboneros, comenzó su andadura en el mundo de la hostelería trabajando en el camping de Salobreña, cuyos terrenos eran de sus abuelos. Poco a poco se fue abriendo un hueco y se hizo cargo del chiringuito El Peñón -siempre sin abandonar su barra- pero «un mes de trabajo al año no da para mantener a una familia», cuenta Antonio, el menor de sus hijos y uno de los que, en la actualidad, se hace cargo del restaurante.
Gracias a su buen hacer y a los bocadillos de calamares que preparaba su mujer, el Pesetas fue adquiriendo fama y cada vez eran más los clientes que se reunían en aquel pequeño bar. «En aquellos entonces sólo se bebían chatos de vino: peseteros. Un vaso costaba una peseta y así, poco a poco, se quedó con El Pesetas», rememoran Encarni, Anabel, Miriam y Antonio, cuatro hijos orgullosos de un gran padre a los que, apenas un año después de su fallecimiento, les vienen las lágrimas a los ojos al recordar a quien cambió la visión de los bares.
Y es que cuentan que fue el primero que permitió entrar a las mujeres: «El resto eran tabernillas donde los hombres de campo iban después del trabajo», apunta Anabel. Las risas salen a la palestra cuando recuerdan cómo los padres de sus amigos se han conocido y se han hecho novios en el bar de su padre: «Por aquí han pasado generaciones enteras y lo siguen haciendo; los más jóvenes, nietos de los primeros clientes, se vienen a ver el fútbol o quedan aquí con los amigos», aseguran mientras sus propios hijos ya andan por el comedor.
Los años siguieron pasando y el Pesetas, codo con codo con su mujer, siguió ampliando el negocio cerrando la terraza para convertirlo en el comedor. El menú también creció y el pescado fresco se convirtió en protagonista. El destino, sin embargo, le tenía guardado un revés a Antonio Arnedo y en 1982 se llevó a su mujer dejándolo sólo con el negocio y cuatro hijos, el menor de ellos con un año. Su familia política no dudó ni un momento en volcarse con este buen hombre y se trasladó a su casa para ayudarlo. «La abuela era la que preparaba los boquerones en vinagre y después lo hizo mi tía», añade Encarni, la más parecida a su padre.
Quien conocía al Pesetas destaca su amabilidad y entrega a los demás. El restaurante ahora es de los más conocidos de la localidad, pero empezaron desde abajo. «Hemos tenido libreta, como todos», señala el hijo menor haciendo mención a que en tiempos de crisis es cuando su padre se portaba con la clientela. Esta familiaridad llevó al pueblo a convertir en Pesetas en punto de reunión: «Aquí venían a preguntar hasta por los electricistas». Sus hijos ahora se niegan a perder esa esencia y, «aunque cada año hacemos un arreglito», la barra o el suelo del bar continúan siendo las de siempre.
Por el Pesetas ha pasado lo más florío del mundo artístico. Su cercanía con el Castillo, lugar elegido para grandes actuaciones durante muchos años, hizo de este restaurante parada obligada para personajes como Paco de Lucía, el Caracol o la familia Morente. Y ahora, es un auténtico símbolo de
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