IDEAL.ES
Un agradable paseo mañanero con Paco Ocaña por el "ombligo de la Alpujarra"
Yo, que estoy en la edad de la bajamar, me empeño en mantener los ojos abiertos del asombro, cuando siento como un regalo divino la llamada de las luces que clarean con el alba. Es la edad en la que los placeres se atemperan y buscan la hondura del sabor de un vino costa, la conversación cercana y quizás intrascendente con el parroquiano de una taberna o el olor de un secadero instalado en las nubes o de un soplillo alpujarreño recién hecho. Es una plenitud en todos sus matices que puede culminar en atardeceres que se convierten en un refugio a cielo abierto para mi alma. Eso sentí después de visitar Cádiar.
Gallea el día cuando entro en la localidad que, según Brenan, fue «centro y ombligo de la Alpujarra». Es temprano pero la gente de este pueblo es laboriosa y están casi todos los vecinos fuera de la cama. Se ve en las calles, por las que pasan personas con la prisa lógica de una gestión o con el paso apresurado de un recado. Después de dar un paseo, busco un puesto de periódicos cerca de donde aparco el coche y alguien me dice que está la librería de Miguel. Cádiar, ciudad bravía, con 15 bares y una librería. La relación, por lo tanto, es ideal. Hay pueblos, me consta, que tienen cincuenta bares y ningún sitio para comprar libros.
Miguel Mellado, que así se llama el librero, vende libros y periódicos, pero también naranjas y limones. Y sandalias y bañadores. Y botones y tiras de goma. Lo que se dice una tienda en toda regla.
-¿Me da usted el periódico?
-¿Cuál quiere?
-Me da igual, es para leer malas noticias.
Miguel se ríe con la salida del cliente forastero y responde con la misma retranca:
-Diga usted que sí, que de un tiempo a esta parte lees un periódico y te pones de mala leche.
-¿Se venden muchos libros, Miguel?
-Bueno, ahora un poco más. En verano a la gente le da por leer.
Comerciante y concejal
Tiene Cádiar por la mañana la apariencia de muchacha recién levantada, de piel joven que no necesita mejunjes para restaurarse, de ciudad novedosa que camina hacia el futuro que le tiene preparado el tiempo. La historia dice que Cádiar es un pueblo antiguo en donde los musulmanes llegaron a tener una mezquita, que fue escenario también de frecuentes peleas con los moriscos y que Felipe II le otorgó la distinción de villa. Al de la rempuja panamá le cuesta creer que todo eso pasara en un pueblo que, ya digo, tiene por la mañana pinta de inocente moza.
Al salir de la librería de Miguel, un señor de aspecto venerable me para y me pregunta si soy yo el que está recorriendo la comarca para escribir crónicas alpujarreñas. Le digo que sí y tanto él como yo nos alegramos de conocernos.
-¿Quiere usted que le enseñe el pueblo?
-Para mí sería un honor, además de que me ayudaría en mi tarea.
-Pues vamos allá.
El hombre se llama Paco Ocaña Ortega y ha sido comerciante, concejal y ahora es juez de paz. Es amable y buen conversador, elementos imprescindibles para ser cicerone de un toma-notas como yo. Así, camino hacia la Fuente del Vino, Paco me va contando con profusión de detalles que ésta funciona desde hace 36 años y que él, precisamente, fue durante algún tiempo concejal de fiestas y encargado de la gestión de la citada fuente, la única de la Alpujarra en la que en vez de agua sale mosto. Me cuenta que la idea de poner un venero del que manara vino para festejar el final de la vendimia y las fiestas en honor del Cristo de la Salud, se le ocurrió al poeta Enrique Morón y a dos amigos: Luis el médico y al empleado de banca Manuel Tarifa. Pretendían extender a toda Granada y a todo el mundo, a ser posible, la fama del vino costa, el que se cría en los cortijos de la Contraviesa. Luego, la idea la retomó el Ayuntamiento y ya se ha convertido en un reclamo turístico. Desde entonces, todo el que quiere vino gratis no tiene más que pasarse a primeros de octubre por Cádiar.
-Ha habido años en que los viticultores han donado hasta 44 arrobas de vino para la fuente. Al principio la gente se ajumaba mucho, se caía doblada, pero ahora se bebe con más moderación -me dice Paco.
La Diputación quiere darle más vida a la fuente y tiene pensado que Manuel Martín, artista que lleva más de 30 años viviendo en Narila, haga un proyecto escultórico que la dignifique y sea una excusa para una visita turística a Cádiar.
A esta altura de la mañana Paco y yo hemos considerado que somos tan buenos amigos que podemos comer del mismo plato. Así que nos vamos a desayunar a la cafetería de Servando donde, según Paco, ponen un dulce típico llamado "cuajao" que debo probar.
-Niña, ponnos un "cuajao" y dos cafés con leche -pide Paco a la camarera, que es la hija de Servando.
El "cuajao" tiene un ligero sabor a tarta de almendra (hay muchas en la zona) y deja en el paladar el regusto de un dulce al que da pena que se acabe. Mientras tomamos café, Paco me cuenta que actualmente lo que hace es ir todos los días un par de horas a tres al juzgado de paz. Es ya una teoría dada por válida que Cádiar debe su nombre a una extraña derivación del árabe "al Cadí" (el juez) por haber sido en tiempos de Al Ándalus residencia permanente del juez principal. Paco es ahora el juez de paz principal (el hombre bueno) de la zona y no son pocas las intervenciones suyas a favor de la concordia en donde ha demostrado su capacidad conciliadora.
-La mayoría de casos que trato son peleas por lindes o cosas así. Casi nada serio. Mi misión es tratar de que no llegue la cosa a los tribunales.
-¿Se acuerda usted, Paco, de algún caso difícil que haya tenido en su despacho?
-Pues una vez llegaron dos vecinos, ya mayores, que estaban peleados por un problema de lindes. Vinieron muy agresivos y en un momento determinado ambos levantaron sus garrotas con intención de pegarse. Entonces intervine y les hablé de lo importante que es vivir soportándose unos a otros. Al final terminamos los tres bebiendo un vaso de vino en la taberna de la esquina.
Otra tarea de Paco ha sido la de comerciante. Tuvo una tienda de ropa y tejidos en aquellos tiempos en los que Cádiar era considerado el lugar al que iban todos los vecinos de los pueblos cercanos a hacer sus compras.
-Una vez, en los años cincuenta, fui a Barcelona y vi unas gorras militares que habían hecho para la guerra de Argelia. Yo compré 1.300 y me las traje. Poco después todos los agricultores de la zona llevaban gorras de la guerra de Argelia, que, por cierto, luego se arregló. La última gorra la vendí a 25 pesetas poco antes de quitar la tienda.
También Paco ha sido durante algún tiempo el presidente del casino que, según me cuenta, es el único que funciona ya en la Alpujarra y que fue fundado en 1924 por Antonio Morón.
Estamos en plena conversación cuando entra a la cafetería un vecino al que quiere Paco que conozca. Se llama Francisco García Valdearenas y ha escrito varios libros sobre Cádiar.
-Este hombre está rescatando muchas cosas olvidadas de Cádiar -me dice Paco al tiempo que me presenta al referido.
-Yo creo que es importante conocer el pasado, el nuestro y el de nuestros antepasados. Hay que conocer la historia local para conocernos a nosotros mismos -dice el presentado.
Francisco García ha escrito ya dos volúmenes sobre la historia e intrahistoria de la localidad y ahora está con el tercero.
-Yo escribo sobre Cádiar porque lo amo. Y al escribir sobre mi pueblo, aparte de que le doy mi homenaje particular, siento que lo amo doblemente.
-Defíname usted Cádiar en pocas palabras -le pido al cronista local.
-Pues Cádiar es un pueblo prudente, mesurado y honesto. Y sus vecinos, al haberse criado en un medio ambiente hostil, no han tenido más remedio que ser ingeniosos. ¿Qué le parece?
-Genial.
La máquina de preservativos
Paco quiere enseñarme después la iglesia parroquial, que es del siglo XVI y de estilo renacentista, que está situada en una espaciosa plaza en la que confluyen las dos arterias más populares de la localidad: la calle Real y la de San Isidro. Justo enfrente de la iglesia hay una farmacia en cuya pared se exhibe una máquina expendedora de preservativos.
-Mira Paco, cómo se nota que tu tocayo el Papa es más liberal que los anteriores. Ya permite que se vendan condones a la salida de las iglesias -digo a mi acompañante, por supuesto en plan coña.
Paco sonríe y dice que sí, que debe ser eso.
Se va diluyendo la mañana como un azucarillo en el café del tiempo cuando Paco me propone que pruebe su vino. No hay cosa que más valore el de la rempuja panamá que, llegado el mediodía, se organice una cata de caldos de la zona. Para tal fin nos dirigimos a la bodega de Rosendo, cuya creación data de 1930.
La bodega es una auténtica reserva espiritual de la Alpujarra. Allí hay caldos de toda la comarca y la atiende José Miguel Martínez que, a pesar de ser su segundo apellido, Alcalde, es solo concejal. El alcalde, me informa Paco, se llama José Javier Martín y es un joven licenciado en Ciencias Políticas («todo un lujo para un pueblo como Cádiar»), que estudiaba mientras ayudaba a su padre en las labores del pastoreo.
José Miguel nos cuenta que la bodega la fundó su abuelo Rosendo Martínez Reinoso y que ha sido también destilería de anís y fábrica de refrescos.
-Tuvimos también una fábrica de hielo, pero fracasó cuando se inventaron los frigoríficos.
José Miguel dice que el vino costa, como tal, está mejorando mucho y que ya no es como antes, que se pisaban las uvas de todas las variedades juntas. Ahora, dice, los vinicultores son más selectos y están a las últimas en cuanto a la elaboración de sus caldos.
-Hombre, el vino costa, con tanta competencia, ha bajado mucho su producción, pero yo creo que se elaborará siempre. ¿Qué sería la Alpujarra sin el vino costa?
En la bodega probamos el costa, un tempranillo de la Contraviesa y el vino ecológico que hace Manuel Valenzuela en el Barranco Oscuro. Y Paco me regala una botella de un barril que tiene y que rellena todos los años. Y hablamos de la vida y de Cádiar.
-A nosotros nos llaman "pavicos".
-¿Y eso?
-Pues no sé, será porque somos algo inocentes y buenas personas.
Al salir de la taberna estamos en esa fase de la bebida en la que se exalta la amistad.
-Oye, estoy pensando? ¿por qué no vienes a mi casa y después de comer te echas una siesta? Luego puedes seguir el camino -dice Paco tuteándome por primera vez.
-Lo que tú quieras, Paco. ¡Hip!
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