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El municipio de Bubión, con 330 habitantes, presume de ser la cuna de 14 facultativos y de otros tantos nativos con carreras universitarias
Decenas de golondrinas de cola partida volando en torno a la iglesia de Bubión hacen que el cielo cobre su plenitud. Lo bueno que tiene la Alpujarra es que te hace anhelar los ambientes silenciosos. El silencio lo aportan los cerezos, que están a reventar de fruta que nadie coge, y el aroma grande y suave de las gayombas, los lirios y las hortensias. Me gusta la quietud justo al final de la jornada: la quietud honda de los lugares donde se ha trabajado mucho, la soledad de un espacio en el que hasta hace unos años se agitaba una multitud, cada uno ocupado en lo suyo, cumpliendo con su tarea experta y precisa, una fracción del gran empeño general.
Quizás una de las casas más bonitas que haya en el pueblo sea la de Ramón Robles, que tiene noventa años y gafas redondas a lo Brenan. Ramón es un encanto de hombre, que en cuanto echa la memoria a andar recuerda un pueblo en el que la actividad agrícola era la que mandaba. El pueblo se agitaba al amanecer y no paraba hasta que llegaba la hora de encerrarse a dormir. Según Ramón, que es catedrático en experiencia, nada es igual desde que él era joven y trabajaba de sol a sol en el campo.
-Mire usted, antes caían una nevazos impresionantes. No podíamos salir de las casas y les teníamos que hacer caminos a las vacas para que pudieran salir. Ahora no cae nieve ni para hacer un "helao".
-También los agricultores hemos desaparecido del mapa. La tierra ha "quedao" para una mijilla de patatas y cuatro tomatillos. ¿Ve usted el Barranco? Pues antes aquí se sembraba de "tó". Era un vergel. Ahora todo está casi seco -dice su vecino Juan Píñar con un punto de nostalgia-.
-¿Es aquí donde había un castaño tan grande que su copa cubría un marjal?
-Sí, hasta diez personas cabían en su tronco. Eso dicen. Como también decían que estaba embrujado y que por eso lo quemaron. Dos semanas enteras tardó en consumirse en las llamas.
La única mula que queda en el pueblo pertenece precisamente a Juan Píñar, que ha visto cómo esos animales, tan útiles en otros tiempos, han sido sustituidos por "dumper" en estas calles tan empinadas.
-Antes, quien tenía una mula tenía un tesoro. Servían para arar y para acarrear todo tipo de cosas. Ahora no se utilizan para casi nada.
Juan dice que el pueblo ha apostado decididamente por vivir del turismo y atrás se han quedado aquellos tiempos en los que se labraba al tercio; o sea, que de las cosechas que se recogían dos partes eran para el dueño de las tierras y la tercera para el agricultor.
-Peor era con los cerdos. Si matabas cuatro, dos tenías que darle al dueño de la parcela y de los dos que te quedabas le tenías que dar los jamones de atrás. Una locura.
También recuerda Juan cuando por el pueblo un vecino visionario llamado "Patas de Lana" iba dando sermones y denunciando las injusticias.
-Estaba siempre en la cárcel, pero decía que si seguíamos así, no mirando por el futuro, nos íbamos a ver con una mano atrás y otra adelante. Y vaya si acertó. Fíjese lo que está pasando en España con el Bárcenas ese.
Tertulia callejera
A la tertulia en plena calle se suma Encarna Álvarez, que tiene ciática y ha ido a que le pinche el practicante. Encarna dice que si soy periodista tengo que resaltar que en ese pueblo hay muchos médicos, que al menos 14 vecinos ejercen de facultativos en diferentes puntos de España, lo que son muchos para los 330 habitantes que tiene el pueblo. Tocan a un médico por cada 23.
-Me sé los nombres de memoria. Apunte: José Pérez Ramón, Julio Remón Castellón, María Encarna Guillén Ramón, Encarnación Milla Álvarez -esa es mi hija-, Paloma Nogueras Morillas, Vanesa Nogueras Morillas, Carmen Ruiz Durán, María Pérez Durán, María Montero Sáez, Carlos Remón? A ver, cuántos van.
-Pues? Diez.
-Bueno, hay catorce. Lo que pasa es que no me acuerdo del resto. Que perdonen.
Josefina Cabrera, que fue maestra de escuela, también se suma al diálogo callejero y dice que Bubión no solo tiene muchos médicos, sino que muchas personas con carrera universitaria nacieron allí.
-Tenemos de todo: catedráticos, profesores, médicos, abogados? Tuvieron mucho que ver una maestra que se llamaba Carmen Guzmán y mi padre, que fue secretario del Ayuntamiento. Ellos animaban a los jóvenes a estudiar porque aquí no había otro camino que el campo.
Josefina recuerda cuando fue allí a inaugurar una escuela el ministro franquista Julio Rodríguez. Fue quizás aquella ocasión en que reunió a los padres para animarles a que sus hijos estudiaran y fueran a la universidad. Uno de los padres se levantó y dijo:
-No estoy de acuerdo con usted. Si los muchachos se van a la universidad, entonces? ¿quién ara los campos y recoge las patatas?
El que esto escribe tiene una larga trayectoria de pregonero y entre sus intervenciones recuerda con cariño la que hizo en Bubión en las fiestas de San Sebastián y San Antón, que son a finales de agosto. Allí estuvo hablando un buen rato con Julio Pérez, uno de los primeros empresarios hoteleros que tuvo Bubión y uno de los descubridores de lo que se llama ahora turismo rural. Julio, con el que ya no podré hablar más porque ha fallecido, abrió una pensión en 1932 y la llamó "Teide", lo que no dejaba de ser una incongruencia estando el Veleta y el Mulhacén a la vista.
-Es que ya había establecimientos con esos nombres, por lo que me decidí por el pico más alto de España -me dijo-.
Al terminar el pregón, el alcalde, Roberto Rodríguez, me regaló un jamón y yo se lo agradecí en el alma, porque tengo placas de pregones en mi casa para echar a los marranos.
-¿Placa o jamón? -me preguntó el alcalde-.
-Jamón -dije sin titubear-.
Como San Antón y San Sebastián son santos que se llevan muy bien, comparten días de fiesta y jolgorio. En enero y en agosto. Cuando la gente se divierte más es en el Entierro de la Zorra, en el que hay hasta sermones, curas disfrazados y cortejos de viudas que lloran al animal muerto, el cual al final es quemado en la plaza de la Iglesia. Un verano sin Entierro de la Zorra no es un verano para los bubioneros. Niños (y no tan niños) vestidos de "diablillos" se dedican a correr a los visitantes y amenazarlos con un palo para que les den algo de dinero.
Pese a su escasa población oficial, todo el mundo sabe que Bubión tiene muchos más habitantes (sobre todo guiris), que no han pasado por el censo. Allí los veranos son algo movidos, pero menos que los inviernos, en que a la gente le da por ir a la Alpujarra.
-Nosotros vivimos de las chimeneas y del fuego. Cuando llueve o hace frío en la Costa la gente sube a la Alpujarra.
Cuando aprieta el hambre, alguien me dice que los menús por diez euros que dan en la Villa Turística están muy bien. La Villa Turística ha renacido después de pasar una larga temporada por el desierto de la descoordinación. Fue cerrada durante cuatro años para una profunda reforma interior, ya que el exterior sigue conservando la imagen de las casas alpujarreñas.
Quien atiende la recepción se llama Ainhoa, que me explica que el establecimiento ahora marcha estupendamente tras hacerse con la gestión Turismo de Andalucía.
-Vienen sobre todo muchas personas interesadas en el senderismo. Se van por la mañana y viene por la tarde. Por eso está ahora esto tan tranquilo.
Y quien le da de comer al hambriento se llama Mari, que me recomienda un gazpacho con tropezones y un sobreuso de espinacas. Las dos cosas me saben a gloria y le digo a Mari que felicite al cocinero. De siempre se ha dicho que un estómago agradecido con buenas viandas predispone a la alabanza del que las cocina.
El director del establecimiento se llama José Antonio Santisteban, que ha echado los dientes en el mundo de la hostelería. José Antonio conoce desde hace muchos años al de la fotillo de arriba y le sugiere ocupar una habitación para echar una siesta. Así que en la habitación en la que una vez también echó una siesta el rey Juan Carlos I, me lavé los ojos que ardían por el camino y por la solana.
Echado sobre la cama pensé en el lema que tienen los de Bubión para competir turísticamente con las vecinas Pampaneira y Capileira: «Ni más arriba, ni más abajo, me quedo aquí». Y allí me quedo todo el día.
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