Cuentan que a mediados del siglo XIX fue al pueblo un político (hay quien asegura que fue Natalio Rivas) que iba en busca de votos y a repartir promesas, que es lo que han hecho siempre los políticos
A la entrada del pueblo, al principio de la cuesta que lleva a la plaza principal, hay un lugar reservado a una barca de pesca, con su ancla y todo. La barca está muy deteriorada y es pasto de la dejadez, pero aún simboliza la leyenda que se refleja en todos los libros de la Alpujarra y que cuenta la manera tan graciosa como los de Pitres consiguieron ser puerto de mar.
Cuentan que a mediados del siglo XIX fue al pueblo un político (hay quien asegura que fue Natalio Rivas) que iba en busca de votos y a repartir promesas, que es lo que han hecho siempre los políticos. Se subió al balcón y dijo:
-¡Bárbaros de Pitres!?¿qué queréis?
-¡Queremos puerto de mar! -dijo el pueblo a una.
-Pues conseguido lo tenéis -dijo el político.
Otra versión dice que el político admitió que era imposible un puerto marítimo a varias decenas de kilómetros de la costa y a 1.300 metros sobre el nivel del mar. Entonces se dirigió a los posibles votantes y les dijo que, por favor, pidieran una cosa más simple, algo que no implicara la tremenda burocracia que se iba a originar en la consecución del puerto.
-¡Queremos dos cosechas de fruta al año!
-¿Dos cosechas de fruta al año?
-¡Sííí!
Los reflejos del político lo sacaron del lío:
-Con una condición -exclamó alzando la voz-, que los años tengan veinticuatro meses.
El pueblo no tardó en responder:
-¡Nus da lo mismo con tal de que tengamos dos cosechas al año!
Y así acaba la historia.
Los vecinos de Pitres no tienen más remedio que cargar con cierto estoicismo el cachondeo del puerto de mar. Hay una anécdota que protagoniza un funcionario municipal al que un bilbaíno que pasó por el pueblo le propuso al Ayuntamiento que aceptara, ya que era puerto de mar, el regalo de un faro.
-Sí hombre, pa que se llene esto de pateras -respondió cachazudo el funcionario.
En cuanto al sobrenombre de "bárbaros" parece que viene, según casi todas las versiones, de las barbaridades que hicieron los moriscos de Pitres con los cristianos en tiempos de Felipe II, sobre todo con un tal Jerónimo Mesa, beneficiado de Pitres, que después de apalearlo y tirarlo desde lo alto de la torre, lo apedrearon hasta que murió a la salida del pueblo.
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