IDEAL.ES
Los vecinos aún recuerdan a Paco "el de Natalia", que con lo que cobraba por oler las flores que llevaba sufragaba parte de los gastos de las ánimas
Tenía Dios enchufada la catalítica cuando llegué a Válor. Aún no era mediodía y los tejados de pizarra llameaban por el calor, inmisericorde con aquellos que no tenían un sitio a la sombra. La gente había huido a lugares menos inhóspitos que la calle. Pero Válor, entre muchas otras virtudes, tiene la de ser un pueblo asequible con árboles en los bordes de la carretera que sirven de refugio. El de la rempuja panamá debe darse a la observación detallada de las tierras que pisa, tomar del santo suelo un pedrusco o un puñado de arena y aceptar, en acto de fe, que lo que tiene entre las manos ha sido un lugar protagonista en la expulsión de los moriscos. Válor era precisamente Aben Humeya, el noble morisco que guerreó contra los reyes españoles porque no estaba de acuerdo con cómo era tratado su pueblo. Y ese sentimiento rebelde es el que debe traer todo aquel que entre en Válor.
Tiene Válor las aguas mineromedicinales que salen de la Fuente Agrilla, el recuerdo de un puente peraltado de uno solo ojo «del tiempo los moros» que se cae a pedazos y unas casas blancas que se permiten ser inspiración de muchos escritores. Brenan dijo de Válor que era «una gran aldea blanca en la que las naranjas dulces aún están a la sazón». Otro hispanista, Christian Spanhi, la ve «rica, sonriente, en medio de un charco de verdor mientras que todo a su alrededor es como un desierto multicolor». En cuanto a los poetas que la han cantado, Eduardo Castro recoge en su guía un precioso verso de Manuel Valdivia:
«Jamás pensé que la belleza
pudiese doler tanto?
vengo con los ojos heridos
y el corazón sangrando
de contemplar las flores
apuntando marzo.
Las flores y el cielo,
en plenitud de campo.
Flores, cielo y cal?
Y, asomando, Válor.
Paco Izquierdo dice que es un «solar de abolengo histórico donde se dieron la mano del interés comercial distintos pueblos mediterráneos, y se multiplicó con los musulmanes en varios y agradecidos "válores", todos ellos ricos en delicias de naturaleza ubérrima, desde el mineral, incluida el agua, al vegetal, con presencia frutícola».
La inspiración de mis zapatos
Como cuento, entro en Válor cuando el sol aprieta. A veces me guío de la inspiración de mis zapatos y estos me llevan a la plaza del pueblo, en donde solo se ve un hombre que está llenando una botella de agua de la fuente. El agua está fresca y se agradece.
-Buenos días.
-Son buenos pero hace calor -dice el hombre, que se presenta como Juan Garzón, mayor este año de las Fiestas de Moros y Cristianos en honor del Cristo de la Yedra.
-Pues he tenido suerte porque precisamente quería encontrar a alguien que me hablara de estas fiestas -digo yo.
-Cualquiera que sea de Válor te puede hablar de ellas.
-Ya, pero usted es al primero que he visto.
-Pues vámonos a la sombra y le cuento.
La sombra a la que me lleva Juan es poderosa y antigua porque la ofrece la iglesia parroquial de San José, cuya erección data de 1547. Juan, generoso y amable, lleva en el maletero del coche un puñado de programas de fiestas y me regala uno. Me dice por lo pronto que la representación se hace en la plaza en la que estamos y que el texto que se utiliza desde hace al menos cuatro siglos lo versificó la escritora Enriqueta Lozano, que murió en 1895 y que tuvo una breve relación sentimental con Pedro Antonio de Alarcón. (Esto último lo apunto yo).
Juan también me informa de que este año el pregonero será Paco "el de Magdalena", que lleva tan a gala ser de ese pueblo que en Granada, donde trabaja, le llaman "El Válor".
-Está deseando jubilarse para venirse a vivir aquí -dice Juan.
Bueno, el caso es que esta función de moros y cristianos es de las más antiguas y arraigadas de España. Me cuenta Juan que en realidad se hacen dos representaciones, una por la mañana del día 15 de septiembre (en la que ganan los moros) y otra por la tarde (en la que ganan los cristianos).
-¿Tú Juan qué haces? ¿de moro o de cristiano?
-De moro, siempre de moro. Pero eso da igual, al final acabamos revueltos en la taberna.
Como culminación de la conversación a pie de iglesia, me cuenta cómo corre la imaginación cuando de lo que se trata es de organizar actos para sacar dinero con las que sufragar las fiestas, desde la venta de lotería a la convocatoria pasa asar castañas.
-Aquí la gente se vuelca mucho con las fiestas. Tó el mundo participa -dice Juan.
-O tós moros y tós cristianos.
-Claro. Como debe ser.
La casa del morisco
Aún está en pie en Válor la casa en la que vivió supuestamente Aben Humeya, que se está cayendo a pedazos. Enfrente hay un huerto en el que crecen los tomates y las sandías, se pasea señorona una gata rubia y dos cabras rumian todo lo que es rumiable en el pago. Es una apócrifa casa solariega que llora el abandono y el descuido.
-Viene un montón de gente a verla. Si la fueran restaurao o la fueran apañao? Pero ná, nadie hace ná.
Encarnación, que tiene 82 años y lleva 60 siendo vecina de Aben Humeya, le cuenta al viajero de la rempuja panamá que, efectivamente, son muchas las personas que van a echar fotografías a la vivienda que se considera que fue de Aben Humeya y que se interesan por la historia de la misma. Ella les relata lo que sabe, que está abandonada hace mucho tiempo y que ninguna institución se interesa por su restauración que, a su parecer, podría ser un atractivo turístico importante para el pueblo.
-Y ahora perdóneme usted que me vaya, es que tengo la comía puesta.
-Huele bien.
-Es una fritaílla.
En Válor (topónimo latino de "valor") también nacen personas entrañables cuyo recuerdo no se borra fácilmente. Paco "el de Natalia", cuando llegaba diciembre, iba por las calles con una flores para las que los vecinos y visitantes las olieran por una propinilla a cambio que invertía después en la organización de las ánimas. O nacen empresarios con afanes como Federico Ruiz, que harto de que le chulearan con la leche de sus cabras y ovejas, decidió convertirla en quesos artesanales. Federico, me cuentan, hace de espía moro en las fiestas de septiembre.
El viajero, al que nunca tanto le había servido un sombrero, pues el sol apuñala y niebla los sentidos, premia su vista y se solaza con la sombra que da un frondoso árbol que hay cerca del Puente Los Yesos. Allí sentado, se echa un cigarrillo y contempla el paso de la vida. Una chica núbil y bien parecida que se tapa la cabeza con una gorra, un vecino que se apresura en un quehacer que tira a recado y los coches que pasan por la carretera como si huyeran del calor que les proporciona el asfalto. Hasta que el olor de la fritaílla de Encarnación hace su efecto y remueve sus jugos gástricos. Y lo que tiene más a mano para aplacarlos es el restaurante Los Puentes, que lleva un entendido de la hostelería y el turismo rural como es Ángel Baños.
Ángel perteneció al Centro de Iniciativas Turísticas que se puso en marcha en la zona y dice que la Alpujarra pasa por un bajón que hay que superar cuanto antes.
-La Alpujarra tuvo una época muy buena entre 1990 y 2005, aproximadamente. Quince años. Venía mucha más gente que ahora dispuesta a conocer todos estos pueblos. Claro que estamos hablando de la época en la que había dinero. Pero entre la crisis de ahora y el que muchos empresarios, metámonos todos, hemos dado muchas "estocás" a los turistas, pues eso? Yo creo que nos ha faltado profesionalidad. Si esta crisis sirve para algo, que sea por lo menos para aprender de los errores.
Las especialidades del local son la perdiz en escabeche, la piñata y el arroz liberal. Y quien primorosamente las guisa se llama Mari Carmen, hermana de Ángel.
-Estos platos son también de Ugíjar. El arroz liberal se lo inventaron los cazadores. Cuando salían a cazar se echaban en el bolsillo un puñao de arroz y algunos ingredientes. Luego lo hacían con las piezas que habían cazado: conejos, liebres, perdices? en fin, todo.
El viajero pide piñata y perdiz en escabeche y se toma el café con un parroquiano que se llama Rafael Ávila. Rafa dice que es de Puchil y que está en Válor por una borrachera que pilló hace al menos veinte años.
-Estaba con un amigo y me dijo que si quería ser profesor de albañilería en una escuela taller que habían abierto aquí en Válor. Como estaba ajumao le dije que sí. Y ya ve? Todavía no me he ido.
Las conversaciones agradables hacen que el tiempo vuele y tras contarme Rafa que su abuelo se fue a Cuba y fue el que introdujo el tabaco en la Vega, le digo que me perdone, que me tengo que ir a Turón.
-¿A Turón? Pero si para ir allí tienes que llevarte el pasaporte. Llena, Ángel -dice Rafa con una sonrisa.
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