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¿Quién no recuerda la mítica serie de televisión estadounidense 'Los vigilantes de la playa'? Aquellos socorristas de cuerpos atléticos, enfundados en bañadores rojos que vigilaban flotador en mano la playa de Santa Mónica, en la costa de Los Ángeles (California) están grabados en el imaginario colectivo. El líder de los socorristas, Mitch Buchanan, interpretado por el actor David Hasselhoff, rompía corazones con tanta frecuencia como salvaba vidas de bañistas -unas cuantas por capítulo- y un equipazo de profesionales -faltaría más, todos guapos y guapas- garantizaba la tranquilidad de todos los que disfrutaban de aquellas espectaculares y movidas playas.
En Motril, no ha habido -por suerte- que rescatar a nadie del agua en todo el verano y las piedras de la playa poco tienen que ver con la arena de Malibú -cuestión de gustos- pero por lo demás, en materia de seguridad, no tiene nada que envidiar a las playas de la serie. Aquí también se puede presumir de un equipazo de socorristas, jóvenes, atléticos, bien preparados, muy profesionales y encima, voluntarios. Sin ir más lejos Amador Valenzuela y Pablo Marfil vendrían a ser los 'Mitch Buchanan' de la playa de Poniente.
Los dos tienen 23 años. Amador ha acabado la carrera de Ciencias del Deporte y aprovechó además la Universidad para sacarse el título de socorrista mientras que Pablo también tiene este título y el de vigilante de seguridad. Para ellos, el voluntariado en las playas es una manera de ampliar su formación y vivir la experiencia de pasar un verano ayudando a los demás.
Al frente del puesto de la playa de Poniente, los jóvenes voluntarios realizan tres labores principales: la atención del puesto, donde practican curas sanitarias, la vigilancia desde la torreta y las 'dinámicas', que es como ellos llaman a los recorridos a pie de playa. Estén donde estén, siempre se encuentran alerta y dispuestos a entrar en acción para que todo permanezca bajo control en su playa. Además para mantener la tensión, los socorristas participan en simulacros que les permiten ensayar las actuaciones en accidentes otro tipo de crisis simuladas, así como practicar la coordinación con todos los fuerzas de seguridad.
En tensión
Amador y Pablo cuentan que están especialmente atentos y en tensión, por ejemplo, cuando llega algún «grupo de riesgo» a la playa. Por ejemplo, una excursión con treinta niños. No obstante, según aseguran, éste está siendo un verano tranquilo. Las playas de Motril son familiares y la gente no suele realizar prácticas de riesgo. Claro que siempre hay algún susto. Por ejemplo, hace unos días un bañista se clavó el pico de una sombrilla playera por accidente y Pablo también tuvo que aplicar los primeros auxilios sanitarios a un joven que se realizó un corte profundo y después se desmayó.
Y entre las incidencias playeras más frecuente no podía faltar un clásico del verano: los niños perdidos. «Todos los domingos, cuando hay mucha afluencia de gente, suelen perderse tres o cuatro. Hay que tener mucho cuidado, los niños, se cren que la playa es un recreo y se despistan fácilmente», comentan.
Otra de las incidencias comunes en la playa de Poniente es la herida que provoca el pez araña. «Los bañistas que la sufren suelen ir al centro sanitario pero aquí también podemos prestarles los primeros auxilios y agua caliente para mitigar el dolor», apuntan. Y si hay que trasladarles, la playa motrileña también tiene una ambulancia, perfectamente equipada y con técnicos de emergencia voluntarios. Todo un lujo.
Pero más allá de estas incidencias, este verano el famoso flotador rojo de nuestros vigilantes de la playa -que ellos llama lata y según aseguran es muy útil en los rescates- todavía no ha tenido que entrar en acción. Nadie ha demandado auxilio en el agua, ni ha estado a punto de ahogarse. Y que siga la racha... Pero aunque no haya ocurrido nada grave, estos chicos son muy conscientes de que en un momento dado la vida de un bañista puede estar en sus manos. Y esa responsabilidad pesa.
Por eso todo el mundo reconoce la labor de unos jóvenes que dedican su verano a los demás. «Hay bañistas que nos dan la enhorabuena, sobre todo los mayores y nos dicen que están tranquilos porque estamos nosotros», señala Pablo. Y eso muy gratificante para estos jóvenes voluntarios, que se toman su labor de vigilantes muy en serio.
Y tampoco se les caen los anillos si tienen que ayudar a los bañistas en cualquier situación o realizar una labor turística. Vamos, que si alguien se acerca al puesto para que le recomienden un chiringuito donde comerse una paella, también se le recomienda. Para Amador además de la labor social y la satisfacción de ayudar a los demás, lo mejor de ser voluntario es trabajar al aire libre y conocer a otros jóvenes. Entre todos los vigilantes de la playa -y en esto también se parecen a la serie- hay muy buen rollo, organizan eventos y disfrutan de la convivencia.
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